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Simón Pérez, conocido por muchos como “el de las hipotecas fijas”, es hoy el protagonista involuntario de uno de los espectáculos más turbios y comentados del internet español.
Su transformación, desde asesor financiero de éxito hasta figura central de una tragicomedia digital, es un caso que mezcla morbo, adicción y deshumanización en la era del streaming.
En 2017, junto a su pareja Silvia Charro, alcanzó la fama con un vídeo viral donde ambos explicaban las ventajas de las hipotecas a tipo fijo.
Lo que debía ser una simple colaboración para un medio digital se convirtió en un fenómeno mediático: la audiencia percibió que estaban bajo los efectos del alcohol o drogas, lo que llevó al despido inmediato de ambos y al inicio de una cadena de desgracias personales y profesionales.
Desde entonces, la pareja ha transitado una decadencia progresiva expuesta sin filtros en sus propios canales de internet.
Sus directos en plataformas como Kick o Rumble han pasado del consejo financiero a la exhibición explícita del deterioro físico y mental, motivado por las adicciones y por una comunidad que les incentiva a autohumillarse a cambio de donaciones económicas.
Una espiral autodestructiva retransmitida
El contenido actual de los directos de Simón Pérez apenas deja espacio para el análisis financiero. Lo que antes era asesoramiento se ha convertido en espectáculo extremo: se le ha visto consumir diversas sustancias —como ketamina, cocaína o marihuana— ante miles de espectadores, aceptar retos humillantes como beber su propia orina o volcarse vómito sobre la cabeza, e incluso delirar o quedarse dormido frente a la cámara por los efectos de las drogas.
Estas escenas han provocado una alarma social creciente. Muchos seguidores expresan preocupación real por su salud mental y física, pero otros continúan financiando estos episodios a través de donaciones directas. El propio Simón ha llegado a verbalizar: “El canal va de esto, de meterme hasta que me cierren el canal o hasta que me muera”. Esta frase resume una dinámica en la que el sufrimiento se convierte en producto y la audiencia participa activamente en el deterioro del protagonista.
La situación también ha arrastrado a Silvia Charro, cuya imagen en los últimos directos muestra un grave deterioro físico y mental. Su participación activa en estas retransmisiones inquieta todavía más a quienes conocen el trasfondo personal y profesional del dúo.
Cronología del descenso
- 2017: Vídeo viral sobre hipotecas a tipo fijo; despidos inmediatos.
- 2018-2021: Intentos fallidos de reconversión profesional —consultorías online, negocio fallido con una empresa de marihuana— e inestabilidad personal.
- 2022-2025: Directos cada vez más extremos; consumo público de drogas; retos autohumillantes propuestos por la audiencia; sucesivos cierres de canales digitales por contenido inapropiado.
- Julio 2025: Silvia Charro comunica que Simón ha ingresado voluntariamente en un centro psiquiátrico tras llegar a una situación límite derivada del consumo y la exposición mediática.
- Agosto 2025: Simón reaparece en directo mostrando un empeoramiento grave; crece la alarma social y mediática ante el riesgo evidente para su vida.
Un perfil marcado por el éxito truncado
Antes del estallido viral, Simón Pérez era director académico y profesor en la Escuela Internacional de Administración y Finanzas (EIAF), colaborador habitual en medios como TVE e Intereconomía, tertuliano radiofónico y autor del libro Defiende tu dinero. Junto a Silvia Charro —excolaboradora en Engel & Völkers— crearon una asesoría inmobiliaria con éxito relativo.
Ambos llegaron a reconocer públicamente ingresos mensuales entre 5.000 y 7.000 euros antes del escándalo. Tras el vídeo viral, todo se desmoronó: despidos, pérdida económica —afirman haber perdido hasta 600.000 euros— y aislamiento progresivo respecto a familia y amigos.
El papel oscuro de la audiencia
La historia reciente de Simón Pérez no se entiende sin analizar el rol activo —y muchas veces perverso— que juega parte del público digital. Las plataformas permiten monetizar casi cualquier contenido; sus seguidores incitan retos cada vez más degradantes, conscientes del estado vulnerable del streamer.
- Donaciones directas condicionadas a retos humillantes.
- Peticiones explícitas para consumir drogas o realizar conductas autolesivas.
- Conversaciones privadas donde algunos seguidores incluso le han ofrecido armas ante su paranoia o miedo a prestamistas.
- Cierre reiterado de canales por violar normas comunitarias debido al contenido extremo.
El caso ilustra cómo internet puede amplificar tanto la compasión como el sadismo colectivo, transformando dramas personales en espectáculo rentable. El fenómeno recuerda episodios ficticios como El show de Truman o capítulos oscuros de Black Mirror, pero con consecuencias muy reales para los protagonistas.
Anécdotas y curiosidades
- En varias ocasiones han dejado entrar amigos a sus directos; estos han quedado conmocionados al ver su estado real fuera del espectáculo.
- Simón pidió públicamente un arma “por si la necesitara”, alimentando especulaciones sobre paranoia inducida por drogas o posibles amenazas reales.
- Algunos seguidores han invertido dinero en proyectos fallidos impulsados por Simón y Silvia, como Green Capital —una empresa cannábica—, sin recibir nada a cambio.
- A pesar del caos vital, ocasionalmente intercalan consejos sobre criptomonedas e inversiones durante los directos.
- En entrevistas anteriores, Silvia reconoció: “Si no llego a estar con él cuando el vídeo me hubiera suicidado”, dejando ver el grado extremo de dependencia mutua y sufrimiento personal.
Impacto social y debate ético
El caso abre debates urgentes sobre los límites éticos del streaming, la responsabilidad colectiva ante personas vulnerables expuestas públicamente y el papel regulador (o su ausencia) de las plataformas digitales. La combinación explosiva entre adicción, precariedad económica, exposición mediática e incentivos perversos convierte esta historia en un espejo incómodo sobre cómo consumimos —y financiamos— la destrucción ajena.
Las llamadas públicas para ayudar a Simón Pérez van creciendo mientras muchos temen que este “suicidio lento” acabe delante de las cámaras. La pregunta es si aún estamos a tiempo para intervenir o si solo asistimos pasivamente al último episodio trágico viralizado.
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