Les hablaba yo ayer de esa monserga según la cual los ‘menas’ y resto de ‘sin papeles’ llegan en masa a pagarnos las pensiones.
No es el único mito que circula profusamente por cenáculos políticos y tertulias de televisión.
Otro, muy asentado, es el de la ‘revolución’, el de la presión de la calle.
Al margen de que la revuelta de los hambrientos suele finalizar en la pastelería de la esquina, mi tesis -basada en las tres décadas largas que estuve dando tumbos por el Planeta Tierra como reportero audaz, cubriendo desastres provocados por la estupidez humana- es que cuando un tirano aprieta de verdad, no se mueve una hoja.
Pinochet cayó en 1990, después de 16 años como presidente de Chile, porque tuvo la ocurrencia de sacar a referéndum su permanencia en el poder y salió cruz.
El chavista Maduro ha perdido de forma apabullante las elecciones y ahí sigue, pasándose por la entrepierna al pueblo soberano, los derechos humanos y hasta la condena internacional.
Salvando las distancias, que son enormes, ocurre algo equivalente en algunas democracias occidentales, sobre todo si son tan ‘sui géneris’ como la nuestra, aunque a buena parte de los bizcochables dirigentes del centroderecha les cuesta entenderlo.
Me refiero en concreto a esos que afirmaban muy serios que no habría referéndum separatista en Cataluña porque era ‘inconstitucional’ o sueltan ahora que Sánchez no perpetrará esta tropelía o la siguiente, porque va contra el Código Penal, no se ha hecho nunca o rechinarán las costuras de la Unión Europea.
El marido de Begoña es el paradigma del político sin escrúpulos, del caradura que ajusta todo a su mezquino interés y no se para en barras para lograr sus objetivos.
Y no trata de ocultarlo o disimula, porque en eso, en el descaro, estriba parte de su éxito.
Esther Peña, la atolondrada portavoz socialista que apelaba ayer a las escuálidas ayudas que reciben las despobladas Soria, Cuenca y Teruel para justificar el atraco del Concierto catalán pactado para colocar a Illa, soltó el pasado lunes que el PSOE es el partido que más se parece a España.
No paisana, no: el PSOE es el entramado, la organización, el montaje, la agencia de colocación que más se parece a la mafia calabresa.
De arriba a abajo.
Y prueba de ello es como opera Sánchez, su ‘Capo dei capi’, con la prensa, con las empresas del Ibex, con la Justicia y con su propio partido.
No voy a recordar que con el nombramiento de Escrivá, todavía ministro de Transformación Digital, como gobernador del Banco de España, la lista de entidades públicas controladas por el sátrapa alcanza ya el medio centenar.
Tampoco de las maniobras para cerrar medios como el nuestro, mientras se riega con millones de dinero público a los que engordan amarrados al pesebre de La Moncloa.
Sólo quiero subrayar lo que sucede en el seno del PSOE y lo que se avecina.
Sánchez celebrará Comité Federal este sábado y allí hará aprobar a sus súbditos la celebración del 41º Congreso Federal los días 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre.
El rodillo está en marcha.
En Sevilla, ademas del aquelarre de lametazos y genuflexiones al que se prestarán sin excepciones los dirigentes socialistas, Sánchez sentará la bases de la ‘purga’.
El objetivo es infundir el miedo en el personal y a los Lobato, Page, Lambán y compañía ya les huele el culo a pólvora.
No hace falta que digan nada, porque no lo harán y se arrugarán como siempre, esperando benevolencia.
No la habrá, porque Sánchez tiene muy claro que en política, además de repartir cargos y sueldos entre los tuyos, es mucho mejor que te teman a que te quieran o te respeten.