El arte de Sánchez

La lógica de la guerra

Permeabilidad ideológica a la estafa

La lógica de la guerra

Al contrario que muchos otros pueblos, los españoles nunca se humillaron frente a la derrota, y nunca concibieron la derrota como una muestra de superioridad del enemigo. Siempre se culparon a sí mismos de su falta de determinación o de estrategia para reconstruir su éxito en la próxima oportunidad. Durante siglos la organización de la guerra por el Gran Capitán ha inspirado la doctrina militar, como el mejor testimonio de como articular fuerzas y voluntades en  una batalla. Como tuvo lugar en la memorable batalla de las Navas de Tolosa, o en la derrota de los otomanos en Lepanto, o la derrota inflingida a los británicos en Cartagena de Indias por un héroe como Blas de Lezo. ¡Como para conmemorar a un converso islámico como Blas Infante!. Lo que vale en términos militares, vale a nivel individual, quien se humilla con la derrota y desiste, frente a quien se crece con la derrota y la asimila como expresión de una oportunidad. No se aprendió nunca de los aciertos, si no de los errores. Que tome nota Feijoó. A la memoria viene el caso de Natascha Kampusch ante una circunstancia que habría acabado con la voluntad de vivir a cualquier ser humano en su situación, asimilando la vida que tuvo por mas que no la hubiera querido tener. Debe entenderse intelectualmente cuál es la lógica de la guerra, a la que se opone el discurso del pacifismo, que solo satisface a los que renuncian a su libertad y aceptan ser inofensivos, víctimas y subditos hipnóticamente subyugados por el líder. Siempre han llovido las críticas sobre la lógica de la guerra de quienes defienden el valor de la violencia como acción colectiva para el cambio social, como si no hubiéramos aprendido nunca que la defensa de la libertad requiere pagar un precio en cada momento en que un dictador o un sátrapa incumbente amenaza nuestra identidad.

Cabe preguntarse entonces, sobre qué clase de eventos sociales, un pueblo puede aceptar la soberanía imperativa de quien aprovecha en su beneficio diferentes situaciones humanas para dominar y oprimir a otros semejantes, sea por su edad, su debilidad fisica o su estatuto jurídico. Qué suerte de maleficio permite a un pueblo someterse a la expropiacion de su libertad por una única persona, que carece de pudor y ejerce su posición como un sádico. ¿Que clase de fascinación suscita un delincuente, un criminal, o un Jefe de Estado o de gobierno encumbrado a esa posición, que sólo se adscribía, de antiguo, al soberano con el derecho de pernada?. Para un Estado que ha perdido su naturaleza democrática la tendencia que domina no es la integración del ciudadano en una nación de ciudadanos libres, de la que nace el concepto de soberanía, sino una autoridad que se ejerce arbitrariamente disponiendo de recursos y cambios legales. ¿Quien ha dicho que no puede comprarse la dignidad?. La destrucción de la nación que funda la soberanía, implica la destrucción de los lazos familiares que sostienen la representación de una deuda; los individuos aislados se toman a sí mismos como fines en relación al Estado, sujetos a la entrega de vida y hacienda, meros instrumentos de un Estado organizado como una dictadura, que vive de los contribuyentes que somete. De ahí, la legitimidad de la sublevación frente a un gobierno despótico que arbitra reconocimientos para los delincuentes que le sirven y castiga al ciudadano que cumple la ley y la constitución sin haberla prometido formalmente. No es un grito de pasiva resistencia lo que se necesita, sino un acto de sublevación colectiva que nace de un consenso implícito en una democracia deliberativa que no ha perdido su capacidad de ejercer una acción comunicativa que se contagia en el proceso de sublevación. Esa democracia deliberativa se deslegitima a sí misma cuando no es capaz de defender su libertad con el ejercicio de una violencia racional y colectiva, frente a la autonomía violenta de la que dispone el sátrapa, dictando leyes a su medida.

Reconocer el riesgo exige un esfuerzo intelectual que solo sucumbe cuando la clase dirigente, oligárquica, otorga a personas ajenas mayores reconocimientos que a los héroes propios, con independencia de que algunos lo merezcan, mezclándolos con aquellos que no lo merecen que son los mas. El Premio Fronteras del Conocimiento y los premios Princesa de Asturias son un ejemplo de este tipo de tropelía cultural a la que sólo parecía oponerse el Premio Cervantes, sometido también a los vaivenes ideológicos de la política. Y ahí se pudran las universidades con el mercadeo corrupto y el tráfico de influencias y ahí se pudra el Colegio Libre de Méritos. Cabe preguntarse por qué suerte de destino ha determinado que España haya sido permeable a la implantación de la ideología pervertida de Mooney, que concluía sus fiestas con orgías sexuales, de Fausto-Sterling, promotor del fin de la distinción hombre-mujer, de Butler con el borrado del cuerpo, de Peter Singer con la eutanasia y el elogio del infanticidio, o la zoofilia cósmica de Donna Haraway practicando sexo con su perra de compañia en un proceso de borrado de la identidad humana y de destrucción de la cultura. Caminan libres los lobos, y viven amenazados los ciudadanos.

Esa permeabilidad ideológica a la estafa conmueve cuando el epítome del cambio paradigmático de la educación fue un pedagogo menor como Krause, desconocido en Alemania, introducido por Sanz del Rio con la difusión del krausismo en España como si fuera expresión de la reforma mas ambiciosa y valiosa de la modernidad. Como se impusieron el anarquismo y las tribus caníbales del comunismo que se sublevaron contra la república. La permeabilidad ideológica a la estafa se expresa en el encumbramiento de todos los apóstoles del fanatismo, los gurús de la ciencia, investidos como autoridades por ejercer como profesores en universidades extranjeras, cuando solo balbucean el lenguaje de la ciencia para embaucar a propios y extraños con delirios millonarios orientados a la destrucción de la ciencia nacional, como el inefable Rafael Yuste, un miembro de esa especie que cobra autoridad solo por ejercer en el extranjero, como tantos otros. Auténticos ignorantes ejercen como profetas incapaces de hacer contribuciones valiosas dispuestos a proferir mantras de modernidad ante un pueblo dócil que cree en cuantos doctores tiene la iglesia. La Comisión de Expertos del Covid que nunca existió.

El arte de Sánchez, como el del socialismo en el pasado sin tanta perfección, es saber utilizar el papel de la violencia en el ejercicio del poder, llevando a la locura a cuantos esgrimen las leyes en su contra. La proverbial doctrina de la resistencia de Sánchez es emplear la violencia de la ley como la expresión de la política por otros medios, el arte de vengarse desde el poder, burlándose de la democracia con el BOE en la mano. ¿Tendría fortuna Sánchez si existiera la nación y no existiera esa permeabilidad a la corrupción intelectual, social y política que protege a sus mercenarios?.

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