El Barça is not Spain

Antes de que nos lo arrojen a la cara con sus pancartas y sus banderas de España quemadas en Canaletas, se lo diremos nosotros. Como el Barça is not Spain, que os den morcilla y ojalá esta noche gane el Arsenal. Eso es lo que deseamos el 70% de los españoles, más allá de la hipocresía que se ha apoderado de nuestros medios y nuestros enteros.

Lo previsible, de todas formas, es que venza el Barcelona, sin duda, tras el Lyon, uno de los mejores equipos de fútbol que hay en Europa. Y al que, además, las desvergonzadas ayudas arbitrales de que viene gozando, tanto en la Liga española -donde han sido dos años de descaro sublime-, como en Europa -y sólo hay que recordar la expulsión de Del Horno o el gol de Shevchenko-, convierten en un equipo casi invencible.

Pero sólo de pensar en el berrinche de Huguet, Carod, Vendrell, Bargalló, Maragall, Montilla, Iceta, De Madre, Saura o Durán y Lérida , nazionalistas autóctonos y nouvinguts , produce espasmos de placer. Y, sobre todo, imaginar que Zapatero no vaya a poder celebrarlo ni utilizarlo políticamente lleva, sin remedio, y por el bien de todos, a cridar: ¡Visca el Arsenal! ¡Viva Cataluña!

Hubo, sin embargo, un tiempo en que nos alegrábamos de los éxitos del Barcelona y los sentíamos como propios cuando jugaba contra un equipo extranjero. Como nos hemos alegrado con el del Sevilla a pesar de nuestras simpatías béticas. Pero el Sevilla llevaba la bandera de España en sus camisetas. El Barça sólo lleva la catalana, es el ejército simbólico de una nación inventada, frustrada y siempre derrotada, surgida así no del Risorgimento, ni de la Renaixença, sino del Resentimiento, que por eso convierte hasta el más nimio triunfo deportivo en la compensación de una historia cruel, en el estallido de una revancha eternamente esperada.

Ese es el sentido del «més que un club», el de esos fantasmagóricos «Països Catalans» exhibidos por el laportismo como emblema separatista encarnado en el blaugrana de sus almogávares brasileños. El sentido de esa pancarta permanente en el Camp Nou, Catalonia is not Spain, con la que expresan el desprecio que sienten hacia los demás españoles, incluso hacia los muchos idiotas que los jalean desde las ‘realidades inferiores’.

Es muy triste, pero ha sido el zapanazionalismo el que nos ha traído hasta aquí, a esta inquina, a esta quiebra que el mismo ZP, en uno de sus mayores alardes de cinismo, de indecencia, subtitula «Más unidos que nunca». A este encono y antipatía provocados por la chulería neonazi de quienes se creen superiores.

Y que nadie se engañe: ese es el verdadero sentimiento que está detrás del catalanismo, el que les hace pensar que vivimos de ellos, el que les hace creerse más trabajadores -pero los curros duros se los hacían los murcianos y los andaluces, y ahora la morisma-, más europeos, más civilizados, cuando en los últimos tiempos han mostrado el verdadero rostro de una comunidad que ya no es referencia para nada en España, salvo para el ridículo y la exaltación del catetismo. Sólo los movimientos de resistencia a tanta imbecilidad, los de Ciutadans, INN, Asociación por la Tolerancia, Cadeca, Convivencia Cívica Catalana, Profesores por el Bilingüismo y tantos otros, sostienen aún la dignidad de Cataluña.

Por todos ellos siento mucho escribir esto, porque los aprecio y admiro, porque son los mejores de entre los españoles, como los vascos no nacionalistas. Con ellos sí me gustaría compartir esa alegría que, sin duda, sentirán con la victoria blaugrana. Como la compartí en el año 82, cuando la Segunda Recopa, cuando nos echamos a las Ramblas, a una fiesta que, luego, los seguidores del mejor centro del campo que uno haya visto, el de aquel Brasil de nuestro Mundial (Alemao, Sócrates, Falcao, Cerezo y Zico), prolongarían hasta los primeros días del verano. Aquella noche del 82 todos fuimos catalanes. Pero entonces no sabíamos que el estranger éramos nosotros.

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