De obsesiones y naciones

El periodismo no es otra cosa que un relato de la Historia. Y el periodista, quienes tenemos el privilegio de contar para otros lo que nos ocurre a todos, tiene la exigencia ética de recoger lo que la Historia le pone delante. Y a nosotros, desde hace tres años, la Historia nos ha puesto a Zapatero, un político-sigla, una marca comercial de muchas de las cosas más detestables de la posmodernidad.

Para un periodista de opinión, además, ZP ofrece unas posibilidades literarias casi inagotables, porque es una máquina de ocurrencias, de tópicos, de tonterías disfrazadas de grandilocuencia santurrona. Y nunca debiéramos olvidar que la opinión periodística es un género literario, una forma de la retórica clásica en la que la metáfora, la ironía, los neologismos, los dobles sentidos y, en fin, toda la enorme capacidad de la literatura para seducir, se utiliza al servicio de esa narración de lo actual, donde, se lo aseguro, para un verdadero escritor de opinión, lo actual es sólo la excusa, y lo literario, el verdadero objetivo de los dardos y las imágenes. Aunque como ya he apuntado antes, una excusa como ZP resulta –esperemos- irrepetible.

Por eso, probablemente no le falte razón a Mecir, el lector que en la anterior entrega de este blog (“De charnego a ciudadano”) me reprochaba mi dedicación cuasi exclusiva al problema de los nacionalismos y de la enseñanza en España. Y lo hacía, aunque agradezco mucho que otros lectores hayan salido en mi defensa, de un modo muy respetuoso y razonable. Su crítica me ha parecido hecha con la mejor intención. Pero es que este blog, que lleva un año, ha coincidido con una época trágica para España: el daño que dejará Zapatero será de muy difícil reparación. Me pasó lo mismo con la LOGSE (comencé a advertirlo hace quince años, cuando me tomaban por un ‘zumbao’, un inconcebible enemigo de las maravillas que venían: las noticias sobre educación son hoy un parte de lesiones e ignorancia), aunque en eso sí que me parece que Mecir no acierta, pues no he escrito sobre educación desde hace meses (se referirá quizás a mi libro «La enseñanza destruida», o a las entrevistas, pero eso no es el blog).

Les aseguro a todos que echo de menos cuando escribía artículos sobre literatura o sobre la cultura de mi generación. Y que lo que más me gusta es el cine y los discos de Miles Davis, Bill Evans, Coltrane, Dylan, King Crimson, Elis Regina, Brel, Djavan, Serrat , Radio Futura o Diana Krall. Y, por supuesto, la poesía, la forma suprema de la expresión literaria cuyo cultivo debiera ser escuela imprescindible para el columnista, para quien ha de acuñar la intensidad y la precisión como elementos centrales de su oficio.

Procuraré ir ‘colgando’, en la medida de lo posible, otras cosas para dar variedad al blog. Pero, ya lo he dicho, el periodismo de opinión es prisionero de su tiempo. Debe serlo. Detesto esos articulistas que disfrazan su cobardía de ecuanimidad o intereses ‘eternos’. La función del periodista de opinión es agitar, remover, conmover, y sólo así se justifica su ocupación de una tribuna. Y ahora mismo, no le quepa duda a Mecir, estamos sentando las bases del fin de España tal y como la hemos conocido. Y a mí me gustaba vivir sin fronteras, sin zanjas entre nosotros. No puedo sino rebelarme contra esta canallada que va a dejar abandonada a mucha gente. Que ya la ha dejado. Que nos hará más pobres, más mezquinos, más imbéciles, más súbditos.

Y ése es el motivo de que me haya irritado profundamente el comentario de un señor que dice ser como yo (“murciano como tú”, firma) y que me reprocha mi condición de caravaqueño, que es de donde soy, de Caravaca de la Cruz, y mi escasa adhesión a una hasta ahora desconocida para mí “nacionalidad” murciana, con su nación correspondiente, claro. Estas son las consecuencias terribles de la imbecilidad original de las “nacionalidades” constitucionales y de su azuzamiento zapateril. Esta semana que viene volveremos sobre el asunto.

Pero esta es también la prueba, Mecir, de por qué me ocupo de estos asuntos: cuando una región absolutamente española, donde no somos más que eso, de nuestra ciudad y españoles (caravaqueños, cartageneros, yeclanos, lorquinos o murcianos, convivientes en la misma provincia, castellanos al fin, municipales y espesos, como los de Jerez no son de Cádiz), empiezan a brotar naciones, a renegar de nuestra verdadera riqueza, que es vivir juntos en una tierra abierta y de todos, es que el cáncer está haciendo metástasis.

Y para ese “murciano como tú”, sólo decirle que me pienso morir siendo de donde nací, que antes de Pujol y de Montilla era lo normal. Y que nací en Caravaca, y que las rayas de las provincias y las regiones son movibles, cambiantes, hasta la llegada de ZP dependían de la soberanía de todos. Y que hay que procurar que lo sigan siendo y nunca se hagan esencias. Y, por último, que le hace un flaco favor a una región como la murciana, sobre todo cuando una de las razones de su éxito de los últimos años ha consistido, precisamente, en mantenerse ajena a cualquier idiotez nacionalista; es decir, haberse convertido en uno de los escasos sitios donde se conserva memoria de España y a nadie se le pregunta otra cosa que su nombre. Un ambiente vital que perciben muy bien quienes nos visitan. Y que, por eso, si hay algo más tonto que un nacionalista, es un nacionalista murciano. Chaves aparte.

Saludos a todos y disculpen las ausencias.

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