¿Abusos? Llegó el primero/vino el segundo detrás/al poco, cayó el tercero/Les siguieron muchos más/Desde que esta gente le cogió el gusto/a un susto les siguen otro y otro susto.
Hace muchos años, la propaganda oficial acuñó una frase que, en seguida, hizo fortuna: “España es diferente”.
A primera vista, parecía una soberana estupidez. ¡Por supuesto que somos diferentes! ¡Como todas las naciones que en mundo han sido!¡Como si pudiera haber dos exactamente iguales!
Eso parecía claro. Y lo estaba. Al menos, a primera vista.
Hasta que se entraba en el meollo de la cuestión: ¿En qué es diferente España? Pregunta que, bien estudiada, da para mucho.
Como necesario prólogo, voy a dedicar unos párrafos a las guerras.
Ha habido muchas. La Humanidad no ha vivido tranquila un solo siglo. Sin comerlo ni beberlo, los sufridos habitantes del globo se han visto metidos, una y otra vez, en violentos conflictos de los que las principales y más numerosas víctimas, eran ellos. Oscuros intereses, pérfidas ambiciones, odios encontrados… cualquier pretexto era bueno para armar la Marimorena. Y así, hasta ahora.
Exactamente: porque hasta ahora, y sólo hasta ahora, todas las guerras que el personal ha parecido, tuvieron, indefectiblemente, varias cosas en común. A saber:
- 1) Había dos bandos claramente enfrentados; ambos contaban, por lo general, con aliados que les ayudaban a matar más.
- 2) También andaba por allí la sufrida población civil no combatiente. Sin la menor posibilidad de quedarse al margen, la pobre.
- 3) Hasta que no terminaban, no podía saberse quién se llevaría al gato al agua; vamos, quién haría más daño.
- 4) Y, por último, todos los implicados tenían claro, desde el primer momento, quién era el enemigo.
Hasta aquí, me parece que poca discusión cabe.
Pues no señor.
Voy a hablarles de una guerra, la primera en la Historia, que se sepa, en la que no se dan varias de estas características.
Reconozcan conmigo que ha de tratarse de una guerra muy especial.
¡Y tanto!
¡Vaya si España es diferente!
Para empezar, quede claro que padecemos actualmente una guerra. Y de las gordas. Poca duda ofrece esta cuestión.
El enemigo lo tenemos bien a la vista: la golfería, que, unida, está empeñada en acabar con España. Utilizando, como en todas las guerras, cuántas armas puedan ayudarle en su perverso empeño.
Y aquí se acaban las similitudes. Porque la nuestra, en algunos casos, supera en muchos aspectos a las muy divertidas guerras de Gila.
Para empezar, de nuevo su originalidad es manifiesta: únicamente combate un bando. No me digan que esto no se sale de lo normal. Esta es una guerra muy poco seria, me parece a mí.
Eso sí, los agresores tienen aliados. Y muy poderosos: una buena parte de los Medios de Comunicación que, como corresponde a toda contienda, lo primero que están haciendo es negarla. Por si cuela.
También combaten junto al enemigo la Fiscalía General del Estado, el Tribunal de Cuentas, la Presidencia de las Cortes, el Tribunal Constitucional, invasores a cientos de miles, el Partido Popular, la Unión Europea… y algunos colaboradores más, éstos de menor cuantía, pero que también chinchan lo suyo.
Sufrida población civil, sí hay. Y mucha. En esto es en lo único que la nuestra se parece a una guerra como las de toda la vida. ¡Ya es desgracia! Cuando, por fin, aparece algo en lo que somos como los demás, resulta que es precisamente, lo que más daño nos hace.
También ésta es diferente en otro aspecto: no hace falta que acabe para saber quién va a ser el vencedor. Sin nadie enfrente, es difícil equivocarse en el pronóstico: no cabe otro final.
Vamos con la siguiente:
¿Imaginan ustedes que, en el Londres de 1942, con bombas alemanas cayendo del cielo cada dos por tres, una buena mujer, que en la cola del pan oyera a la gente a su alrededor quejarse de la guerra, preguntara: ¿”De qué guerra hablan ustedes? Porque yo no tengo noticia de ninguna”.
Pues exactamente eso está sucediendo en la España de hoy. Una buena parte de la población todavía no se ha enterado de que nos están machacando a modo.
Peor aún: no son pocos los convencidos de que los nazis actuales, en vez de bombas, nos están tirando billetes de cincuenta euros. No han visto uno solo, por supuesto que no (ni lo verán), pero sucede, y esto es lo que más gracia tiene, que seguirán afirmando ¡y tan convencidos! que no deja de caernos del cielo tan saludable lluvia.
En ocasiones, en el interior de las zonas propias ocupadas por el enemigo, los más audaces solían agruparse para combatir desde dentro. La valerosa Resistencia francesa ante al invasor nazi es un buen ejemplo.
Aquí, lo que es resistencia propiamente dicha, la verdad es que no tenemos mucha.
Volviendo a Gila: cuando hacía de detective, solía utilizar un divertida táctica contra el asesino: las indirectas; le decía, cada vez que se cruzaba con él: “Alguien ha matado a alguien…”
Pues algo así, muy parecido, sucede en esta doliente España: Medios de Comunicación, de entre los pocos que no se han vendido a la golfería, de vez en cuando sueltan también alguna indirecta: “Alguien nos está destrozando…”
Vamos, que denuncian, critican las fechorías del enemigo, sí; pero con tan poca fuerza que, en realidad, es como si hablaran en voz tan baja, que apenas les oyen los cuellos de sus respectivas camisas.
Hasta aquí un retrato, lo más fiel de que he sido capaz, de nuestra penosa situación actual.
¿Cabe abrigar alguna esperanza?
De momento, sabemos, ¡y muy bien! cómo no saldremos de ésta.
Algo es algo; volviendo de nuevo al Gila detective: “se ha cometido un crimen en Burgos a las ocho de la tarde. Todos los que a esa hora no estuvieran en Burgos, descartados”
Al menos, no frustremos esperanzas depositándolas en imposibles.
De aquí no nos sacan, ni la Unión Europea, ni las urnas. Por esos dos caminos, no hay nada que hacer.
¡Pues no lo tienen todo atado y bien atado!
Miremos a nuestro alrededor y, como en el chiste, preguntemos:
¿Hay alguien más ahí?
A ver si, por esta vez, hay suerte y nos contestan.