“Rectificar es de sabios”, dijo una persona tras corregir el error que había cometido, convirtiendo lo que debía de ser un acto de humildad, en una manifestación de soberbia, al auto titularse como sabio cuando tan solo unas horas antes había metido la pata hasta los corvejones.
Reconocer los propios errores no es cosa de sabios, sino de humildes, porque si una persona es sabia no comete errores, y si los comete es porque no es tan sabio como presume el refranero.
Si el título de sabio se adquiere mediante la rectificación de los propios errores, entonces, la persona más sabia del mundo, en teoría, sería aquella que más errores hubiese cometido y rectificado.
¿No? ¡Pues, no! Sería un zoquete integral, que, si se dedicase a la política, alcanzaría ´nivel diablo´, y banquillo, ´honoris causa’.
Política, esa palabra tan fea, que cuando la unimos al nombre de madre, la convertimos en suegra.