EL AMOR ES LA SELVA QUE MÁS SALVA
Hay quien no ve las numerosas y variopintas manifestaciones del amor más puro, aunque las tenga delante de sus ojos y no sea un/a invidente de nacimiento. Y es que hay ciegos que, ante la carencia del sentido de la vista, que les ha escamoteado el azar o el destino, han desarrollado o especializado otros, como el del oído (no el del odio) y, gracias a la existencia de sus pabellones auriculares externos, sus orejas, les llegan canales, carreteras, cauces o vías por donde circula el amor sin parar.
La estela o el rastro que deja en los rostros el amor auténtico, fetén, cabe hallarla/o en mil y un actos cotidianos. Abriré el abanico de oportunidades para que cada varilla proceda a dar su propio testimonio: al intentar entender la razón que arguye el otro, ora sea o se sienta ella, él o no binario, aunque esta sea contraria a la que más le convence y defiende, la suya; al esforzarse por no molestar al otro, y tratar de conseguir lo opuesto, divertirlo, sin dañarla/o, bien en su anatomía, bien en su dignidad; al cuidar que no se tropiece y, de resultas de ello, se caiga quien está en la tercera o cuarta edad, u otro tanto le ocurra al que maneja el palo con bola en el extremo para tentar el terreno (conocido o ignoto); al tener un gesto (o una gesta) con la o el que caso bendiga o le alegre el día o lo haga más llevadero (al hacerle, por ejemplo, un comentario halagador: “¡qué guapa/o está hoy!” o “esta mañana estás radiante; fulges tanto como lo hace el mismo sol”, etc.);…
Las muestras de amor son tantas y tan diversas que al abajo firmante de estos renglones torcidos le extraña que sirva para catalogar situaciones tan distintas y distantes. El amor es un omnímodo acaparador, el más estupendo agujero blanco, aunque haya quien tienda a calificarlo de negro, pues engulle todo lo bueno, de ese mercado que es el ancho y ajeno mundo.
Intuyo que la más famosa frase de José Ortega y Gasset (“yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”) fue escrita, tras haber saciado su sed el filósofo con el agua que fluye por el caño en la fuente del amor.
Reconozco que me agrada parafrasear esta cita o píldora genial de Mohandas Karamchand Gandhi, “Mahatma” (“Alma grande”, según denominó al abogado de la no violencia el poeta Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura de 1913): “No hay camino para la paz, la paz es el camino”, decantándome u optando por esta versión: “No hay camino para el amor, amar es el camino”.
Y, para rematar esta reflexión, de modo inmejorable, me ha brotado la idea de escribir los catorce versos endecasílabos que componen el siguiente soneto:
EL AMOR ES LA SENDA QUE MÁS SANA
Solo se aprende a amar, lector/a, amando.
Lo mismo de escribir predicar cabe,
Como a quien gusta hacerlo ya lo sabe;
Y a quien remar prefiere, pues bogando.
Es la rutina lo que va dotando
A la persona ducha en el agave
Qué mezcal o tequila el premio acabe
Ganando del certamen, arrasando.
Nuestros gestos demuestran si egoístas
Somos o en generosos devenimos.
Jamás de los jamases tú y yo vimos,
Al ser nombrados de esa guisa, altruistas.
Tratar, de la mejor manera, al otro,
Es la preponderancia de Otramotro.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com
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