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«No hay mal que por bien no venga» es certeza

Ángel Sáez García 25 Sep 2025 - 14:00 CET
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“NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA” ES CERTEZA

En numerosas ocasiones (fueran estas conversaciones que mantuve con deudos y/o amigos o textos que escribí y llevan mi firma, hubieran visto los mencionados en último lugar la luz en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, u otro sitio o medio) aduje lo que considero verdad radical, irrebatible, incontestable, que la realidad es magnífica y prolífica creadora o generadora de asuntos sobre los que discurrir o disertar, siempre que el hacedor de esas piezas literarias esté sumamente atento, con los cinco sentidos asiduos despiertos, y el sexto, la intuición, especialmente espabilada, alerta, a cuanto sucede en derredor suyo y/o a cuantos sucesos le narran quienes los vivieron (gozaron o padecieron), sus confidentes o informantes.

A las 13 horas y 15 minutos del pasado lunes 22 de septiembre de 2025 este menda (que, aunque escribe a diario, no tiene ordenador ni acceso a internet en el móvil) tendría que haber embarcado en el vuelo al aeropuerto de Tenerife Norte con la compañía IBERIA, pero se quedó en tierra. El vuelo lo había adquirido y pagado servidor el 27 de junio de 2025.

Tras comer en un local o restaurante de Mas (sin tilde) Q Menos del aeropuerto de Madrid-Barajas-“Adolfo Suárez”, invitado por la citada compañía aérea, que acababa de compensarme (por haberme hecho antes la pascua o la puñeta), además, con una tarjeta con la no desdeñable cifra de 400 euros, por no haber podido embarcar servidor en el avión que le correspondía, desplacé la bandeja con los desechos o restos de la comida a una esquina de la mesa, empuñé mi habitual y apreciada herramienta, un bolígrafo BIC azul (algún día, inesperadamente, acaso reciba en mi casa un paquete con cincuenta o cien de los mentados, por la publicidad manifiesta y gratuita que, ordinariamente, hago de ellos en mis escritos, sean en prosa o verso; puede que sea una ironía o puede que esta vez no), extraje de la revista El País Semanal (EPS), que llevaba conmigo para leerla durante el viaje aéreo, dos medias cuartillas gualdas para escribir sobre ellas, y me puse a redactar los renglones torcidos que dieran cuenta por extenso de cuanto me había sucedido en el aeropuerto madrileño.

Está claro, cristalino, que la vida es una pura, dura y continua contradicción; pues, nada más apearme del tren Alvia en la estación de Madrid-Puerta de Atocha-“Almudena Grandes” (procedente de Pamplona, al que yo me subí en la estación ferroviaria de Tudela), sin apenas solución de continuidad, hice lo propio, qué suerte, acceder al cercanías que me llevó a la estación de Chamartín. Y, tras bajar del susodicho, dándome un poco de prisa, porque quedaban dos minutos para que emprendiera la marcha el otro tren de cercanías, con destino a la terminal T4 del citado aeropuerto, sin apenas demora en el intercambio de trenes. Así que, antes de lo que había previsto, a las 10 pasadas de la mañana, estaba en mi destino, haciendo el preceptivo check in y obteniendo mi tarjeta de embarque, en la que, en lugar del número y la letra de mi asiento, aparecían las letras SBY, que luego me enteré qué querían decir, que mi plaza estaba en standby, o sea, en lista de espera, por haber vendido la compañía aérea más plazas de los asientos disponibles, que el vulgo conoce con la voz inglesa overbooking.

La celeridad, en lo tocante al trámite de cambio de trenes, se compensó con el retraso o la premiosidad aérea. Al principio, la azafata de tierra de la puerta del embarque que me atendió me dijo que, seguramente, tendría plaza en el siguiente vuelo, pero, al parecer, este, el de las 15 y media, iba lleno, así que el vuelo se pospuso al de las 18 horas y 30 minutos, que se retardó media hora más por un problema o protocolo de seguridad aérea, ya que dos personas que habían facturado sendas maletas no habían embarcado. Y había que encontrar esos equipajes y retirarlos de la bodega.

Colocando en un platillo de la balanza los pros y en el otro los contras, en mi caso y criterio particular, el intercambio mereció la pena, pues IBERIA me compensó o recompensó bien, con los 400 euros de marras. Empero, dependiendo del viajero y su respectivo parecer al respecto, claro, porque de todo hay en la viña del señor; habrá a quienes esa cantidad dineraria le parezca bastante y a quienes la estimen escasa, como en botica. La pérdida de cinco horas largas de mi primer día de vacaciones, insisto, a cambio de la ganancia de 400 euros más una comida gratis et amore no me parece mal. Pero, desde aquí, ruego encarecidamente a los gerifaltes o jerarcas de la citada compañía aérea que ese menester descrito arriba, en los parágrafos que anteceden, no vuelva a ocurrir conmigo en el viaje de vuelta (por favor, que se beneficie otro pasajero, ora sea o se sienta ella, él o no binario, del chollo o la dádiva).

Al parecer, el seguro de anulación que contraté con Allianz no cubre los eventos por los que la responsabilidad es achacable al organizador del viaje, IBERIA, en el caso que nos ocupa, que fue el causante, al haber vendido más plazas de los asientos existentes.

El primer borrador de este escrito, que contenía el ochenta por ciento del texto resultante, final, lo comencé a trenzar, estando sentado servidor en una silla, sobre las dos medias cuartillas amarillas que coloqué encima de la mesa en la que comí en el restaurante Mas Q Menos, a las 15 horas y 45 minutos. Media hora después, a las 16 y cuarto, lo terminé y firmé.

Dedico esta pieza literaria en prosa a Ana, que fue la divertida, irónica o mordaz azafata de tierra de la oficina, que me dio la buena nueva, tras haberme concedido unos pocos minutos antes otra compañera, la de la puerta de embarque, la mala; a quien le pedí que me dijera su nombre de pila, porque, mientras ella llevaba a cabo la gestión o trámite y me preparó los documentos que presenté en la oficina de la compañía a su otra compañera, la que me atendió arriba, en la zona de facturación, este menda se dedicaba a elaborar mentalmente, metamorfoseando los hechos en palabras, agavillando en parágrafos las líneas que compusieran este texto. Cuando yo le comenté que era mi primer caso de overbooking, la que lucía una sonrisa en la boca y una graciosa horquilla, prendida de su corto pelo negro, me confesó que a ella le había pasado lo mismo, queriendo dar a entender lo contrario. Le comenté que no todo el mundo entendía esa figura literaria que es la ironía.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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