Era el 11 de febrero de 2013 cuando Benedicto XVI comunicó al mundo su decisión de renunciar al ejercicio del ministerio papal. Un evento histórico que ha dejado muchos interrogantes. Una lectura de los hechos presenta al Papa emérito como víctima de presiones y también como alguien incapaz de resistir a las mismas.
En el libro-entrevista «Últimas conversaciones» con Peter Seewald, el periodista alemán le hizo una pregunta explícita a Ratzinger sobre los periódicos que hablaban de «chantajes y conspiraciones». «Son todas absurdidades», respondió perentoriamente el Papa emérito «muy lúcido de pensamiento», sin dar lugar a estas elucubraciones. «Debo decir —añadió— que el hecho de que un hombre, por cualquier razón, se haya imaginado deber provocar un escándalo para purificar a la Iglesia es una historia insignificante. Pero nadie ha tratado de chantajearme. No lo habría ni siquiera permitido. Si hubieran intentado hacerlo, no me habría ido, porque no hay que abandonar cuando uno está bajo presión. Y tampoco es verdadero que yo estuviera desilusionado o cosas semejantes. Es más, gracias a Dios, estaba en el estado de ánimo pacífico de quien ha superado las dificultades. El estado de ánimo en el que se puede pasar tranquilamente el timón a quien viene después».
Hay que notar que Benedicto XVI quiso subrayar lo siguiente: «Si hubieran tratado de hacerlo no me habría ido, porque no hay que abandonar cuando uno está bajo presión». Después de la publicación del libro-entrevista, así como del coloquio con el que termina el hermoso libro biográfico de Elio Guerriero, que además de explicar los motivos de la renuncia contiene también palabras de aprecio por su sucesor, los teóricos del complot reaccionaron diciendo que Ratzinger era un mentiroso: habría renunciado porque estaba bajo fuertes presiones, pero, obviamente, no sería capaz de confirmarlo, porque lo habrían obligado a decir en público lo contrario.
En los últimos tiempos, diferentes teorías se han granjeado algunos patrocinadores, poniendo en discusión, y esta vez de verdad, la tradición de la Iglesia y su divina constitución. Sigue pendiente la pregunta sobre el peso que algunas decisiones personales, nunca puestas por escrito, de Benedicto XVI (como la de mantener el hábito blanco y el nombre papal, así como la decisión de la figura del Papa emérito), han tenido para alimentar, involuntariamente, a los seguidores de la teoría de los dos Papas que después habría degenerado en la teoría del Papa que renunció por chantajes. También queda abierta la pregunta sobre esos visitantes que han ido a ver frecuentemente a Benedicto y después utilizan sus visitas para afirmar exactamente lo opuesto de lo que el mismo Ratzinger ha dicho públicamente.
Ya han pasado seis años desde aquel 11 de febrero de 2013, Festividad de la Virgen de Lourdes, cuando Benedicto XVI anunció su renuncia al Pontificado. Fueron 22 líneas de un texto leído en latín ante los cardenales convocados en Consistorio, en el que en principio solo se iban a anunciar las fechas de canonización de los 800 mártires de Otranto; de la madre Laura, la primera santa colombiana, y de la madre Lupita de México.
Pero los purpurados convocados se quedaron de piedra, algunos se despertaron, cuando comenzaron a oír a Benedicto XVI, que aquel abril cumpliría 86 años: «Os he convocado a este Consistorio, no solo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia… Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino».
La sorpresa fue mayúscula, hasta el punto de que ni el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, sabía nada y tuvo que ir corriendo a la Oficina de Prensa para redactar un comunicado de urgencia. Solamente los dos secretarios del Papa y algún allegado conocían la decisión de Benedicto XVI.
El día 11 de febrero era fiesta en el Vaticano y no había actividad alguna. Fue una fecha escogida a propósito por el ya Papa emérito.
La renuncia de Benedicto XVI al ejercicio del oficio de Obispo de Roma, y como tal, Papa y sucesor de san Pedro, constituye un hito en la historia de la Iglesia católica. Con tal motivo se han recordado algunos supuestos precedentes si bien es cierto que tan sólo puede considerarse como tal el de Celestino V (1215–1296), quien además de renunciar reguló canónicamente dicha posibilidad.
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