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Acaso sea la única certeza

Ángel Sáez García 08 Jul 2025 - 14:00 CET
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ACASO SEA LA ÚNICA CERTEZA

QUE LOS SERES HUMANOS ABRIGAMOS

Acaso sea la única certeza irrefutable que los seres humanos abrigamos, que vamos a morir indefectiblemente. No sabemos todavía cuándo, dónde ni el porqué, el motivo, pero sí que expirar será nuestro último acto, el que corone nuestras vidas.

Podemos aseverar, sin ningún temor a errar, que el hecho de que seamos entes mortales iguala a todos los especímenes de nuestra especie. La muerte no hace distingos entre ricos y pobres, varones, hembras y no binarios, viejos y jóvenes, de una religión o de otra, de una procedencia o de otra, de una raza o de otra, de una cultura o de otra, de unas ideas o de otras, de unos gustos o de otros. Qué razón tienen los versos de esa oda de Horacio que dicen así: “Pallida mors aequo pulsat pede pauperas tabernas regumque turres”, o sea, la pálida muerte golpea con igual pie las chozas de los pobres y las torres de los reyes. Y le sobra razón a Celestina, cuando, en el acto IV de la inmortal tragedia de Fernando de Rojas, asegura que “ninguno es tan viejo que no pueda vivir un año, ni tan mozo que hoy no pudiese morir”.

Nadie sabe por qué, tras un accidente de coche, en el que viajábamos seis personas, murió mi hermano José Javier, que lo hizo, qué contradicción, sí, el día de Navidad de 1978; y de los cinco restantes ocupantes del turismo, solo “Fitín” y este menda aún seguimos vivos.

Nadie sabe por qué, tras un accidente de avión, murieron todos los tripulantes y los pasajeros menos uno. Está claro, cristalino, que al que sobrevivió no le había llegado todavía su hora fatal, letal.

Bueno, pues, seguramente, el atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella, él o no binario, de estos renglones torcidos se preguntará a qué vienen los parágrafos precedentes. Le contesto a continuación. A que el sábado 28 de junio de 2025 en la página 3 del suplemento Babelia de EL PAÍS leí la breve reseña que Domingo Ródenas de Moya escribió sobre “Ahora y en la hora”, de Héctor Abad Faciolince, donde el citado crítico literario dejó escrito, negro sobre blanco, esto: “La hora de nuestra muerte que, citando el Ave María, evoca el título es la del autor, la muerte que le aguardaba en una pizzería de la ciudad ucrania Kramatorsk el 27 de junio de 2023 por obra de un misil ruso y a la que burló al cambiar su asiento con la escritora Victoria Amelina. Sellado por el azar trágico el intercambio de destinos, el superviviente Héctor Abad levanta un escalofriante testimonio de culpa y responsabilidad, una denuncia rotunda de los crímenes del expansionismo ruso y un conmovedor homenaje a la colega que vio truncada su vida en su lugar. No es un libro circunstancial sino una inmersión en la fragilidad de la vida humana que posee valor permanente y produce un efecto catártico”.

Y a que un día más tarde, el domingo 29 de junio, en el artículo “A saber dónde nos espera la Muerte”, de Rosa Montero, publicado en la página 82 de EL PAÍS SEMANAL, se lee escrito, negro sobre blanco, en el último párrafo de su columna, esto: “(…) El 7 de diciembre de 1983, a las 9.50, colisionaron en el aeropuerto de Barajas, Madrid, un vuelo de Iberia con destino a Roma y uno de Aviaco que iba a Santander. Hubo 93 muertos y 42 heridos. En el avión de Iberia había dos asientos vacíos: el del fotógrafo de EL PAÍS Chema Conesa y el mío. Íbamos a Roma a entrevistar al presidente Sandro Pertini, pero la enfermedad de una amiga mía me hizo llamar a Chema la noche anterior, apenas 10 horas antes de despegar, y pedirle que cambiáramos el vuelo por otro algo más tarde. En fin, a saber dónde me esperará la Muerte, pero gracias”.

Nota bene

Aunque ya había firmado el texto (gracias a Domingo y a Rosa, por sus contribuciones), me han nacido unas ganas irrefrenables de añadir estas líneas. No tengo miedo a la muerte, sino al dolor, a que no halle un analgésico y el dolor que sienta me martirice los últimos días u horas de mi vida. Me sirvieron y aún sirven los renglones inolvidables que leí en la “Carta a Meneceo”, de Epicuro, traducida por Carlos García Gual: “Así que el más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos”.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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