El desprecio de Estados Unidos hacia nosotros

Pocas veces una noticia me ha producido tanto repelús, rebeldía e indignación. Hillary Clinton ha pedido perdón públicamente por las pruebas que científicos de EEUU realizaron sobre cobayas humanos en Guatemala. La repulsa hacia los culpables sólo puede ser tan grande como la pérdida de la fe en la especie humana. Me pregunto si desde que el primer gramo de inteligencia asomó en la mente del primer cavernícola habíamos retrocedido tanto.

¿Qué sentimiento de desprecio sobre el semejante tendrían quienes ordenaron inocular y quienes inocularon diversas enfermedades sobre pacíficos, y me imagino que iletrados e indefensos, guatemaltecos? Estos hechos no hablan de gente vulgar, que sin preparación o experiencia vitales agreden a semejantes; no se trata de un tendero del medio oeste o de un conductor de metro de Nueva York cuya limitada vida pudiera, tal vez, carecer de perspectiva suficiente sobre el bien y el mal. Quienes dieron las órdenes eran políticos supuestamente preparados, que no deberían haber caído en repugnantes actos de este tipo, y quienes los llevaron a cabo eran científicos altamente especializados que debían haber tenido en cuenta que trataban con seres humanos tan dignos y respetables como ellos, cuyo honor ultrajaban y de cuya indefensión se aprovechaban indecorosa y vergonzantemente.

La impunidad con que un gobierno puede “trabajar” con súbditos de otro país, exponiéndolos a graves enfermedades, es una variante del más despreciable racismo, del más hiriente menosprecio a la dignidad de una persona por pertenecer a otra raza o a otra cultura y del culpable sentimiento de superioridad ética o moral. La sensación de indefensión, de que en cualquier momento podemos quedar expuestos a las “gracietas” de un gobierno poderoso, pues no se trataba de científicos locos ni incontrolados, se apodera del indefenso ciudadano que ve cómo las personas carecemos de importancia ante supuestas necesidades (¿o debería decir “necedades”?) caprichosas del alguien con poder suficiente, que ve cómo no es nada ante los deseos de manipulación de quien tiene en sus manos los resortes adecuados para ello.

Y es doloroso que ese repugnante papel lo haya ejercido quien pretende liderar al mundo libre, quien se dice cabeza de la democracia y del respeto a los Derechos Humanos, quien se cree sacrosanto sacerdote de la cultura mundial, quien se considera limpio para imponer sus criterios éticos, políticos y militares a todos los demás países del orbe. ¿Con qué autoridad moral?

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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