Tijeras de hielo

Caen tijeras de hielo sobre la meseta y las calles se vacían. A lo lejos una ventana titila y de ella sale una débil luz que disputa inútilmente contra la niebla. Henchida y satisfecha, la niebla colma todos los espacios de la ciudad queriendo apropiarse de ella. Se abraza a las pilastras de los soportales y quiere ser parte de los edificios y monumentos. Quiere ser la Catedral y la torre calada de San Miguel. Quiere ser Palencia y quiere ser piedra y ser Historia.

En los Jardinillos se entretiene entre rincones y penumbras; deambula, disfrutando y gozando la noche entre la naturaleza postiza y las murallas de San Pablo; se acerca a la estación y quiere ser tren y quiere ser viaje; contradictoria y humana, quiere irse y quedarse, ser noche y hacerse alba. Humedad helada, penetra bajo la piel de Palencia y deja su semilla de hielo para el día siguiente. Si es que amanece.

Si es que amanece quiere sentir la plaza de abastos en el momento en que se descorre el primer candado y la despensa de Palencia se llena antes de que la noche se rompa, quiere empaparse de Palencia y ser una más, mezclarse con menestrales y empresarios, operarios y vendedores, y aprender el lenguaje de la noche y el discurso del esfuerzo y maldecir con ellos el frío de diciembre. Ennoblecida busca la salida y asciende.

Arriba, entre los fanales de calles o plazas, pretende disimular y parece hacerse más liviana y trasparente. Junto a ellos se disfraza de oro y reflejos para no molestar y parece casi que no existiera. Abajo, en la calle, definitivamente embaucadora, confunde los ojos de un solitario que trasnocha a la búsqueda del sueño perdido y le despista para que pierda su rumbo. Se aposta en las esquinas que llevan hasta el río y reclama al forastero con mirada vanidosa y sensual. Le enseña Puentecillas y le pasea por el Puente Mayor. Quiere ser Palencia y quiere ser agua que baja por Castilla.

La niebla baja por Castilla buscando al padre Duero y en Villamuriel hinca la rodilla asombrada ante el cimborrio que preside Santa María la Mayor, eterna duda de piedra entre gótico y románico, templaria indecisión que supo librarse de las iras comuneras. Quiere ser palentina y se detiene en el Escorial de Barro y envidia la pluma de Gómez Manrique para adorar al Niño. En Calabazanos bebe las páginas del Auto de los Reyes Magos y no pide más, sale al sol y a la mañana. En ellos se desvanece y desaparece. Ya es Palencia.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

Lo más leído