El marido de Begoña juega con ella y con sus ambiciones como un gato con un carrete.
El retrato político de Yolanda Díaz ha sufrido un deterioro gradual, pero en los últimos días este proceso ha cobrado velocidad, casi como si se tratara de una combustión espontánea.
Lo que inicialmente se pensó como un golpe maestro contra Pedro Sánchez se ha convertido en un boomerang que ha golpeado con fuerza a la vicepresidenta segunda y a la ya delicada paz interna de Sumar.
Detrás de esta situación no hay solo una nueva escaramuza en el Gobierno Frankestein; se trata de un capítulo crucial en la discusión subyacente acerca de si Díaz podrá volver a ser la candidata de uno de los dos partidos de la extrema izquierda. Su margen ya era estrecho; tras este episodio, es aún más reducido.
El farol que salió mal
La secuencia es bien conocida en los entresijos políticos de Madrid:
- Sumar impulsa públicamente la idea de una “remodelación urgente” del Gobierno, presentando esta jugada casi como un ultimátum para Sánchez.
- Desde el círculo cercano a Díaz se plantea la iniciativa como un jaque dentro del Ejecutivo, un aviso contundente al socio mayoritario.
- Al mismo tiempo, se alimenta la percepción de que la vicepresidenta está dispuesta a tensar la cuerda hasta el límite, justo en medio de una crisis interna del PSOE.
El problema surge cuando el mensaje se desinfla en cuestión de horas. La propia dirección de Movimiento Sumar, a través de su coordinadora general Lara Hernández, se ve obligada a aclarar en televisión que Yolanda Díaz “no ha planteado en ningún caso una ruptura del Gobierno”, sino simplemente una remodelación del Consejo de Ministros. La épica del jaque se transforma, repentinamente, en una demanda por cambios de cartera y un “nuevo rumbo programático”.
En términos prácticos, lo que se suponía iba a ser un órdago se convierte en un farol mal calculado porque la presión sobre el PSOE queda debilitada, el ruido interno dentro de Sumar aumenta y la imagen de Díaz pasa de ser la de una lideresa firme a la de una dirigente descolocada, incapaz de sostener el pulso que ella misma había promovido mediáticamente.
Desde ese momento, el relato que resuena en muchos despachos es claro: Díaz ha sobrestimado su fuerza y subestimado el cansancio dentro de su propio espacio político. Y, así, la erosión del poder de la vicepresidenta no comienza ahora. El proyecto Sumar nació como un paraguas amplio para la izquierda radical enemistada con Podemos, pero en poco más de un año ha cosechado malos resultados en Galicia, País Vasco, Cataluña y las europeas, lo que llevó a Díaz a dimitir como líder tras la debacle electoral. Además, la salida de Podemos del grupo parlamentario y posteriormente el traslado al Grupo Mixto por parte de fuerzas como Més-Compromís, han dibujado el panorama de una coalición deshilachada donde cada socio actúa por su cuenta. Y, por último, el intento por parte de Sumar de establecer un perfil propio dentro del Gobierno choca con un creciente malestar entre los aliados que ya hablan abiertamente sobre las dificultades para “gobernarse a sí mismos” durante votaciones clave.
En este contexto, la figura de Díaz ya no actúa como pegamento; más bien se convierte en uno de los factores generadores de fricción. En el Congreso, ha tenido que afrontar derrotas simbólicas como el rechazo a su gran bandera, la reducción de jornada laboral, desestimada por falta del apoyo suficiente. Por ello, varios partidos dentro del espacio reconocen que la vicepresidenta «sale debilitada» tras estos episodios, aunque evitan abrir un debate público sobre su candidatura para no agravar aún más la crisis durante esta legislatura.
Con este cúmulo de problemas, el dilema de Yoli es doble: pierde autoridad tanto hacia afuera, frente al PSOE, como hacia adentro, en un Sumar que ya no la considera una líder.
