Parece que la defensa a la autodeterminación del pueblo saharaui ha sido, por una vez en mucho tiempo, un nexo para el pueblo español. Las excepciones, sin argumento alguno, caen por su propio peso.
Son curiosas las analogías que presenta la historia y la importancia de estudiarlas. En este sentido, conviene recordar cómo también, en noviembre de 1975, dando la espalda a los compromisos contraídos con el pueblo saharaui, se firmaban los Acuerdos Tripartitos de Madrid.
La presión de Estados Unidos, el chantaje marroquí, la inmigración… son el común denominador que, siguiendo la fábula de la ‘Zanahoria y el burro’ nos distrae del verdadero foco de atención: los acuerdos tácitos o secretos que se firmaron entonces y que, probablemente, se hayan firmado ahora.
Hasta octubre de 1975, la autodeterminación del pueblo saharaui era una propuesta en firme que había estado encima de la mesa. Su máximo valedor, Franco, estaba agonizando. Era el momento más oportuno y pacientemente esperado por Hassan II para mover ficha y hacer jaque mate al rey. Nunca mejor dicho.
El trono del jefe del Estado en funciones, Juan Carlos de Borbón, estaba en juego. Según los informes de la CIA, nadie apostaba por él. Juan “el breve” le llamaban. No lo quería ni la izquierda, más acorde con la república; ni la derecha, fiel al legado de Franco. Incluso su capacidad para liderar el país era cuestionada a nivel internacional. Su futuro dependía, en definitiva, del apoyo estadounidense cuyo secretario de Estado, Henry Kissinger, desde la sombra, manejaba los hilos de la política marroquí con respecto al Sáhara.
El anuncio por Hassan II de la Marcha Verde, provocó una situación de máxima tensión en la zona. Si Hassan II se quedaba sin el Sáhara, la caída de la monarquía alauí se daba por hecho. De suceder, su posible inclusión en la órbita soviética, en plena Guerra Fría, sería contemplada con sumo desagrado e inquietud por Washington.
Por otro lado, si se llegaba a un conflicto armado entre Marruecos y España, una grave crisis política se proyectaría sobre España, haciendo tambalear los cimientos de una joven e incipiente monarquía. Una peligrosa interrogante planeaba sobre la ansiada Transición. El acuerdo Tácito estaba servido. El Sáhara se convirtió en moneda de cambio.
De manera análoga, en la actuación de Sánchez y Albares, se repiten muchos de los factores de entonces. El giro de 180º, el secretismo, la unilateralidad en la toma de decisiones, la traición… Las contradicciones y la falta de información que en 1975 sembraron todo un camino de incertidumbre, vuelven a repetirse. Si Sánchez se ha posicionado del lado de Marruecos, existiendo otras alternativas viables, ¿por qué? ¿a cambio de qué? Falta información; algo falla, se oculta o se nos escapa…
¿Se llegará a filtrar a la prensa?
Sea cual fuere la respuesta, en ambos casos, en vez conjugar un Sáhara independiente con la salvaguarda de los intereses de España, perfectamente compatibles, parece ser que las exigencias de terceros países siempre prosperan.
Gemma Esteban Dorronzoro es Historiadora. Doctoranda UCM.
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