La ficción supera a la realidad en ciertas ocasiones. Es fácil buscar paralelismos en el cine, en la literatura, en la historia, en el arte para indicar que la realidad ha tenido su origen en obras, que no son siempre los hechos los que se imponen a la narrativa. Y sin embargo, puede parecer paradójico que sea así. Ahí tenemos el testimonio de las religiones del libro. La biblia es un compendio narrativo de lo que no sucedió, que se impone a lo que sucedió. Y así ocurre, que la narrativa se erige en substituto de la realidad, la reifica a conveniencia del mensaje, como si el contenido del mensaje no fuera más que una narrativa. La diferencia entre los textos bíblicos y los hechos reside en que aquellos son fuente de la imaginería. Perdido el contenido en la narrativa, el mensaje pasa a ser no ya un sucedáneo de lo real, sino un mensaje polimórfico que lo mismo sirve para una interpretación que para la contraria, lo mismo sirve a uno que a otro, a cualquiera que adopte la posición contraria a una mente analítica.
No es necesario señalar que los principales vicios humanos están vivos en el teatro clásico, y también, sin duda, sus virtudes, pese a que estas tienen menos predicamento porque al ser humano le fascina el mal, porque le resulta incomprensible, y le sorprende el bien, porque resulta anecdótico. A un comisario de homicidos al que le dije que no daba crédito a que una persona hubiera matado a su hermano, de forma escueta me contestó: «El mal existe».
Poco se puede avanzar en la explicación simple y sencilla sobre el mal. A menos que puedan establecerse sus causas, a menos que se conozca el periplo que encadena a unos individuos con otros en una organización mafiosa, donde impera la omertá. A algunos les parece sobrenatural. Maritain, un autor católico, escribió un libro, en este sentido: Y Dios permite el mal. Si no existiera el mal, tampoco podría conocerse la virtud. Se exigen mutuamente. Es frecuente que la muerte, la ultratumba, revivir de los muertos forme parte de la cultura hasta el punto de que pueda convertirse en una fuente de ingresos, como los pobres lo son de la riqueza de quienes les estafan, y puede ser que la muerte ajena –y siempre es ajena, toda vez que la nuestra no la podamos narrar– suponga un incentivo para los vivos para vivir. El muerto al hoyo, el vivo al bollo.
Y hete aquí que un muerto viviente sigue disfrutando de su condición de presidente del gobierno, con todos los honores. Hétele aquí entre los vivos mientras los españoles vivimos muertos social y económicamente en una España que busca muertos en las cunetas o cambia a los muertos de tumba. Se hace propaganda del enfrentamiento y se invita desde todos los medios y, por supuesto, desde el gobierno, al odio. Aquí tenemos la miseria moral de la propaganda propalestina, financiada por la yihad islámica, que abona los servicios prestados por esbirros islamistas y compañeros de viaje, en barcos vacíos. La tensión de la flotilla frente a quien todavía les trata como seres humanos, en lugar de apostar por una aplicación estricta del código militar.
El humo espeso impide ver, pero además agota el aire que respiramos, nos quedamos «Sin aliento» como en aquella película de Jean-Luc Godard donde Jean Pol Belmondo, un icono sexual, huye tras un asesinato. En España el filme se tituló «Al final de la escapada». Las similitudes entre los indicios de la película y la realidad política española es abrumadora. Está invitado el lector a verla.
El cine es una fuente inagotable que basa sus argumentos en la imaginación inexpugnable de sus autores que busca, sin perdón de sus espectadores, sumirlos en un universo paralelo como en la política donde se trata de lavar los cerebros, dejarlos limpios como la patena, esa bandeja pequeña y dorada, donde se deposita la hostia durante la celebración eucarística. De ahí, aquello de tragar ruedas de molino, como hostias.
De Sánchez se ha dicho de todo, desde psicópata, a mentiroso compulsivo, desde mentiroso compulsivo, a desmemoriado, a corrupto y criminal. Es la versión más avanzada del estalinismo político. En lugar de borrar a Trotski como Stalin, Sánchez borra su propia memoria, para que coincida plenamente con lo que le conviene al momento. Se agacha frente a los podersosos con risitas nerviosas, con cara de perro lametón, no ya porque no tenga ningún principio moral que practicar, si no porque forma parte de esa estrategia tenaz, de hacer de su relato, lo real. ¿Cómo podría si no haber vivido de la prostitución y resultar esclavo de la dominatrix que compromete su posición y multiplica sus desvaríos en búsqueda de prestigio?
Sánchez mismo es una ficción. Pero una ficción que padecemos. Como tantas. Como aquella de los conversos catalanes que aplican la sharia en catalán, los criminales de Ripoll, la célula de 10 jóvenes socializados en la cultura occidental, con un conocimiento rudimentario del islam. Inasimilados e inasimilables, a cuenta de su conducta con la mujer.
¿No viven las mujeres de la venta por encargo de sus cuerpos, disfrazadas tras una cárcel de tela, cumpliendo la doctrina de la sumisión islamista?. Anular a la mujer con el hijab, imponer la doctrina Halal, defender el Corán en substitución de la ciencia. Mira por donde, que acostumbrados a su tribu, estos catalanes de adopción estaban impedidos de acceder a hembras indomeñables, de desconocida libertad. ¿Cómo es posible que una hembra pueda decir que no al deseo del macho?. Y ahí andan sueltos los asesinos de mujeres que dicen que no. Y el miedo cunde. Porque en su tribu los jóvenes son pasivos en la adolescencia, se arriman a jóvenes, heteros imaginarios en la adultez y pederastas en la senectud, como los bacha bazi talibán. Practican la sexualidad como mercancía. Que le preguntaran al Goytisilo marica que alimentó a su proveedor. Las mujeres para reproducirse, los niños para gozar. No existe conciencia de sí mismo. ¿Qué dios permitió que la próstata tuviera acceso masturbatorio por vía anal?. Con el protestantismo se conoció la ausencia de culpa. Con el islamismo se ha conocido la ausencia de conciencia. Una mejor extinción que el sentimiento de culpa, que requiere un estado de conciencia. Sánchez, carente de conciencia, contra la islamofobia. No será el primer islamista que practica la Taqiyya. Un pretexto ideal para alimentar a los nuevos mercaderes de esclavos, ahora ilustrados de ONGs.
La estrategia de Sánchez consiste en aplicar el mal mientras sonríe maliciosamente, son sus carcajadas en el Congreso sobre la corrupción en el día de la chistorra o cuando las provoca indicando que su gobierno es el más decente de toda la Unión Europea y lo dice este delincuente profesional que ha reconocido cobrar en sobres, como aquellos sobres de los puticlubs de su suegro que amañaron su historia, por no repescar las «tarjetas black» de Caja Madrid donde fue consejero. Niega la muerte como afirma el dinero. ¿De qué le iba a convencer visualizar las prácticas terroristas del 7 de octubre?. «Lo importante es que el dinero sea legal», un atributo absurdo sobre el tránsito del dinero en la economía que puede ser legal o ilegal por su empleo y según quien lo dá y quien lo recibe y por qué. ¿Cómo no iba a ignorar la limpieza étnica que practica sobre sus conciudadanos Hamás, con la sola atribución de ser confidentes de Israel? Sánchez expresa mejor que Melenchón el islamocomunismo, la ausencia total de conciencia. A no ser que su conciencia sea la búsqueda incesante de tener éxito con cualquier deseo. Es ese tipo de perversión que alimenta la pedrofilia.
Pedro Sánchez, digno émulo de ese canalla de Zapatero, roba, roba y no para de robar. Y proclama medidas contra la corrupción, como contra el dinero en efectivo. Un padrino nunca toca el dinero, tampoco se mancha las manos de sangre. Sánchez tiene su Koldo, como Ábalos y Cerdán. El Capo de la mafia asiste a su defenestración proponiendo lo inimaginable, un salario mínimo para todos los ciudadanos de la Unión Europea. Habrá gente que le crea, todos de la secta socialista. Es una llamada a la invasión de Europa que alimente las arcas electorales con el voto foráneo mientras los europeos van perdiendo su democracia y su desarrollo.
Es inagotable la mercadotecnica de este figurante, otra «boutade» para despistar, para salir de forma ingeniosa del ocaso en el que se encuentra. Busca morir matando, como en las partidas del ajedrez que todos piensan en que el jugador tiene una estrategia cuando sacrifica sin sentido todas sus piezas hasta que al final la realidad supera a la ficción. El delirio de Hitler de que poseía un arma definitiva. Odia ser un perdedor. Como todos los narcisistas llora cuando pierde. No entiende que la derrota tiene que ser su sino. A veces la historia cuelga de los pies a sus perdedores.
