¿Quién iba a pensar que un simple aumento de temperatura en el suelo podría poner patas arriba lo que sabemos del cambio climático? Científicos de todo el mundo están descubriendo que los suelos no solo son el escenario donde crecen las plantas, sino también actores principales en la liberación de gases de efecto invernadero como el CO₂ y el metano, mucho antes de lo previsto por los modelos actuales.
A día de hoy, 18 de septiembre de 2025, la comunidad científica mira con asombro los resultados de nuevos experimentos de calentamiento del suelo. Basta con elevar la temperatura unos pocos grados para que los microorganismos aceleren la descomposición de materia orgánica, liberando grandes cantidades de gases que contribuyen al calentamiento global. Lo curioso es que este proceso ocurre a velocidades insospechadas, desafiando las proyecciones de los modelos climáticos tradicionales, que suelen subestimar la rapidez de estas emisiones.
Así funcionan los experimentos de calentamiento del suelo
Estos ensayos no son precisamente como una clase de ciencias de secundaria: hablamos de parcelas de terreno equipadas con sistemas de calefacción subterránea, sensores de humedad y temperatura, y cámaras de gases automatizadas. Los científicos calientan el suelo entre 2 y 5°C por encima de su temperatura normal y monitorizan en tiempo real la liberación de CO₂ y metano.
Lo que han observado resulta inquietante: el incremento de temperatura provoca que los microbios del suelo se vuelvan hiperactivos, descomponiendo la materia orgánica a mayor velocidad y liberando más gases. En algunos casos, la cantidad de CO₂ emitido es hasta un 30% superior respecto a suelos no calentados, y el metano —mucho más potente como gas de efecto invernadero— puede multiplicar sus emisiones en suelos húmedos o en proceso de deshielo, como ocurre en el permafrost ártico.
Además, estos experimentos han detectado que el fenómeno de retroalimentación es más inmediato y pronunciado de lo esperado: al calentarse el suelo, se liberan más gases, lo que a su vez incrementa el efecto invernadero y provoca más calentamiento, creando un círculo vicioso que puede acelerar el cambio climático.
Modelos climáticos bajo revisión: ¿qué estamos subestimando?
Durante décadas, los modelos climáticos han intentado anticipar cómo responderán los diferentes componentes del sistema terrestre ante el calentamiento global. Sin embargo, la mayoría de estos modelos han tratado los suelos como una especie de “almacén” de carbono relativamente estable, asumiendo que la liberación de gases sería gradual y predecible.
Los nuevos experimentos demuestran que, en realidad, la respuesta del suelo puede ser mucho más sensible y rápida. Esto significa que podríamos estar subestimando la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero provenientes del suelo en las próximas décadas, especialmente en regiones vulnerables como el Ártico, los trópicos y zonas agrícolas intensivas.
El ejemplo del permafrost es especialmente ilustrativo: este suelo congelado almacena el doble de carbono que toda la atmósfera. Cuando se descongela, los microbios lo descomponen y liberan CO₂ y metano a la atmósfera. Lo alarmante es que algunos estudios ya indican que cerca del 30% de la zona ártico-boreal ha pasado de ser un sumidero a una fuente de carbono, acelerando el calentamiento global más de lo previsto.
Implicaciones para políticas y salud ambiental
El impacto de estos hallazgos va mucho más allá de la ciencia básica. Si los suelos pueden liberar gases de efecto invernadero a un ritmo tan acelerado, los compromisos actuales de reducción de emisiones y las estrategias de mitigación podrían quedarse cortos. Políticas como el Acuerdo de París, que buscan limitar el aumento de temperatura global, podrían necesitar revisiones urgentes para incorporar estas nuevas dinámicas del suelo.
Esto afecta directamente a sectores clave:
- Agricultura: prácticas como la gestión del arrozal y la aplicación de enmiendas minerales (por ejemplo, meteorización mejorada de silicatos) están siendo evaluadas para reducir emisiones y aumentar el secuestro de carbono.
- Monitoreo ambiental: es imprescindible invertir en nuevas tecnologías para medir en tiempo real las emisiones de gases del suelo, combinando satélites, sensores y modelos avanzados.
- Salud pública: el aumento de gases de efecto invernadero implica más episodios de calor extremo y peor calidad del aire, lo que puede agravar enfermedades respiratorias y cardiovasculares.
¿Un reto o una oportunidad para la innovación?
La ciencia aplicada ya busca soluciones. Proyectos como EWRECA, que estudian la meteorización mejorada de rocas silícicas en arrozales, exploran cómo maximizar el secuestro de carbono y, al mismo tiempo, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero desde el suelo. Además, se promueven prácticas de agricultura regenerativa y el desarrollo de tecnologías de emisiones negativas para contrarrestar la liberación acelerada de gases.
Algunas propuestas incluyen:
- Aplicación de materiales ricos en silicatos para capturar CO₂ en el suelo.
- Rotación de cultivos y aumento de cobertura vegetal para mantener el carbono bajo tierra.
- Creación de políticas que incentiven la reducción de emisiones agrícolas y promuevan la restauración de suelos degradados.
Curiosidades científicas y anécdotas del subsuelo
- El suelo es uno de los mayores reservorios de carbono del planeta, superando incluso a la biomasa vegetal y los océanos.
- En el Ártico, los científicos han instalado sensores bajo tierra… ¡alimentados por energía solar en pleno invierno polar! El resultado: datos que han dejado helados a los modeladores climáticos.
- El metano liberado por suelos húmedos y en descomposición puede prenderse fuego, y en Siberia existen cráteres formados por explosiones de gas bajo la tundra.
- Algunos microbios del suelo pueden “hibernar” durante siglos y despertar cuando la temperatura sube, desencadenando emisiones inesperadas.
- Las lombrices de tierra, a pesar de su fama de “mejoradoras del suelo”, también contribuyen a la liberación de CO₂, aunque en menor medida que los microorganismos.
El suelo, ese “universo oculto” bajo nuestros pies, está demostrando ser mucho más dinámico y crucial de lo que imaginábamos. En la carrera contra el cambio climático, mirar hacia abajo podría ser tan importante como mirar al cielo.
