Arrancar hablando de “tirar de la manta” estos días es casi inevitable.
El país vibra al ritmo de investigaciones, escándalos y comparecencias: Koldo y Ábalos imputados, Cerdán en la cárcel y una sensación generalizada de que el Gobierno de Pedro Sánchez y el PSOE podrían estar ocultando más de lo que muestran.
Las tertulias repiten el término como si fuera nuevo, pero lo cierto es que esta expresión lleva siglos desenmascarando secretos, aunque su origen es mucho más oscuro de lo que parece.
La expresión “tirar de la manta” aparece hoy en medios y conversaciones cada vez que alguien amenaza con destapar un entramado oculto, especialmente en casos de corrupción política.
La imagen es poderosa: alguien tira del extremo de una tela y deja a la vista lo que otros preferirían mantener tapado.
Pero, ¿qué manta es esa?
¿Y quién decidió que tirar de ella era sinónimo de delatar o revelar secretos inconfesables?
El origen nos lleva a una España convulsa, en plena persecución religiosa y obsesionada con la pureza de sangre.
En el siglo XV, tras la expulsión oficial de los judíos en 1492 por orden de los Reyes Católicos, muchos optaron por convertirse al cristianismo para evitar el exilio.
Sin embargo, la sospecha sobre los llamados “conversos” nunca desapareció del todo.
Los católicos viejos empezaron a exigir pruebas de limpieza de sangre para cargos públicos y religiosos. Así nació una práctica que hoy resultaría impensable: colgar grandes lienzos —llamados popularmente “mantas”— en las parroquias navarras, donde figuraban los apellidos y nombres de familias sospechosas o directamente señaladas como descendientes de judíos conversos.
La catedral de Tudela se convirtió en símbolo de esta costumbre: allí se expuso una enorme manta con más de 200 familias identificadas.
Revisar esa lista —literalmente tirar de la manta— era investigar quién no era “cristiano puro”, sacando a la luz datos que podían condenar socialmente a toda una familia durante generaciones.
La Inquisición, los censos y el arte del chivatazo
No es casualidad que la expresión surgiera en la misma época en la que el Santo Oficio de la Inquisición imponía el miedo y alentaba la delación. Se perseguía no solo a judíos conversos, sino también a descendientes de moros o penitenciados por delitos religiosos. El clima era tan tenso que cualquier pista —un apellido en una manta, un rumor entre vecinos— podía bastar para iniciar una investigación. La tela colgada no solo informaba: servía como herramienta para “tirar” (metafórica y físicamente) e ir tirando del hilo hasta llegar a las raíces familiares más remotas.
La crudeza del origen contrasta con el tono casi jocoso con el que hoy se usa “tirar de la manta”, pero su significado permanece intacto: descubrir aquello que otros quieren esconder. Basta recordar cómo ha cambiado su uso:
- En origen, “tirar de la manta” era abrir registros públicos para buscar impurezas religiosas.
- Hoy, es sinónimo directo de destapar secretos incómodos —muchas veces relacionados con corrupción política—.
Curiosidades y datos locos
Más allá del drama histórico, esta expresión ha dejado algunas anécdotas y curiosidades dignas de un museo del disparate lingüístico:
- Las mantas no eran mantas corrientes: eran enormes lienzos o tapices colgados bien visibles en iglesias navarras, donde cualquiera podía leer quiénes eran considerados conversos o sus descendientes.
- El término “manta” se popularizó tanto para designar estos tapices como para otras listas negras menos oficiales.
- Aunque surgió con un sentido terriblemente discriminatorio, hoy se utiliza casi siempre en clave política o judicial.
- En pleno siglo XXI, aún se conserva el famoso lienzo original expuesto en 1610 en la catedral de Tudela, una reliquia histórica cuya sola existencia da escalofríos.
- El idioma español es especialmente fértil en expresiones nacidas del miedo o la picaresca; “tirar de la manta” comparte este linaje con otras como buscar tres pies al gato o no dar palo al agua.
Del pasado más sombrío al presente más mediático
Que justo ahora se repita hasta el hastío “tirar de la manta” no es casualidad. Cada vez que surge un gran caso —como los recientes escándalos políticos— hay quien amenaza con descubrirlo todo si no obtiene algún beneficio. El paralelismo con aquellos tiempos oscuros no pasa desapercibido: antes eran apellidos y linajes; hoy son documentos, cuentas bancarias o mensajes comprometidos.
El hecho mismo de que muchas personas desconozcan este pasado revela cómo las palabras pueden perder su carga histórica mientras conservan intacto su poder evocador. Ahora, cuando alguien decide “tirar de la manta”, ya no busca limpiar su sangre ante inquisidores medievales, sino limpiar —o embarrar— reputaciones ante la opinión pública.
En definitiva, pocas expresiones resumen mejor nuestro eterno afán por saberlo todo… aunque lo sepamos demasiado tarde.
