El Barça se marchó de Londres con el peso de tres goles y una lección de realidad. En Stamford Bridge, el coliseo rugiente del viejo fútbol inglés, los de Hansi Flick fueron espectadores de su propio derrumbe. El Chelsea fue un vendaval, un equipo que mordió desde el minuto inicial y no dio respiro a una defensa desbordada y a un mediocampo sin brújula.
Las primeras notas del drama comenzaron pronto. Enzo Fernández tardó apenas cuatro minutos en marcar un tanto que el VAR borró por una mano de Fofana, aviso de lo que se avecinaba. Ferran Torres respondió con una ocasión clamorosa que se fue por centímetros, pero los fuegos artificiales apenas comenzaban. Otra diana anulada al Chelsea, esta vez a Enzo por fuera de juego, mal augurio para un Barça que no encontraba aire.
En el 24’, la fortuna se agotó. Un centro de Cucurella al corazón del área se convirtió en autogol tras el enredo entre Ferran y Koundé. Silencio en los culés, explosión entre los blues. Y cuando parecía que el daño podía contenerse, llegó el golpe más duro: Araujo, impulsivo y sobrepasado, derribó a Cucurella y vio la segunda amarilla antes del descanso. Con diez y sin fe, el Barça entendió que aquella sería una noche larga.
Tras la charla de Flick, la esperanza duró apenas un suspiro. El Chelsea olió sangre y fue a por más. Enzo, Garnacho, Neto y Estevao se turnaron para castigar una línea defensiva que pedía auxilio. Un cañonazo del joven Estevao, tras una brillante acción personal, firmó el segundo y certificó la rendición culé. Delap cerró la goleada aprovechando un pase milimétrico de Fernández, mientras la grada de Stamford Bridge rugía como en los viejos tiempos europeos.
Ni Lamine Yamal, con su descaro habitual, pudo cambiar la historia. La roja de Araujo y los errores propios dejaron desnudo a un Barça que aún busca su lugar entre los grandes de Europa. Londres, una vez más, fue cruel con el escudo azulgrana.

