Crisis de sobrecapacidad y guerra de precios en China

El ‘boom’ de los coches eléctricos chinos se convierte en un ‘baño de sangre’ financiero

La lista de marcas que han desaparecido en el último año crece sin cesar

Coches eléctricos chinos para exportación
Coches eléctricos chinos para exportación. PD

La historia de éxito que rodea a la industria del vehículo eléctrico en China ha dado un giro inesperado en los últimos meses, convirtiéndose en una advertencia sobre los peligros de un crecimiento desmedido.

Lo que comenzó como una estrategia para posicionarse como líder en movilidad eléctrica a nivel global ha derivado en una lucha despiadada por la supervivencia entre cientos de fabricantes, inmersos en una guerra de precios, con márgenes menguantes y una sobrecapacidad que pone en jaque a muchos actores del sector.

El panorama es preocupante: el país más poblado del planeta, que se ha consolidado como el mayor mercado mundial de coches eléctricos y principal exportador de vehículos, enfrenta ahora un ajuste doloroso.

La lista de marcas que han desaparecido en el último año crece sin cesar.

Startups como Ji Yue, respaldadas por gigantes como Baidu y Geely, pasaron rápidamente de ser promesas a cerrar sus puertas en cuestión de meses, dejando a proveedores, empleados y clientes desamparados.

La sobrecapacidad como origen del problema

Este fenómeno tiene su raíz en la decisión gubernamental de priorizar el desarrollo industrial del coche eléctrico tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2021. Con el sector inmobiliario tambaleándose y el consumo interno debilitándose, las autoridades canalizaron una avalancha de créditos y subsidios hacia la industria automotriz, centrándose especialmente en los vehículos eléctricos y tecnologías relacionadas.

El resultado fue una competencia feroz entre provincias por convertirse en el nuevo Silicon Valley de la movilidad, multiplicando fábricas, incentivos y marcas. La capacidad instalada para producir vehículos en China supera los 54 millones anuales; sin embargo, el mercado doméstico apenas absorbe la mitad. Esto se traduce en inventarios crecientes, presión sobre los precios y una competencia implacable.

El círculo vicioso de la guerra de precios

En este contexto crítico, los fabricantes han entrado en una guerra de precios sin precedentes. Empresas líderes como BYD han aplicado descuentos que alcanzan hasta el 34% en ciertos modelos, forzando a sus competidores a seguirles el paso para no perder cuota de mercado. Los márgenes ya ajustados se han desplomado: pasaron del 8% en 2017 a poco más del 4% previsto para 2024. En muchas ocasiones, las marcas operan con pérdidas crónicas y dependen constantemente de nuevas rondas de financiación o fondos públicos para seguir adelante.

La presión también afecta a la cadena de suministro. Proveedores obligados a reducir precios más del 40% y aceptar plazos de pago cada vez más extensos ven comprometida su viabilidad. La calidad de los componentes ha disminuido notablemente y algunos salarios han caído alrededor del 30%. Este círculo se cierra con un descenso notable en la innovación; las empresas priorizan la eficiencia y la reducción de costes por encima del desarrollo tecnológico.

Consolidación y expansión internacional: las dos vías para sobrevivir

Ante el colapso inminente de numerosas marcas, el Gobierno ha decidido intervenir. En los últimos meses, Xi Jinping ha instado a frenar la “competencia desordenada” e implementado medidas para limitar nuevas inversiones y exigir pagos más rápidos a los proveedores. La consigna es clara: solo sobrevivirán los más fuertes. Los analistas del sector prevén que tras este proceso de consolidación quedarán entre cinco y diez fabricantes operativos.

Por otro lado, otra vía para escapar ha sido la internacionalización. Con un mercado local saturado, las exportaciones se han disparado: se estima que para 2024 el 20% de los coches producidos en China se venderán fuera del país, principalmente en Europa, América Latina y naciones emergentes. Sin embargo, esta estrategia enfrenta obstáculos crecientes: tanto la Unión Europea como otros mercados han impuesto aranceles y restricciones al acusar a China de inundar el mundo con coches baratos gracias a subsidios y sobrecapacidad.

El impacto social y las incertidumbres sobre el futuro

Detrás de esta batalla se encuentra el empleo. La industria automovilística china da trabajo a más de 4,8 millones de personas; por ello, los posibles cierres masivos generan preocupación entre las autoridades gubernamentales que temen desestabilización social. Así pues, las autoridades navegan entre permitir la depuración del sector y evitar una crisis laboral.

Los expertos advierten que este ajuste está lejos de concluir. Las medidas destinadas a contener la sobrecapacidad y lo que se conoce como “involución” —un término que describe esa competencia autodestructiva tan propia del entorno chino— tardarán tiempo en dar frutos positivos. Mientras tanto, tanto fabricantes como proveedores continúan bajo presión constante; un sector atrapado donde sobrevivir prima sobre innovar o ser rentable.

La batalla global por la movilidad eléctrica

Paralelamente, el empuje exportador chino ha reconfigurado el panorama mundial automovilístico. Las marcas chinas están vendiendo sus coches eléctricos fuera del país a precios comparables con los ofrecidos por fabricantes tradicionales; su objetivo es alcanzar hasta un 30% del mercado global para 2030. Sin embargo, la respuesta desde la Unión Europea, Estados Unidos y otros países mediante nuevos aranceles y controles tecnológicos augura tensiones crecientes e intensas negociaciones internacionales por venir.

Mientras todos observan con asombro cifras espectaculares e innovaciones sorprendentes, lo cierto es que el sector automovilístico chino enfrenta una realidad mucho más dura: la lucha por encontrar estabilidad entre un mar agitado donde solo aquellos con mayor fortaleza —y conexiones— lograrán salir adelante ante esta sangría. Para los consumidores esto puede traducirse simplemente en precios bajos y opciones cada vez más similares; sin embargo, el coste social y económico podría dejar cicatrices profundas dentro del tejido industrial nacional.

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