La gran cita es hoy en Berlín: Barcelona y Juventus disputan la final de la Champions. Quien gane, habrá ganado tres títulos en una temporada, el triplete. Si lo hace el Barça, será por segunda vez, cosa que ningún club ha conseguido hasta ahora

Luce el sol en una Barcelona en verano anticipado. También es caluroso el tiempo en Berlín. Hay una euforia apenas contenida: se cree firmemente en los azulgrana y el estado de forma de Messi es colosal…

En cualquier caso, las finales de Champions son partidos muy especiales: arbitraje, fortuna e inspiración condicionan sobremanera el resultado.

Personalmente estoy muy ilusionado ante la final de esta noche. No tan sólo porque supondría el quinto título (¡4 en una década!) sino también porque haría justicia a los méritos de un entrenador, Luis Enrique, que en algunos momentos ha sido duramente cuestionado, perseguido por la sombra alargada de los éxitos de Pep Guardiola.

La desguardiolización del Barcelona es altamente conveniente. Sería injusto restarle a Pep un solo ápice de los muchos méritos que contrajo pero tras su marcha hay algo de malsano en torno a su legado. Una dependencia emocional impropia de una entidad deportiva madura y una tendencia al histrionismo, al culto a la personalidad que no corresponde al perfil real de la persona, humano y falible, mezcla de virtudes portentosas con aspectos oscuros. Alguos de ellos los desvelo en mi libro «Herr Guardiola».

Ojalá una victoria hoy nos ayude a entender que los ciclos son eso, ciclos, y que la exageración es consustancial al periodismo y por ello debemos ser conscientes de sus frutos malsanos: la falta de ponderación y la mitificación interesada de las personas.