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La vida puede dar giros extraños

Ángel Sáez García 30 Sep 2025 - 14:00 CET
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LA VIDA PUEDE DAR GIROS EXTRAÑOS

Reconozco que no soy nadie sin mi mochila (más de uno, de dos y de tres de mis congéneres han dado en llamarla memoria, y conjeturo que no han ido desencaminados, que no han marrado al concederle dicho nombre; que pregunten a los familiares de enfermos, ellas, ellos o no binarios, que padecen el mal del hurtador alzhéimer, y estos confirmarán o ratificarán el aserto precedente). En ella llevo lo necesario para salir airoso, triunfante, del temido desastre. ¿A qué me refiero cuando profiero en mis manifestaciones o redacto en mis escritos esa voz? A que, por las razones variopintas que sean, se produzca un reventón de la bolsa de ileostomía que porto, adherida, mediante la correspondiente placa, a la pared abdominal, donde se van acumulando paulatinamente las heces, porque debo proceder, de inmediato, sin demora, a solventar ese desaguisado. Además de dos placas y dos bolsas, en dicha mochila cabe hallar un chándal y unas sandalias, para cambiarme de ropa y calzado, si ello resulta, amén de conveniente, perentorio.

Bueno, pues, por el motivo que no tardaré en aducir, en el citado recipiente de tela, tras haber pasado primero por la notaría y luego por el banco, a fin de retirar la cantidad dineraria de una herencia, ya que yo había sido nombrado legatario de los dineros que había ido ahorrando mi tía Matilde (mi abuelo José Leocadio, entusiasta epígono de la mecánica cuántica, cuando acudió al Registro Civil a inscribir a su recién nacida hija, mi tía, decidió, por su propia cuenta y riesgo, desoír cuanto le había dicho su esposa Gregoria Cruz, mi yaya, y poner a su hija el nombre de Matilde, que, junto con la gracia de pila de Clotilde, son los más elegidos o escogidos por los forofos seguidores del físico austríaco-irlandés Erwin Schrödinger, Premio Nobel de 1933, autor del experimento mental o paradoja del gato que lleva su apellido, que está vivo y muerto al mismo tiempo; vivo, si no se abre la caja en la que este permanece encerrado, y muerto, si se abre, por esta, para él, válida razón de peso, porque ambos nombres llevan y no llevan tilde), sin hijos, que falleció el mes pasado, QDLTESG, que Dios la tenga en su gloria, a quien este menda llamaba por teléfono todos los viernes del año sin falta, 25.000 euros, que decidí llevármelos a la oficina del banco con el que trabajo, pues en el inicial me cobraban lo que no estaba dispuesto a apoquinar por la transacción. Los metí en un sobre blanco y los coloqué en el fondo del macuto.

Como me hallaba en la capital maña, tomé un tren cercanías que me llevó a mi patria chica o ciudad natal, Algaso. Una vez arribé a la muy noble, leal y bella villa del septentrión peninsular, la segunda en importancia de la provincia de Navarrioja, subí a un autobús urbano. Me di de bruces, cuando accedí a él y logré sentarme en un asiento del fondo, con una exnovia, a la que hacía muchos años que no veía, residente en el pueblo cercano de Albarrán, felizmente casada; así que dejo su nombre en el tintero del anonimato o el anónimo tintero por razones obvias. Seguramente, algunos buenos ratos que pasamos juntos, mientras fuimos pareja o novios otrora, volvieron ipso facto a nuestras mentes respectivas. Y, cosa que no me suele pasar, nos apeamos a la par en la parada del Barrio de Fátima, dejándome olvidada la mochila en el asiento del bus.

Al poco rato, cuando llegué a casa, me di cuenta del error cometido, de la pérdida, y llamé por teléfono, primero a la Policía Local y luego a la Policía Nacional. En el teléfono del primer Cuerpo, el agente que me atendió me dijo que debía esperar, sin desesperar, para ver si alguien la había encontrado y entregado; y en el del segundo, que debía desplazarme a la comisaría para interponer la preceptiva denuncia por el extravío de tanta pasta.

Al parecer, una usuaria del autobús, que se subió al mismo en la parada del Hospital se la encontró y entregó a la conductora del bus, y esta, a su vez, hizo lo propio, cuando terminó su turno de trabajo, a una agente de la Policía Nacional, en la comisaría.

A las 7 de la tarde me llamó por teléfono a mi móvil un miembro de la Nacional para que le diera detalles o pormenores de mi mochila. Por los datos que le brindé, referidos a la forma, el tamaño, el color y los pines adheridos a ella, él coligió que se trataba, indubitablemente, de mi macuto y me aconsejó que, si no tenía cosa mejor que hacer, me acercara para recogerla y llevármela.

Una vez llegué a la comisaría, procedí a abrirla, en presencia de dos agentes, y comprobé, de manera fehaciente, que, en el fondo de la misma, estaba el sobre blanco y no faltaba un solo billete. Les di las gracias y cincuenta euros para que se tomaran todos los presentes un café en el bar de la esquina de la calle.

La mochila había pasado por las manos de varias personas y no faltaba un solo billete de cien y de doscientos, los dos formatos en los que me habían entregado en el banco de marras los 25.000 euros. Eso dice mucho y bien de la integridad de los algasianos. Así que ayer, cuando me vi favorecido por una suerte inesperada, una millonada en Euromillones, decidí que los 25.000 euros irían a parar al asilo de ancianos de la villa, donde tal vez algún día, dentro de unos años, acaso acabe servidor, sin un euro en los bolsillos. Y es que es una verdad incontrovertible, irrebatible, irrefutable, esa de que la vida puede dar muchas vueltas o giros inesperados, extraños.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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