Las tienen que estar pasando canutas en Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, afronta el año más complicado de toda su trayectoria política. El horizonte de este 2026 se avecina cargado de desconcierto, con un clima político encharcado por investigaciones judiciales, acusaciones de corrupción que salpican a antiguos cargos del PSOE y denuncias internas por presuntos casos de acoso sexual que han agitado la estructura del partido.
En Moncloa saben que el desgaste acumulado empieza a pasar factura. Aunque Sánchez mantiene el control del aparato del partido y conserva una mayoría parlamentaria frágil, el contexto es muy distinto al de anteriores legislaturas. La oposición ha intensificado su ofensiva política y mediática, mientras que una parte de la ciudadanía muestra un creciente cansancio ante los escándalos que, aunque no afectan directamente al presidente, erosionan la imagen del proyecto socialista.
Los casos de corrupción, algunos aún en fase de investigación judicial, han reabierto viejas heridas en el PSOE. Desde Ferraz insisten en que se trata de comportamientos individuales y no de una práctica estructural, pero el relato resulta cada vez más difícil de sostener cuando las informaciones se acumulan y los procesos judiciales se alargan en el tiempo. A ello se suman los líos judiciales que afectan a exdirigentes y asesores, alimentando la percepción de un partido permanentemente a la defensiva.
Especialmente delicado es el impacto de las denuncias por acoso sexual dentro de la organización. En un partido que ha hecho del feminismo una de sus principales banderas políticas, estos episodios han generado una fuerte contradicción interna y un profundo malestar entre la militancia. La dirección socialista ha prometido tolerancia cero y protocolos más estrictos, pero el daño reputacional ya está hecho.
Pedro Sánchez sabe que 2026 será clave para definir no solo el futuro de su gobierno, sino también su legado político.
