Cuatro días de sol y la vida nos parece otra cosa. El hombre es un animal de superficie y el hombre meridional, el mediterráneo es un hombre en la luz y de la luz. Teníamos hambre de sol. Este largo invierno, como los de antes, que comenzó en otoño y se asomaba con nieve hasta el borde de la primavera nos había apagado los ojos y el alma con la persistencia de la nube, de la bruma, de la lluvia y del frío gris dueño de todos los colores. Le quitaban a uno hasta las ganas de amar.
No es broma y no solo cosa de humanos. Tanta inclemencia y tanta riada han hecho que los linces se apareen menos. Nosotros, primates evolucionados pero primates, tenemos la libido más desatada y hasta le sacamos partido a una helada. Pero con todo los humores se resienten y se congelan las sonrisas. Y la sonrisa ha sido desde las cuevas de Altamira la llave del corazón que abre la puerta del deseo.
Ahora es tiempo. Va a reventar una primavera gloriosa. La tierra entera se va a vengar lujuriosamente de tantos tiritones. Extenderá su piel entera a la caricia del calor y del azul y por doquier parirá flores en la inmensa sabana verde de la hierba nueva y de los trigos y de las hojas de los árboles nacientes.
El hombre es un hijo de la tierra. Un animal de superficie que transita por su piel. En la luz y por la luz. Necesitábamos volver a amar al sol.
