Ya tenemos otra linea divisioria: Merkel.
Alegrarse de su victoria es un atributo y una seña más de la ineludible condición de “facha”. Considerarla la encarnación del mal la tarjeta primera del presentación de “progre”. Y considerar a sus votantes alemanes y como extensión a la nación entera como unos tontos o unos sádicos sociales, o mejor las dos cosas, el argumento subliminal del pensamiento “bueno”. Respetar la voluntad de un pueblo expresada en el voto es algo que ni se contempla como hipótesis. La cosa es poner más alambrada de espino en la trinchera.
Por lo que sea. Por la Merkel o por la hora. Porque ya me estoy viendo venir que ese supuesto cambio de horario y volver a la hora menos de Londres, no se salvará del axioma. Si el gobierno lo propone, el argumentar que puede ser positivo supondrá un nuevo estigma derechista mientras que oponerse a ello acarreara condecoración izquierdista. Es ademas muy posible que sobre el asunto algunas autonomías se plantarán, decidirán que en su territorio ni hablar de la cuestión y ya tenemos otra liada. Y puede que salga alguno, como hizo el venezolano Chavez, que decida que en su feudo lo que se rebaja es media. Podemos
montar un bonito akelarre y si podemos lo montaremos bien seguro.
Así somos y así empeoramos. Porque, y vuelvo a Alemania, lo que a uno sí que le da envidia de sus gentes, es que tengan muy claro, después de haber votado, el proseguir unidos en las cuestiones más esenciales y discutir solo aquello que verdaderamente les separa, no lo que les une y en lo que trabajan y, posiblemente, hasta gobiernen juntos.
Algo inaudito, sin duda. En España, sin embargo, y hasta cuando existe la más que anunciada amenaza de una secesión y de hacer añicos la Constitución de la Democracia y las Libertades, que tanto costó y tanto bien ha dado hasta a los que ahora la pisotean, somos incapaces, por pura vesania partidista, de ese acuerdo, de presentar ante los ciudadanos la razón y el sentimiento que nos une. Lo pedía el domingo en una sensata entrevista el líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Tan sensato, tan de carril, tan razonable y necesario que de qué va a hacérsele el más mínimo caso.
