Santiago López Castillo

¿Reformar qué, si no se cumple?

¿Reformar qué, si no se cumple?
Santiago López Castillo. PD

Se cumplen 38 años de la proclamación de nuestra Carta Magna de la que tuve el honor de informar a todo el país a través de TVE, para recibir, posteriormente, el I de Periodismo de la Constitución Española refrendado por los grupos parlamentarios, sería por aguantar 500 horas de debates que no se los saltaba un gitano. Pero fue una experiencia única. Después la seguirían 30 años de «Parlamento» al cimbreo de la mies según los avatares políticos.

De modo que -como diría Cela en su papel de constituyente- comparezco ante ustedes con este traje de chupatintas con olor a enmiendas. Los desnortados políticos, esos que no piensan y sólo echan mano de ocurrencias, hablan y no paran de reformar la Constitución pero para qué si no se cumple. Desde el PSOE hasta los «pulitis» de Ciudadanos, sepulcros blancos del Niño de la Bola, se llenan la boca con reformar el articulado y que no va en otra dirección que abrir brecha en Cataluña para el derecho a decidir mientras el resto de España se queda a dos velas.

Ahora, en este revisionismo atropellado de los botarates de la escena política, predomina lo del Estado federal, que es muy vistoso, queda muy bien, aparentemente, seguramente para EE. UU., pero las puñeteras «nacionalidades y regiones», que en mala entraña les den (art. 2), fueron ampliadas por ese ser nefasto ser que fue Rodríguez Zapatero cuando les dijo a los separatistas catalanes que os daré lo que me pidáis, incluido por el culo.

Mi amigo Peces-Barba, padre de la Patria, antes de morir me espetó: «Estos tíos (vascos y catalanes) nos han engañado». Será a ti, le dije. Las dos regiones más favorecidas por Franco. ¿Y ahora, los detractores de España quieren reformar qué?: la lengua española, prohibida en determinadas partes del territorio; el derecho de reunión; el de la libertad; el honor; la nula presunción de inocencia; la seguridad ciudadana llamada «mordaza»; la libertaza de enseñanza, y unos huevos… Etc., etc.

Se habla de desmontar el caótico Título VIII referente a las Comunidades Autónomas, que son diecisiete, con sus parlamentos y sus respectivos gobiernos. Un dispendio en toda regla. Un millón trescientos funcionarios nutren estas administraciones periféricas y no periféricas, incluido Madrid que maldita la gracia que le hacía el estatuto regional. Pero era la cantinela de los años de la transición: libertad, amnistía y estatuto de autonomía. ¿Y las diputaciones? ¿Qué hacemos con ellas? Éstas, sobre todo en el anterior régimen, solucionaron no pocos problemas rurales, desde el agua hasta otros abastecimientos básicos de los pueblos con necesidades perentorias. ¿Y si -para satisfacer a los demagogos parlanchines- los borramos del mapa a dónde irán a parar los funcionarios de la cosa? A la bolsa del paro.

Lo más sangriento es haber concedido a las CC. AA. las competencias en materia de educación para desarrollar cernícolas -con perdón de las aves sostenibles en el aire- en beneficio de unos ilusos paraísos independentistas que están obnubilados por la boina de la aldea.

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