La soledad del corredor de fondo

¿Quiénes somos? Del Racismo al Wokismo en EE. UU.

El mito de la integración y las naciones multiculturales

¿Quiénes somos? Del Racismo al Wokismo en EE. UU.
Charlie Kirk y su asesino Tyler Robinson. PD

Samuel Huntington, en su obra ¿Quiénes somos?, desarrolla la idea clave de que Estados Unidos fue, primero, una sociedad de colonos: los angloprotestantes de los siglos XVII y XVIII fundaron sus asentamientos, fijaron la lengua, el derecho y las instituciones, y articularon un núcleo cultural y cívico —el llamado “Credo americano” (libertad, igualdad ante la ley, gobierno limitado, autogobierno)— que dio forma a la nueva comunidad política.

Después, el país se convirtió en una nación de inmigrantes: sucesivas oleadas del XIX y XX se incorporaron a ese marco, lo adoptaron como punto de entrada y, con el tiempo, lo ampliaron y transformaron (en religión, costumbres, clases y políticas públicas). La identidad nacional resulta, así, de la tensión creativa entre la continuidad del núcleo fundacional y la pluralidad aportada por los recién llegados.

En este contexto, el Colono (settler), llega a un territorio para fundar una nueva sociedad. Trae su lengua, religión, derecho e instituciones, y fija las reglas básicas de la comunidad política. En EE. UU., los angloprotestantes de los siglos XVII–XVIII actuaron como colonos: crearon el marco constitucional, cultural y jurídico y no buscaban integrarse en una sociedad previa. El Inmigrante: llega después a un país ya constituido; se incorpora a sus instituciones y cultura dominantes y, en general, se asimila (con grados y tiempos distintos). Ejemplos: irlandeses, alemanes, italianos, escandinavos del siglo XIX, y olas posteriores.

El profesor de Harvard escribe: “Estados Unidos es una sociedad fundada por los colonos de los siglos XVII y XVIII, casi todos blancos, británicos y protestantes. Sus valores, sus instituciones y su cultura sentaron los cimientos del desarrollo de Estados Unidos en los siglos posteriores. En un principio, definieron a Estados Unidos en términos de raza, etnia, cultura y religión. Después, en el siglo XVIII, también debieron definirlo ideológicamente para justificar su independencia de sus compatriotas del país de origen, que asimismo eran blancos, británicos y protestantes. Estos cuatro componentes continuaron conformando la identidad estadounidense durante la mayor parte del siglo XIX”.

Así las cosas, el «pecado original» de Estados Unidos fue el racismo, a diferencia de España. Consideraron que los indios americanos no podían formar parte de esa ciudadanía.. Bajo Andrew Jackson y Martin Van Buren se produjo la expulsión forzosa de pueblos indígenas del sureste —sobre todo Cherokee, Muscogee (Creek), Seminole, Chickasaw y Choctaw— hacia el Territorio Indio (actual Oklahoma), tras la Ley de Traslado de los Indios (1830). Durante aquellas marchas, conocidas como el Trail of Tears (Sendero de Lágrimas), murieron miles por hambre y enfermedad.

Philip Henry Sheridan general de la Unión en la Guerra de Secesión y luego alto mando del Ejército en las campañas de las Grandes Llanuras; defendió políticas de presión total sobre las naciones indígenas. En 1868 le envió una carta a William Tecumseh Sherman, también general de la Unión y, después, Comandante General del Ejército de EE. UU., “La mejor manera para el Gobierno es empobrecerlos ahora mediante la destrucción de sus recursos (ganados/provisiones) y luego asentarlos en las tierras que se les asignen.” La propuesta de Sherman en 1869 fue: “Enviar regimientos con órdenes de disparar a los búfalos hasta que fueran demasiado escasos para sostener a los indios.” A inicios del S. XIX se calculan del orden de unos 30–60 millones Bisontes americanos (Búfalos), reducidos a menos de mil a finales de la década de 1880 por la “gran matanza”.

En este sentido, el filósofo español Miguel Ángel Navarro Crego, en su magnífica obra: El violento Far-West y sus armas, realiza una lectura de la conquista del Oeste como matriz de la violencia estadounidense y de su sustrato racial. En este mismo contexto, en su tesis doctoral: Ford y “El sargento negro” como mito, recoge, por ejemplo, como los soldados negros solo podían aspirar a ser sargentos de primera (mandar un batallón de nueve hombres), ya que no se les consideraban con inteligencia suficiente para más.

Por otra parte, dice Huntington: “La victoria de la Unión en la Guerra de Secesión convirtió a EE. UU. en una nación. El Gobierno, hasta ese momento débil, pasó a ser una institución hegemónica en toda la nación, al mismo tiempo que el presidente se convirtió en la institución política central de la nación. En 1897, el campamento anual del Gran Ejército de la República abrió sus brazos a los veteranos confederados, con el slogan «un país, una bandera, un pueblo, un destino”

Pero tras la abolición de la esclavitud en EE. UU. —13.ª Enmienda, ratificada el 6 de diciembre de 1865—, aun así, el Sur implantó las leyes Jim Crow, imponiendo la segregación racial y restringieron el voto de los afroamericanos. La doctrina “separados pero iguales” fue avalada por el Tribunal Supremo en Plessy v. Ferguson (1896), legitimando escuelas, transportes y servicios separados (y desiguales) durante décadas. El andamiaje legal empezó a caer con Brown v. Board (1954) y se desmanteló con la Ley de Derechos Civiles (1964) y la Ley de Derecho al Voto (1965). Nada menos que en 1967, se anuló las prohibiciones de matrimonio interracial.

Tras esos avances, los componentes —raza, etnia, cultura y religión— que habían definido la identidad fundacional de EE. UU. fueron perdiendo peso. Desde entonces, el núcleo cultural angloprotestante vigente durante tres siglos quedó bajo escrutinio, y cobró fuerza la idea de entender la identidad estadounidense como un compromiso puramente ideológico con el “Credo”.

En los años noventa, EE. UU. vivió debates encendidos —inmigración y asimilación, multiculturalismo, discriminación positiva, religión en el espacio público, educación bilingüe— atravesados por una misma pregunta: ¿qué define la identidad nacional?

Al compás de la modernización y la globalización, muchos ciudadanos reconfiguraron su pertenencia hacia identidades más locales y comunitarias (étnicas, religiosas o regionales) frente a la nación. Esa fragmentación se expresó en el auge del multiculturalismo y de la conciencia racial, étnica y de género.

Corolario de lo anterior, fueron la creación de los os programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI). Los DEI, tienen su origen en las medidas adoptadas en EE. UU. en los años sesenta por el presidente demócrata John F. Kennedy, el cual obligó a los contratistas federales a “tomar medidas afirmativas” (take affirmative action) para garantizar la igualdad de oportunidades sin distinción de raza, color, credo u origen nacional, introduciendo el uso oficial del término. Posteriormente, Lyndon B. Johnson reforzó la aplicación bajo el Departamento de Trabajo, y añadió el sexo como categoría protegida.

El término “woke” apareció impreso en 1962 en un ensayo del New York Times de William Melvin Kelley, “If You’re Woke, You Dig It” (‘Si estás despierto, lo entiendes’). Los hechos y protestas tras la muerte de Michael Brown (18 años) a manos del policía Darren Wilson en Ferguson, Misuri, el 9 de agosto de 2014, dieron lugar a la utilización de esta expresión.

Finalmente, en 2020, surgieron movimientos como Black Lives Matter, que elevaron a George Floyd —con antecedentes penales por posesión de drogas, hurtos, allanamiento y un robo agravado por el que cumplió cinco años— a símbolo del racismo policial; incluso el Parlamento Europeo guardó un minuto de silencio en su memoria. La brutalidad policial y la condena sin contemplaciones de los malos policías son una cosa; la demagogia y la mentira, otra.

Floyd pagó con dinero falso en un comercio y llamaron a la policía. Le acompañaba en su coche Maurice Hall, otro “buen ciudadano”, quien, en su faceta de proxeneta, en octubre de 2019 trasladó a una mujer desde Minneapolis al condado de Redwood para tener sexo con otro hombre y, al intervenir la policía, le encontraron metanfetamina, cocaína, heroína, fentanilo y tramadol. En 2024 fue condenado a 15 años de prisión por trata sexual, por solicitar y promover la prostitución y por posesión de drogas.

Thomas Sowell—economista negro y discípulo de Milton Friedman— lleva décadas desmontando una idea cómoda y políticamente correcta: disparidad no equivale a discriminación. En Affirmative Action Reconsidered (1975) y en “Affirmative Action Reconsidered” (1976) sostiene que la “discriminación positiva” acaba perjudicando a muchos afroamericanos (por desajuste académico y estigma), y en la Civil Rights: Rhetoric or Reality? (1984) sostuvo: que las disparidades no prueban por sí mismas discriminación y cuestionó las conclusiones estándar sobre la “brecha de género”.

En 2025, la Administración Trump aprobó dos órdenes para desmantelar los programas de diversidad, equidad e inclusión en el Gobierno federal. Ordenaron cerrar oficinas DEI, eliminar planes y métricas de “equidad” y auditar puestos y gastos relacionados. También condicionaron contratos y subvenciones a certificaciones de no aplicar preferencias o discriminación bajo etiquetas DEI, y previeron investigaciones en entidades privadas y universidades. En educación, el Departamento señaló que, tras la sentencia de la Corte Suprema de EE. UU. del 29 de junio de 2023 —Students for Fair Admissions v. Harvard y Students for Fair Admissions v. University of North Carolina—, que prohíbe usar la raza como factor en las admisiones universitarias (14.ª Enmienda/Título VI), las instituciones que reciben fondos federales no pueden emplear criterios raciales en admisiones, becas, contratación u otros programas.

En esta “Babel” de movimientos conviven agendas progresistas —LGBTQ+, el marco woke, Black Lives Matter, #StopAsianHate, Women’s March y #MeToo— con corrientes conservadoras —March for Life (provida), Tea Party/MAGA, Back the Blue, defensa de la Segunda Enmienda, libertad religiosa, elección escolar y campañas contra ESG/DEI—.

En el ámbito universitario, Turning Point USA, concentra el activismo conservador en torno a la libertad de expresión y la crítica a la ideologización de los campus universitarios. Este ecosistema cívico polarizado se disputa la legitimidad cultural y el control de las instituciones (escuela, universidad, empresa y administración).

En Utah Valley University (Orem, Utah), el pasado 10 de septiembre de 2025, durante un evento al aire libre de debate de Turning Point USA, fue asesinado el polemista, influencer y activista conservador, Charlie Kirk. El Parlamento europeo, esta vez, se negó a dedicarle el mismo minuto de silencio que le dedicó a George Floyd. La caterva de insolventes mentales, formada por periodistas, activistas y políticos de la falsa izquierda, que tildan de racista y homófobo a Charlie Kirk, consideran, todos ellos, que se la estaba buscando. Estos demagogos y tontos turbulentos sesgan cualquier discurso o razonamiento, omitiendo cualquier contexto con el único objetivo de extraer las conclusiones que desean.

Por ejemplo, Kirk dijo: «ciertas mujeres negras prominentes (Michelle Obama, Joy Reid, Sheila Jackson Lee, Ketanji Brown Jackson) no podrían ser tomadas en serio sin la ayuda de affirmative action (discriminación positiva), según él, porque “no tienen la capacidad de procesamiento cerebral”. ¿Qué tiene que ver con el racismo denunciar que te premien u otorguen virtudes solo por ser mujer y negra?

En relación con los homosexuales, Kirk respondió lo siguiente a un joven que le reprochó haber invitado —o haberse fotografiado— con una drag queen en uno de sus actos: “soy primero cristiano, luego estadounidense, luego constitucionalista y conservador. En ese orden. Según la santa Biblia, el matrimonio es entre un hombre y una mujer, pero yo no creo en la retórica que utiliza alguna gente, como si de repente no hubiera lugar para gente gay en el movimiento conservador. No creo en eso. Ser cristiano es ser mentalmente abierto, pero firme en tus creencias. Pero decir que hay inherentemente malo en comunicarte, juntarte o asociarte con personas distintas, que tomaron decisiones distintas a las tuyas, entonces amigo, no eres un conservador”.

La historia de EE. UU., y su intrahistoria, arrastran un “pecado original” que hoy, por razones distintas de las originarias, sigue sin resolverse. Esa herencia ha derivado en una visión antinacional y disgregadora, que aspira a una representación atomizada y particularista de todo grupo social, étnico o cultural2. Una nación así no funciona.

EE.UU. inventó la democracia representativa. George Washington, Thomas Jefferson, John Adams, James Madison, Alexander Hamilton, Benjamin Franklin, John Jay, Samuel Adams, Patrick Henry, Thomas Paine, Gouverneur Morris o George Mason, son figuras sin parangón en el terreno político-jurídico. Todos ellos fundaron una gran nación y dieron forma a la que, para muchos, es la mejor Constitución jamás escrita. Estados Unidos se convirtió en la primera potencia mundial y en una nación de acogida de millones de inmigrantes. En Queens, uno de los cinco grandes distritos de Nueva York, se hablan más de 160 lenguas.

La representación no equivale a representatividad. Ni Obama, por ser negro, ni Hillary Clinton, por ser mujer, han demostrado por ese solo hecho mayor compromiso o resultados para negros y mujeres. La ideología destructiva que erosiona las tradiciones y lo mejor de una nación termina cobrando siempre como primeras víctimas a sus propios agitadores. Los problemas de EE. UU., como los de cualquier nación, no se solucionan renunciando a lo mejor de su tradición, sino agarrándose a ella.

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Autor

Pedro Gallego

Desde la escuela, mis profesores cada vez eran peores. Comencé a estudiar economía, pero prefería el deporte que asistir a clase. Aprobé simultáneamente dos oposiciones de bombero. Posteriormente me gradué en Ingeniería Naval, hice un Máster en prevención de Riesgos y otro Máster de Investigación para poder comenzar el doctorado, el cual pospuse después de un año, para graduarme en derecho. La plataforma desde la que pretendo analizar los hechos es la del realismo político y el derecho.

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