El mal

En el nombre del Padre

Egoismo primigenio

En el nombre del Padre
En el nombre del Padre. PD

Como padres podemos y debemos educar a nuestros hijos, para su bien, lo mejor que sepamos, y, salvo ´zurdas´ excepciones, así lo hacemos. Luego los hijos crecen y pacen su libertad hasta el hartazgo. Una libertad que emplearán para obrar el bien, o para engolfarse, ´sin mirar pelo´, en el fácil camino del egoísmo más primigenio, llegando a ´el mal´, elegido a la carta.

Un mal, libremente abrazado, que irá construyendo infiernos en la tierra, donde la violencia, la injusticia y la barbarie, será el pan suyo de cada día.

Ahora bien, yo puedo haber educado a mis hijos en los principios del perdón, la misericordia, el amor cristiano, el honor, la defensa del débil; sin embargo, serán ellos los que elegirán libremente, si asumen estos principios o -por el contrario- enarbolan la bandera del egoísmo sectario, tribal y cavernícola, emprendiendo una carrera desbocada, en la que no dudarán en pisotear y pasar por encima a todo aquel que se interponga en su camino hacia la cumbre del bastardo éxito mundano.

Entonces, si tristemente se da este último caso y mis hijos salen torcidos, dedicándose a sembrar el infierno por donde pasan…, si esto es así y aplico la lógica atea, llegaré a la conclusión de que soy un padre malvado, o que –simplemente- no existo y mis hijos han salido de la nada por arte de magia, como en su momento apareció el Universo hace 13.750 millones de años.

Si extrapolamos esta historia y vamos directamente a por la mayor, vemos que, si hay un denominador común en todos esos infiernos terrenos, es la repetición, hasta el empacho, de los tópicos: ¡Dónde estaba Dios cuando…! ¡Y qué hace Dios! ¡Qué malo es Dios! ¡Dios tiene la culpa! ¡Dios no existe! Y a partir de ahí todo un surtido de palabras gruesas, donde la blasfemia gratuita, hará de impío estribillo a un relato construido con una lógica tan pérfida como falaz.

Llegado a este punto, y como buscador de la verdad, me dedico a investigar todos los infiernos que he conocido, que son muchos, y al hacerlo busco al culpable.

Busco tras esos infiernos la mano de Dios, pero no la encuentro; tan solo hallo la puerca mano del hombre, una y otra vez, tirando la piedra, y escondiendo la mano.

Hombres malignos, aquellos que han ido creando infiernos de terror, tortura y muerte, a lo largo de la Historia, en el nombre de Dios.

Es entonces cuando ya no me planteo si Dios existe, sino, si más bien, algunos especímenes humanos, por canallas, tiranos y criminales, deberían existir. ¡Ahí lo dejo!

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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