La oración constante es un instrumento para superar las pruebas en el camino de la vida
El papa Benedicto XVI «espera» cumplir su «deseo» de visitar Colombia, según dijo hoy al embajador de ese país ante la Santa Sede, César Mauricio Velásquez, a quien saludó durante la audiencia pública de los miércoles en la plaza de San Pedro del Vaticano.
«Es un deseo que espero cumplir. Acompaño con mis oraciones a los colombianos que más sufren«, manifestó el pontífice al embajador, cuando este le reiteró la invitación del pueblo colombiano para que viaje al país suramericano, según informó Velásquez a Efe.
César Mauricio Velásquez entregó a Benedicto XVI el libro conmemorativo de la visita que el beato papa Juan Pablo II realizó a Colombia hace 25 años.
«Le dije que Juan Pablo II visitó nuestro país en 1986 como mensajero de la paz. Luego, le reiteré la invitación del pueblo colombiano para que nos visite como mensajero de la paz y del perdón. Ojalá pueda hacerlo en el 2013 camino de Brasil», señaló el embajador.
Benedicto XVI, de 85 años, tiene previsto viajar en julio del próximo año a Brasil, para presidir en Río de Janeiro la Jornada Mundial de la Juventud católica, que se celebrará del 23 al 28 de julio y a la que se espera que asistan unos dos millones de jóvenes de todo el mundo.
Esta será la segunda visita del papa Ratzinger a Brasil, donde ya estuvo en mayo de 2007 para inaugurar en el santuario de Aparecida la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM).
El obispo de Roma estuvo el pasado mes de marzo en México y Cuba.
El embajador Velásquez también recordó al papa el sufrimiento de muchos colombianos por causa de la violencia y el secuestro, al tiempo que le informó sobre la jornada nacional por el derecho a la vida convocada para el 10 de mayo.
«El Sumo Pontífice destacó esta iniciativa y manifestó que es importante defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural y la dignidad de la familia como núcleo de la sociedad conformado por hombre, mujer e hijos», agregó el embajador.
Audiencia general
El papa agradeció hoy a los fieles y a la Iglesia por el hecho de que lo hayan sostenido con la oración desde que fue elegido y siempre, particularmente en los momentos difíciles.
Benedicto XVI lo expresó en la audiencia general tradicional de los miércoles, dedicada a la oración de la primera comunidad cristiana, y fue aplaudido por los 12.000 peregrinos y fieles que allí se encontraban cuando les dijo: «Os agradezco de corazón por esto».
«La oración constante es un instrumento para superar las pruebas en el camino de la vida: estar unidos en Dios nos permite estar profundamente unidos con los otros», afirmó.
El papa hizo alusión a la primera comunidad cristiana que invocó a Dios para la protección de Pedro, detenido en la cárcel, que fue solidaria con los otros, plenamente confiada con Dios, «que nos conoce íntimamente y nos cuida», dijo.
Y cómo esa comunidad, que se recogió en oración por su líder, comprobó con alegría cómo Pedro era liberado.
Benedicto XVI se refirió también a otro pasaje de las Escrituras, la carta de Santiago en la que afronta el tema de la crisis de la comunidad.
La comunidad, recordó el papa Ratzinger, estaba en crisis no tanto por las persecuciones sino porque en su interior estaban presentes los celos, las rencillas, y Santiago encuentra dos principales causas para esta situación.
«La primera era la del dominio de las pasiones, la de la dictadura de los propios deseos, y la segunda era la ausencia de oración o la presencia de una oración que no se puede definir como tal: si pedís y no lo obtenéis, a veces, es porque lo pedís mal, para satisfacer vuestras pasiones, las cosas cambiarían si la comunidad orase de modo asiduo y unánime«, dijo.
El papa hizo un llamamiento a las personas, la familia, la comunidad, las parroquias y las diócesis para que aprendan «a rezar, no por nuestras pasiones, debemos aprender a rezar bien, orientarnos hacia el Señor y no hacia nuestro bienestar».
Benedicto XVI dio también una «calurosa bienvenida», en su saludo en inglés, a los participantes a la Conferencia contra la trata de seres humanos que acoge el Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz.
Saludo en español
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Costa Rica, Perú, Chile, Argentina, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a experimentar cómo la oración constante y de la comunidad unida es un precioso instrumento para superar las dificultades que surgen en el camino de la vida, porque cuando estamos profundamente unidos a Dios, estamos también unidos a los hermanos. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas,
hoy voy a tocar el último episodio de la vida de San Pedro narrado en los Hechos de los Apóstoles: su encarcelamiento por orden de Herodes Agripa y su puesta en libertad por la intervención prodigiosa del Ángel del Señor, en la víspera de su juicio en Jerusalén (cf. del 12,1 a 17).
La historia una vez más está marcada por la oración de la Iglesia. San Lucas, en efecto, escribe: » Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él» (Hechos 12,5). Y, después de haber salido milagrosamente de la cárcel, con motivo de su visita a la casa de María, la madre de Juan, llamado Marcos, afirma que «un grupo numeroso se hallaba allí reunido en oración» (Hechos 12:12). Entre estas dos anotaciones importantes que ilustran la actitud de la comunidad cristiana frente al peligro y la persecución, se narra la detención y la liberación de Pedro, que comprende toda la noche. La fuerza de la oración incesante de la Iglesia se eleva a Dios y el Señor escucha y cumple una inesperada liberación, mediante el envío de su Ángel.
La narración recuerda los grandes elementos de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto, la Pascua hebrea. Como ocurrió en aquel evento fundamental, también en este caso la acción principal se lleva a cabo por el Ángel del Señor que libera a Pedro. Y las mismas acciones del Apóstol -al que se le pide que se ponga de pie rápidamente, se ate la túnica con el cinturón – estos eventos, recalcan los del pueblo elegido en la noche de la liberación por la intervención de Dios, cuando todos fueron invitados a comer a toda prisa el cordero: con los cinturones ceñidos, el calzado en los pies, el bastón en mano, listos para salir del País (cf. Ex 12:11).
Así, Pedro puede exclamar: «¡Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes» (Hechos 12:11). Pero el ángel recuerda no sólo el de la liberación de Israel de Egipto, sino también el de la Resurrección de Cristo. Nos dicen, en efecto, los Hechos de los Apóstoles: «De pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo despertó» (Hechos 12,7). La luz que llena la habitación de la cárcel, el acto mismo de despertar el Apóstol, recuerdan la luz liberadora de la Pascua del Señor que vence a las tinieblas de la noche y el mal. La invitación, por último, «Cúbrete con el manto y sígueme» (Hch 12,8), hace resonar en nuestros corazones las palabras de la primera llamada de Jesús (cf. Mc 1,17), que se repiten después de la resurrección en el lago de Tiberiades, donde el Señor dice dos veces a Pedro: «Sígueme» (Jn 21,19.22). Es una apremiante invitación a seguirlo: solo saliendo de sí mismos para ponerse en camino con el Señor y hacer su voluntad, se vive la verdadera libertad.
Me gustaría hacer hincapié en otro aspecto de la actitud de Pedro en la cárcel; se observa, en efecto, que mientras la comunidad cristiana ora fervientemente por él, Pedro, «estaba dormido» (Hechos 12,6) así nos lo indica San Lucas. En una situación tan crítica y de grave peligro, es una actitud que puede parecer extraña, pero que en cambio denota tranquilidad y confianza; Pedro confía en Dios, sabe que está rodeado por la solidaridad y la oración de los suyos y se abandona totalmente en las manos de Señor. Así debe ser nuestra oración: asidua, solidaria con los demás, plenamente confiando en Dios, que nos conoce profundamente y cuida de nosotros hasta tal punto – dice Jesús – que «hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Así pues no tengáis miedo…» (Mt 10, 30-31). Pedro vive la noche del cautiverio y la liberación de la cárcel como un momento más del seguimiento del Señor, que vence a las tinieblas de la noche y libera de las cadenas de la esclavitud y del peligro de muerte. Su liberación es prodigiosa, marcada por varios pasajes cuidadosamente descritos: guiado por el Ángel, a pesar de la vigilancia de los guardias, atraviesa el primero y segundo puestos de guardia, hasta la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos (cf. Hch 12,10). Pedro y el ángel del Señor, hacen juntos un largo trecho de camino, hasta que de nuevo en sí mismo, el Apóstol es consciente de que el Señor lo ha liberado realmente y, tras haber reflexionado, se fue a la casa de María, la madre de Marcos, donde muchos discípulos estaban reunidos en oración, una vez más la respuesta de la comunidad ante la dificultad y el peligro es confiarse a Dios, fortalecer la relación con Él.
Aquí parece útil recordar otra situación difícil, que ha vivido la comunidad cristiana de los orígenes. Santiago nos habla de ello en su Carta. Es una comunidad en crisis, en dificultades, no tanto por las persecuciones, sino porque en su interior hay celos y contiendas (cf. Santiago 3,14-16). El Apóstol se pregunta la razón de esta situación. Y encuentra dos razones principales: la primera es la de dejarse dominar por las pasiones, por la dictadura de sus propios deseos, por el egoísmo (cf. Santiago 4,1-2a). Y la segunda es la falta de oración – «no piden», dice (Santiago 4.2 b) – o la presencia de una oración que no puede ser definida como tal – «piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones» (Santiago 4.3).
Según Santiago, esta situación podía cambiar si toda la comunidad hablara con Dios, rezando verdaderamente de forma asidua y unánime. En efecto, incluso todo lo que se dice sobre Dios, corre el riesgo de perder su fuerza interior y el testimonio se vuelve árido si no están animados, apoyados y acompañados por la oración, por la continuidad de un diálogo vivo con el Señor. Es un recordatorio importante también para nosotros y para nuestras comunidades, tanto las pequeñas como la familia, así como las más grandes como la parroquia, la diócesis, la Iglesia entera. Me hace pensar que en la comunidad de Santiago, había rezado pero habían rezado mal, sólo por sus propias pasiones. Tenemos que aprender siempre de nuevo a orar bien, a orar realmente, orientándonos hacia Dios y no hacia nuestro propio bien.
Sin embargo, la comunidad que acompaña el encarcelamiento de Pedro es una comunidad que reza realmente, durante toda la noche, profundamente unida. Y es una alegría incontenible la que llena los corazones de todos, cuando el Apóstol llama a la puerta inesperadamente. Se trata de la alegría y del asombro ante la acción de Dios que escucha. Es así que, de la Iglesia se eleva la oración por Pedro y que él vuelve para contar «cómo el Señor lo había sacado de la cárcel » (Hechos 12:17). En aquella Iglesia donde fue colocado como roca (cf. Mt 16:18), Pedro cuenta su «Pascua» de liberación: él experimenta que la verdadera libertad estriba en seguir a Jesús, envueltos por la luz radiante de la Resurrección, y, por ello, puede testimoniar hasta el martirio que el Señor es el Resucitado, y que «realmente el Señor envió a su Ángel y lo libró de las manos de Herodes » (Hechos 12:11). Luego, el martirio que iba a sufrir en Roma lo unirá definitivamente a Cristo, que le había dicho: cuando seas viejo, otro te llevará a donde no quieras, indicándole con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios (cf. Jn 21,18-19).
Queridos hermanos y hermanas, el episodio de la liberación de Pedro, que cuenta Lucas, nos dice que la Iglesia, cada uno de nosotros, atraviesa la noche de la prueba, pero que es la incesante vigilancia de la oración la que nos sostiene. Yo, también, desde el primer momento de mi elección como Sucesor de San Pedro, me he sentido siempre sostenido por vuestras oraciones y por la oración de la Iglesia, sobre todo en los momentos más difíciles, os agradezco de corazón. Con la oración constante y confiada, el Señor nos libera de las cadenas, nos guía para atravesar cualquier noche de de cautiverio, que puede atenazar nuestro corazón, nos da la serenidad del corazón para hacer frente a las dificultades de la vida, aun el rechazo, la oposición y la persecución. El episodio de Pedro muestra el poder de la oración. Y el Apóstol, aun estando encadenado, se siente tranquilo, confiado en la certeza de no estar nunca solo: la comunidad está orando por él, el Señor está a su lado, aún más, sabe que «el poder de Cristo se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Cor 12,9). La oración constante y unánime es un instrumento precioso también para superar las pruebas que puedan surgir en el camino de la vida, porque estando profundamente unidos a Dios, nos permite también estar profundamente unidos a los demás. Gracias.