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El derbi entre el Betis y el Sevilla, correspondiente a la jornada 14 de LaLiga EA Sports, quedará grabado no tanto por el fútbol que se disputó, sino por el bochornoso espectáculo que ofrecieron las gradas del Gol Norte del estadio Ramón Sánchez Pizjuán.
Los verdiblancos, bajo la batuta de Manuel Pellegrini, mostraron un fútbol superior durante gran parte del encuentro, especialmente en la segunda mitad. Fornals abrió la cuenta con un golazo memorable, y Altimira sentenció el choque con un segundo tanto cuando apenas restaban minutos para el final.
Sin embargo, lo que debería haber sido una celebración para los béticos se transformó en un incómodo paréntesis en el minuto 88, cuando el árbitro José Luis Munuera Montero tuvo que tomar una decisión que, aunque correcta según las normas, volvió a poner de manifiesto las grietas existentes en la convivencia del fútbol español.
Las normativas que regulan las competiciones españolas establecen mecanismos claros y progresivos para actuar ante incidentes de violencia o desorden en los estadios. De acuerdo con el Reglamento General de la RFEF, un árbitro tiene la autoridad para suspender cualquier encuentro si considera que su celebración es imposible por causas excepcionales. No obstante, los lanzamientos de objetos desde las gradas no son una causa fortuita; se trata de una conducta antideportiva que exige un protocolo específico y escalonado.
El procedimiento seguido por Munuera Montero fue correcto conforme a los protocolos establecidos. En primer lugar, en el minuto 79, cuando comenzaron a registrarse los primeros lanzamientos de botellas y mecheros desde la zona ocupada por los ultras, el árbitro activó la fase inicial del protocolo pidiendo al delegado de campo que comunicara por megafonía un mensaje solicitando cesar esos incidentes. Esta primera fase es meramente informativa: se advierte a la afición sin interrumpir el juego, confiando en que prime la sensatez.
Cuando esa apelación fracasó y los lanzamientos aumentaron en intensidad en el minuto 86, Munuera Montero no tuvo más opción que pasar a la segunda fase del protocolo: suspender temporalmente el encuentro. Los jugadores fueron enviados a los vestuarios durante aproximadamente quince minutos, tiempo que permitió a los coordinadores de seguridad y a los delegados de ambos equipos reunirse con el árbitro para advertirle que cualquier nuevo lanzamiento significaría la suspensión definitiva del partido.
Un derbi que casi no termina
Lo sucedido en el Sánchez Pizjuán durante esos dieciocho minutos de interrupción total fue un tira y afloja entre la responsabilidad institucional y la irresponsabilidad de parte de la afición. Los propios jugadores, tanto del Sevilla como del Betis, se resistieron inicialmente a abandonar el campo; esto refleja la tensión palpable durante todo el encuentro. Tanto Matías Almeyda, entrenador sevillista, como Pellegrini intentaron convencer al árbitro para continuar con el partido, pero Munuera Montero mantuvo su firmeza aplicando las reglas sin excepciones.
La expulsión de Isaac Romero minutos antes había caldeado aún más los ánimos entre los aficionados sevillistas; este aspecto resulta crucial para entender cómo escaló la tensión hasta derivar en lanzamientos indiscriminados. Una entrada imprudente del delantero hispalense sobre Valentín Gómez fue considerada por el árbitro como roja directa; esta decisión encendió las protestas desde las gradas. Sin embargo, por muy polémicas que sean las decisiones arbitrales, nunca pueden justificar actos violentos o desórdenes desde las gradas.
Las consecuencias reglamentarias que se avecinan
El Sevilla aún no ha visto el final disciplinario tras este derbi. La RFEF y LaLiga tienen ahora ante sí la responsabilidad de actuar conforme a lo estipulado en su Código Disciplinario. Cuando un partido debe ser suspendido debido a acciones cometidas por uno de los equipos o sus acompañantes, corresponde darlo por perdido al equipo responsable. En este caso particular, aunque finalmente se reanudó y concluyó el choque, al club hispalense le esperan sanciones que pueden ir desde multas económicas hasta el cierre parcial del estadio Sánchez Pizjuán; esto afectaría principalmente a la zona de Gol Norte, donde comenzaron los lanzamientos.
Además, Isaac Romero afronta una posible sanción de dos partidos por su expulsión; esto complicará aún más las cosas para un equipo sevillista ya golpeado ante las próximas jornadas. El panorama es desalentador para sus intereses deportivos: no solo pierde un derbi en casa sino que también verá restringida su capacidad operativa tanto disciplinaria como en términos de seguridad dentro de su propio estadio.
Cuando el reglamento se convierte en necesidad
Las razones por las cuales puede suspenderse un partido según lo estipulado por reglamento español son diversas y están recogidas dentro de las normativas emitidas por la RFEF. Además de incidentes violentos como lanzamiento de objetos hay otras circunstancias válidas para interrumpir o suspender encuentros: inclemencias meteorológicas severas (tormentas eléctricas o visibilidad reducida) pueden justificar una suspensión temporal o definitiva; problemas derivados fallos estructurales (cortes eléctricos o falta adecuada iluminación) también habilitan al árbitro para pausar o cancelar partidos.
Asimismo pueden considerarse causas válidas invasiones al campo por personas no autorizadas; amenazas graves contra árbitros o jugadores; actos violentos entre hinchas también constituyen motivos legítimos para suspender encuentros. Inclusive situaciones menos comunes como tener menos jugadores disponibles debido a lesiones o expulsiones acumuladas pueden llevar igualmente a interrumpir juegos. Lo único excluido como motivo válido son aspectos como pérdida equipación o convocatorias internacionales.
En este caso concreto del derbi sevillano sí quedó claro que lanzar objetos desde las gradas era una amenaza directa hacia la integridad física tanto jugadores como árbitros; así pues constituye una razón legítima para proceder con suspensión temporal. El protocolo aplicado por Munuera Montero fue claro: primera advertencia mediante megafonía seguida luego suspensión temporal con aviso sobre posible cancelación definitiva; finalmente reanudación cuando se garantizó seguridad.
Lo más alarmante respecto al incidente no es solo lo ocurrido sino lo que representa realmente. Mientras celebraba su victoria merecida, el Sánchez Pizjuán comenzó vaciarse dejando atrás aficionados coreando «directiva dimisión» o «a segunda», reflejo evidente frustración acumulada dentro club hispalense durante esta temporada complicada. Se vio obligado incluso mostrar mensajes electrónicos intentando calmar ánimos exaltados entre hinchas desbordados.
El fútbol español enfrenta verdaderamente problema convivencia mucho más allá resultados deportivos. Cuando parte afición usa estadios plataformas violencia, cuando incidentes continúan repitiéndose sin consecuencias suficientemente disuasorias, se revela cadena responsabilidades abarcadora desde seguridad privada hasta cuerpos policiales pasando también clubes directivas mismas. Si bien Sevilla deberá rendir cuentas ante organismos competentes, también debe reflexionar acerca cómo ha llegado hasta aquí.
El fútbol que se vio en el campo
Más allá del caos generado entre las gradas, quedó claro que el Real Betis demostró ser superior durante los noventa minutos efectivos jugados. Fornals, uno de sus fichajes estrella esta temporada, evidenció por qué goza de la confianza plena del entrenador marcando un golazo representativo del dominio bético en esa segunda mitad. A su vez, Altimira selló definitivamente el encuentro con otro gol cuando apenas quedaban instantes.
Por otro lado, el Sevilla no logró encontrar respuestas ante la presión ejercida por sus rivales. A pesar de intentar realizar cambios tácticos para revertir la situación mediante Almeyda, sus esfuerzos fueron insuficientes. La superioridad del Betis fue tan clara que si no hubieran mediado aquellos incidentes fuera del campo, este encuentro habría sido solo otro trámite más dentro del calendario liguero. Sin embargo, esos sucesos lo transformaron en algo mucho más grave que una simple derrota deportiva.
