¿Qué podemos decir?

No es una pregunta retórica. Es literal. ¿De qué podemos hablar o escribir y, sobre todo, hacer chistes? Cualquier escritor debe tener hoy, y más en España, donde el nivel de cretinismo intelectual es muy superior al francés –no en vano España estuvo presidida durante ocho años por Zapatero, manifestante hoy contra sus propias alianzas del pasado, hipócrita santurrón siempre-, un repertorio de las palabras que puede y no puede usar, de aquellas a las que hay que ponerles barritas a/o, y de todos esos nuevos términos colectivos que eliminen cualquier uso del género masculino, ese oprobio. Si hoy no usas “la ciudadanía, el alumnado, el funcionariado, el profesorado, las personas africanas, los vascos y las vascas”, eres un deslenguado reaccionario.

No me he fijado en si hay que usar también los musulmanes y las musulmanas, aunque parece que las musulmanas tienen poca presencia bajo el niqab. En fin, los deslenguados están destinados al paredón.

La corrección política ha sido el Caballo de Troya que nos ha ido doblegando y habituando a la autocensura. Caído el Muro, la izquierda se echó en sus brazos encantada. La Revolución consistía en sustituir el hermoso sexo por el frígido género, y, de paso, destruir la lengua, el instrumento de la libertad. Todo se volvió tabú. Y el humor quedó prohibido. Y ahora, asesinado. Un crimen que “comprenden” Bildu, Willy Toledo y la extrema izquierda que viene para abrir las puertas. Y Tariq Ramadán, el intelectual islamista mimado en Europa, que culpa a Francia del terror que ha caído sobre ella. El odio a Occidente, el odio a la democracia, une a los ‘ismos’ totalitarios. Luego la derecha se asimiló en todo y se puso a poner barritas, no sabemos si porque son más tontos que Abundio, o porque tampoco sintieron nunca un gran fervor por la libertad, ese sentimiento republicano. De la República de verdad, la francesa.

Hoy ya no escribimos ni hablamos. Hasta Houellebecq ha tenido que salir huyendo de esta Europa incapaz y vencida por sí misma. Mañana, al levantarnos consultaremos el código de la ropa que podemos ponernos o la longitud de la barba que tendremos que lucir, como pasa ya en el Estado Islámico y en Irán, el Irán de Podemos, en el que hay un cuerpo policial específico para la ropa femenina. ¡Ah, las mujeres!, el otro bastión de la libertad. Todo lo que hemos amado, la lengua y las mujeres, guardado bajo el ropón de una túnica carcelaria y el pañuelo de la sumisión. Ese es el futuro.

Pero que conste que no he usado ningún término que pueda herir ninguna sensibilidad religiosa ni cultural. Como el New York Times, el diario ex-liberal que no ha querido republicar las viñetas para no herir al multiculturalismo. Y del que todos los cobardes vamos detrás.

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