Más cara que espalda.
E hipocresía a granel.
Las calas menorquinas han sido testigos este verano de una escena digna de una novela satírica: Irene Montero, antigua ministra de Igualdad y actual eurodiputada de Podemos, disfrutando de sus vacaciones en la isla tras meses criticando la saturación turística que, según ella, “destruye” el archipiélago balear.
El episodio, viralizado en redes y analizado con lupa por la opinión pública, ha reabierto el debate sobre la coherencia política, el papel del turismo en la economía española y las protestas sociales que marcan la temporada alta de 2025.
Durante la pasada campaña europea, Montero fue especialmente contundente en sus mítines en Baleares: “Las islas son para los que las habitan”, clamaba, denunciando el “turismo masivo que depreda el territorio” y convierte Menorca “en un parque temático para ricos”.
Las consignas no quedaron ahí: advirtió que “el turismo masivo no le puede costar la vida a la gente que vive” en las islas y lamentó que “miles de mujeres tiemblan cada vez que empieza la temporada turística entregando su salud” al sector.
Pero lo que parecía un alegato ecologista y social se ha tornado en un boomerang mediático. A día de hoy, 28 de agosto de 2025, las redes hierven con memes y reproches: las imágenes de Montero y Ione Belarra –también de Podemos– relajándose en calas vírgenes y disfrutando de la hostelería menorquina han sido calificadas de “hipocresía de manual”. El mantra de “no vayáis a Menorca, que Irene ya va por vosotros” resume el sentir general, mientras la exministra encarna el clásico “haz lo que diga, pero no lo que yo haga”.
El turismo en Menorca depreda el territorio y destruye las vidas de las trabajadoras del sector turístico.
Menos cuando Irene Montero se ha ido este verano de turismo a Menorca. Ahí el medioambiente lo agradece y las mujeres trabajadoras aplauden su llegada. pic.twitter.com/KsFkNQTtq3
— Nicolás Bolivariano (@NicoBolivariano) August 26, 2025
La gallina de los huevos de oro bajo amenaza
No es un secreto que el turismo ha sido la gallina de los huevos de oro de la economía española durante décadas. Representa cerca del 12% del PIB nacional y es el motor económico de comunidades como Baleares, Canarias o Andalucía. Sin embargo, este verano no ha sido un buen año para el sector: según datos recientes, la demanda turística ha caído un 3,8% en ciudades clave como Barcelona, Ibiza y Palma de Mallorca durante la temporada alta.
Las causas son múltiples:
- Protestas sociales crecientes contra la turistificación y la presión sobre la vivienda y los servicios básicos.
- El hartazgo de los residentes locales, que ven cómo los precios se disparan y los barrios pierden su identidad.
- Una cobertura internacional que ha puesto el foco en las tensiones sociales y medioambientales derivadas del turismo masivo.
En paralelo, la imagen de España como destino amable y hospitalario se resiente, justo cuando la competencia internacional arrecia y la inestabilidad en otros mercados (como el norte de África) vuelve a ser un factor de incertidumbre.
Protestas y contradicciones: el verano de la indignación
El caso de Montero ha servido de combustible para un debate que trasciende lo anecdótico. Este verano, miles de personas han salido a la calle en ciudades como Palma, Barcelona o Granada para exigir “decrecimiento turístico”, regular la entrada de visitantes y proteger el derecho a la vivienda. Pancartas como “el turismo nos roba pan, techo y futuro” han encabezado marchas bajo un sol abrasador, mientras plataformas ciudadanas como Menys Turisme Més Vida ganan adeptos entre los jóvenes locales.
El fenómeno ha tenido su eco en el descenso de la demanda turística: los datos de Lighthouse muestran caídas del 6% en Barcelona, 7% en Palma y 4% en Granada en los meses de julio y agosto. El mensaje parece claro: la convivencia entre residentes y turistas está en entredicho, y la presión social puede empezar a hacer mella en el modelo económico español.
El turismo, ¿víctima de su propio éxito?
España recibió en 2024 un récord de 94 millones de visitantes, un 10% más que el año anterior. Pero el modelo empieza a mostrar grietas: la saturación de infraestructuras, la pérdida de calidad de vida para los residentes y la degradación ambiental alimentan el descontento. El sector turístico, acostumbrado a batir récords, afronta ahora el reto de reinventarse sin matar a la gallina de los huevos de oro.
Mientras tanto, el episodio de Irene Montero ha servido para que políticos, tuiteros y tertulianos rescaten el viejo debate sobre la coherencia y el doble rasero en la política española. No han faltado las bromas: desde quienes preguntan si el “turismo sostenible” es aquel que practican los miembros de Podemos, hasta quienes sugieren que la verdadera amenaza para el ecosistema balear no son los turistas, sino los discursos de ida y vuelta.
