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No hay mal que por bien no venga… a salvarnos

Ángel Sáez García 08 Feb 2024 - 14:00 CET
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NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA… A SALVARNOS

“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

José Ortega y Gasset, en “Meditaciones del Quijote”, 1914.

Aunque a algún prejuicioso (ella, él o no binario) le moleste leer lo que sigue, cabe catalogarlo de verdad, pero como una catedral o seo. El refranero forma parte integrante del acervo cultural de un pueblo. El refranero español, verbigracia, es muy rico en dichos sentenciosos (por cierto, servidor se aprendió varios sinónimos de refrán, yendo a comprar con su madre, Iluminada, al primer supermercado que abrió en el barrio de Lourdes y se llamaba SPAR, con esa concreta mnemotecnia: sentencia, paremia o proverbio y adagio=refrán), más o menos moralizantes. Abundan en él asertos o evidencias incontrovertibles, irrefutables, que, en menos que canta un gallo, ladra un can o maúlla un gato, sí, en apenas un santiamén, por arte de birlibirloque o magia, pasan de exhibir su inconcusa verdad a que esta se vea, si no contradicha o impugnada en su totalidad, en una parte matizada.

Hace muchos años, servidor vio representado, sobre las tablas del escenario de un teatro portátil, un sainete (al estilo de los que llevaban a escena los cómicos de la legua del año catapún), parecido al que se contempla en la película “El viaje a ninguna parte” (mismo título de la novela que un año antes escribió quien también firmó el guion y la filmó) que dirigió Fernando Fernán Gómez en 1986, en la que lo mencionado por este menda en el párrafo inicial de esta urdidura o “urdiblanda” queda manifiesto, notorio y público. En escena aparecían, a la izquierda, en fila y en perspectiva, con el telón a medio correr (se veía, por ende, la mitad del escenario) cuatro estatuas sobre sendas peanas, dos representaban a féminas y otras dos a varones, intercalados entre las tales, que decían, una tras otra, verdades como puños. Terminado de correr el telón, enfrente, a la derecha, cabía observar otras cuatro esculturas, en idénticas condiciones. Estas efigies, las mencionadas en último lugar, ayudadas de sus manos y de gestos de todo tipo, incluidos los obscenos o procaces, hacían burla de las afirmaciones que acaban de proferir sus contrarias u opuestas, y acaso las zahirieran, pero no las abatieron o derribaron de sus correspondientes pedestales. A renglón seguido, procedieron a hacer sus propias aseveraciones, adagios que tal vez abofetearon a los espectadores y oyentes con la misma fuerza con la que lo habían hecho las verdades que fueron emitidas antes por sus tallas adversas.

A la pata la llana, para que se entienda, como para muestra basta con presentar en el mostrador de la mercería un solo botón, pondré un ejemplo en el que se vean claras, cristalinas, diáfanas, las dos caras de esa moneda: “A quien madruga Dios le ayuda” y “No por mucho madrugar amanece más temprano”. O sea, al diligente (ella, él o no binario), al que no se duerme en los laureles y llega al tajo (campo, fábrica, laboratorio, taller o lugar de curro) nada más clarear el día, dispone de más tiempo para llevar a cabo las labores que sean que el que arriba horas más tarde a su puesto de trabajo (sea este el que sea). Ahora bien, si es condición necesaria, sine qua non, que haya amanecido para que la tarea que sea se haga, de nada sirve llegar de noche al tajo en el campo o viña, si no se porta linterna, porque esos minutos serán improductivos.

Los renglones torcidos que anteceden vienen a cuento de lo que sigue y del rótulo que he escogido para que encabezara este texto en prosa. A mi padre, Eusebio (RIP, DEP), le diagnosticaron cáncer de colon (que, lamentablemente, ya había metastatizado a otros órganos, hígado y pulmón) y lo intervinieron en el Hospital “Reina Sofía” (HRS), de Tudela. Al abajo firmante, que entonces trabajaba en la capital maña, le concedieron cuatro días de permiso para poder asistir a la operación (no en el quirófano, que no terminó la carrera de Medicina) y cuidarlo durante los primeros días de la convalecencia. Bueno, pues, nada más acabar la intervención, el cirujano que llevó la voz cantante en el quirófano, el doctor Iñaki Alberdi (ayudado por otros miembros del equipo, por supuesto) se reunió con los presentes, tres hijos del paciente, en un despacho del recinto hospitalario y nos dijo lo que había que contar. Tras preguntarle, cuánto tiempo le quedaba de vida a nuestro progenitor (la experiencia es un grado, sin duda) nos contestó que año y medio, si recibía sesiones de quimioterapia. Fueron 18 meses (de marzo de 2001 a septiembre de 2003) cabales los que vivió, tras dicha charla, pues falleció el 29 de dicho mes, festividad de los arcángeles Miguel Gabriel y Rafael.

Por si el origen del mal de nuestro padre era una poliposis hereditaria, familiar, el doctor Alberdi nos recomendó que nos hiciéramos cuanto antes los cinco hijos vivos de su prole sendas colonoscopias. A mí me la hicieron el primero, en agosto, en el Hospital Clínico Universitario “Lozano Blesa”, de Zaragoza. Subí en tren a casa, a Tudela, con el diagnóstico en un sobre cerrado (“que contenía una bomba”, según se expresó mi médico de atención primaria, que fue quien lo abrió”): doble cáncer de colon. Pero, afortunadamente, los estadios de los dos que me detectaron eran incipientes, me los pudieron coger a tiempo, sin que la enfermedad se hubiera propagado.

Así que aquí, en el último parágrafo de este texto, vuelvo a iterar lo que cabe leer en el título del mismo: No hay mal que por bien no venga… a salvarnos. O “si me quebré el pie, fue por bien”, que recoge “La Celestina”, de Fernando de Rojas; o “no hay mal que no venga por bien”, como se lee en “El Criticón”, de Baltasar Gracián. Esta paremia muestra un prisma o punto de vista positivo de la realidad, pues, desde una coyuntura adversa, cabe sacar algo beneficioso, o sea, de una corriente negativa, tras ser filtrada esa agua oportunamente, puede surgir una fuente halagüeña.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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