¿QUÉ DEBO HACER PARA QUE EL MAL NO TRIUNFE?
En unos versículos del Corán que Mohamed, uno de los dos compañeros tunecinos con los que compartí piso en Zaragoza, cuando bajé a la capital maña a obtener en el Instituto de Ciencias de la Educación (ICE) el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP), requisito necesario para que los licenciados, graduados o equivalentes puedan ejercer la enseñanza secundaria, dentro de la función pública docente, pues habían fundido o fusionado las plazas de las oposiciones de Lengua y Literatura Españolas, las de Bachillerato y las de Formación Profesional, y lo necesitaba, leí en un folio que él había adherido o fijado por dentro en la puerta de su cuarto, dos pensamientos o frases que me llamaron sobremanera la atención. Una de ellas decía así: “Celui qui est en tête est parfois dépassé”, o sea, a veces quien va en cabeza es adelantado (la otra decía “le succès est un échec qui change soudain de cap”, esto es, el éxito es un fracaso que cambia de repente de rumbo), que tanto me recuerda a otra de Friedrich Nietzsche: “Recompensa mal a su maestro quien quiere seguir siendo siempre su discípulo”.
Y es verdad; a veces quien está al mando de un colectivo, sea este el que sea, militar, político, religioso o social, si no ha procedido a reciclarse, a modernizarse, y a remozar, por ende, de paso, su proyecto didáctico o plan de trabajo (la adversativa es evidente: renovarse o morir), este se frustra, al quedar anquilosado, anticuado. Hay quien cree que el camino hacia el éxito se labra a base de imponer el miedo entre sus subordinados. Y no; las letras con sangre no entran. Hoy hace más el incentivo, el estímulo; consigue más el acicate, el aliciente, pieza fundamental, crucial, en el nuevo engranaje u organigrama, en el nuevo mosaico de la educación actual.
Y esa certeza me aboca o lleva, de manera irremediable, a otra, esta, a que la verdad es provisional, goza de un carácter interino, pues dura en pie, como mero muñeco del pimpampum, mientras no es refutada o contradicha, por otra, que, en ese mismo momento, procede a derribarla del pedestal donde se hallaba y se enseñoreaba, para ocupar al instante ese trono o peana, como vino a sostener y defender con buenas razones de peso el filósofo y politólogo austriaco, nacionalizado británico, Karl Raimund Popper. Buscando el mejor remate o colofón a dicha idea, he hallado y me quedo con lo que adujo el físico alemán Max Planck, padre de la teoría cuántica y Premio Nobel de Física en 1918, que la ciencia avanza de funeral en funeral, sí, de exequias en exequias.
Hoy en día, el conocimiento, montado en un bólido de Fórmula 1, circula por internet y las redes sociales a una velocidad de vértigo. El problema es que ese conocimiento no siempre es bueno, fetén, sino que va preñado de ignorancia a sabiendas, buscando entorpecer el saber, embarullándolo, falseándolo con posverdades. Y los científicos, refutadores empedernidos, se ven desbordados, sobrepasados por tanto trabajo. No solo han de demostrar la parte de falsedad que contienen las ideas buenas, formuladas con buena fe o intención, sino también las malas, las que tienen raíces perversas.
Los nuevos avances tecnológicos han propiciado que haya surgido una esfera pública y digital desconocida, donde se intenta influir e imponer unos determinados prismas o perspectivas sobre el orbe en detrimento de otros/as, en una lucha encarnizada, sin cuartel. Quienes logren hacer valer sus pensamientos o persuadir con sus argumentos, de manera decisiva, en la nueva ágora global, obtendrán, como fruto apetecible y apetecido entre la ciudadanía, además de autoridad, notoriedad.
¿Qué cabe hacer para que no triunfe el mal? Como este siempre anda enredando por doquier, tratando de sembrar cizaña, como le peta y place hacer al demonio, es urgente enseñar a aprender con criterio, o sea, con espíritu crítico, inculcando en la ciudadanía el “sapere aude” kantiano, el “atrévete a saber”, sobre todo, por esta razón de peso irrebatible e irrefutable, porque el saber siempre dejó entre quienes cada día algo nuevo aprendieron, lo que fuera, un buen sabor de boca.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com
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