Una de las conclusiones de mayor calado, tanto para la sectaria izquierda española como para la a menudo acomplejada centroderecha, es que lo de que viene el lobo, de Pedro Sánchez no funciona.
Fue operativo en las elecciones generales de 2023, pero parece que ya no cuela.
Cierto que la Brunete Pedrete periodística ha salido con esa latanía, apenas se concretó el batacazo extremeño del PSOE y el ascenso meteórico de VOX, pero no hay esta vez ni convicciñon en el argumentario.
No se lo cree ni el rojerío, porque la gente corriente, no tiene miedo a Santiago Abascal, sino todo lo contrario.
Los resultados de las elecciones del 21 de diciembre de 2025 en Extremadura han actuado como un espejo, mostrando una imagen que el Partido Popular ha intentado esquivar durante meses.
María Guardiola se alzó con la victoria al obtener 29 escaños, uno más que en 2023. Sin embargo, este aumento no es suficiente para gobernar sin aliados.
Por su parte, VOX duplicó su representación, pasando de 5 a 11 diputados, consolidándose así como la clave para la gobernabilidad. Lo que parecía un triunfo rotundo ha derivado en un escenario que obliga a replantear las estrategias políticas de toda la derecha española.
La matemática es implacable: el PP necesita a VOX, y ambas formaciones son conscientes de que no tienen otra alternativa viable.
El bloque de derechas logró concentrar el 60% del voto en Extremadura, un territorio que durante cuatro décadas fue bastión socialista.
Este dato no es trivial. Representa un cambio de ciclo que trasciende lo local y proyecta una sombra sobre el panorama político nacional. Los estrategas de Génova han empezado a darse cuenta de que la confrontación directa con la ultraderecha no solo es ineficaz, sino que produce el efecto contrario al deseado.
La estrategia fallida de enfrentar a VOX
Durante varios meses, el Partido Popular intentó llevar a cabo una estrategia que podría describirse como «trumpista»: una campaña discreta, esperando que el desgaste del Gobierno central hiciera su trabajo.
Guardiola eligió no confrontar abiertamente con VOX, evitando líneas rojas y cordones sanitarios. No obstante, esta pasividad no detuvo el avance del partido de Santiago Abascal. Mientras el PP se mantenía a la defensiva, VOX aprovechaba el descontento general con una campaña centrada en temas nacionales: inmigración, continuidad de la central nuclear de Almaraz y un discurso de «cambio» frente a los partidos tradicionales.
En Génova han llegado a una conclusión crucial: enfrentarse a VOX solo le otorga más fuerza a VOX. Esta enseñanza, extraída de los resultados en Extremadura, representa un giro radical en la táctica popular. Los analistas políticos advierten que el enfrentamiento directo —la estrategia adoptada por el PSOE para convertir a la ultraderecha en su enemigo— ha terminado por fortalecer precisamente lo que buscaba debilitar. Así las cosas, el bloque de derechas se ha consolidado y ambas formaciones han crecido juntas mientras la izquierda se fragmentaba.
El reconocimiento del bloque de derechas como realidad política
Lo más relevante del cambio estratégico del PP es su disposición a reconocer públicamente la existencia de un «bloque de derechas».
Durante años, los populares evitaron esta terminología, reservada históricamente para las menciones del Pedro Sánchez al «bloque progresista». Sin embargo, ahora desde Génova se acepta que si el presidente del Gobierno juega en bloques, los liderados por Alberto Núñez Feijóo también lo harán. Esta aceptación implícita de una realidad política previamente negada representa una transformación profunda en cómo entienden la competencia electoral.
El PP ha comprendido que sumar sus votos con los de VOX supera ampliamente al total del electorado izquierdista.
En Extremadura, esa suma alcanzó el 60% del electorado. Esta imagen es clara y envía un mensaje contundente hacia las próximas citas electorales: Aragón, Castilla y León y Andalucía serán territorios donde el PP deberá negociar con VOX en lugar de enfrentarse a él. Según fuentes consultadas, los barones populares reconocen ahora haber subestimado a la ultraderecha y consideran que la campaña de Guardiola fue demasiado «plana y discreta» para contener el crecimiento de Abascal.
