Antes de que ya no pueda quiero dejar escrito este elogio a dos periodistas señeros de la Transición con los que he tenido la fortuna de compartir cosas y admirarles: Pepe Oneto Revuelta y Miguel Ángel Aguilar Tremolles.
El primero nos dejó por sorpresa y prematuramente el 7 de octubre de 2019 de una septicemia, después de una carrera de largo recorrido y una vida dedicada al periodismo, y el segundo, afortunadamente, goza de buena salud y sigue en el machito. Ambos son ejemplo vivo del periodismo libre, independiente, indómito. Críticos con el poder, hinchapelotas, moscas cojoneras, tábanos que “acicatean al caballo para mantenerlo despierto”.
Pepe Oneto (San Fernando -Cádiz-, 1942; San Sebastián, 2019), tenía ojo de halcón, gracia gaditana (“Salid a la calle y llenad la cestita”, decía a sus redactores) y formas exquisitas para engatusar a su interlocutor que le hacían quererle al poco de conocerle, hasta convertirle en el periodista mejor informado. De él dijeron con justicia las reseñas periodísticas que se ganó el respeto de millones de ciudadanos que siguieron su trayectoria profesional en prensa escrita, radio y televisión. Oneto hizo del periodismo, donde tocó todos los palos, una pasión que no le abandonó jamás y de su estudiado y cuidado aliño indumentario, arriesgado en su estilo, una imagen clásica a la que nunca privó de su famoso flequillo. Amante del detalle, incansable en la búsqueda del dato preciso y con análisis certeros y bien documentados, Oneto dirigió medios referentes de información política, se definió como “escritor de libros políticos, melómano y escéptico” y dejó escritas una docena de obras cuya lectura sigue siendo imprescindible para entender los últimos años del franquismo, la Transición y la Democracia liberal que aún tenemos.
Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) sigue siendo un incansable indagador, testigo y protagonista del verdadero periodismo, pisador de todos los charcos y hacedor de numerosas obras culturales y periodísticas como la sección española de la Asociación de Periodistas Europeos, la Fundación Diario Madrid y la Fundación Carlos de Amberes. Con ellas desarrolla innumerables actos en donde la información es el epicentro y principio y fin de todo. Sigue gozando de una actividad frenética gracias a su don de la ubicuidad, pudiendo estar a la vez en el Congreso de los Diputados, en el Senado, en un acto público de relevancia política y social o en cualquiera de los que organiza en las instituciones citadas con personas, políticos, empresarios y cargos institucionales de relevancia nacional e internacional.
Como Oneto, Aguilar ha ejercido en los últimos años del franquismo, la Transición y la Democracia todos los cargos y en todos los soportes del viejo oficio menestral que es el periodismo, y escrito libros sobre esos maravillosos y afortunados (para un periodista) tiempos, incluido el que, por ahora, cierra su lista: En silla de pista, donde narra, a modo de álbum biográfico, momentos vividos en primera línea. Pero a diferencia del gaditano, Aguilar habla sin parar, su papel de moderador es casi siempre de acaparador y pisa más callos de los aconsejados. Pero es su maravillosa forma de ser, y una pulcra e impoluta vestimenta, en la que no falta la corbata, por lo general V.E.R.D.E, como signo de distinción de aquél viejo periodismo que tuvimos la fortuna de mamar y ejercer, a la que acompaña siempre bajo el brazo un par de libros, uno o dos cuadernos de notas y un fajo de papeles. También le admiro por no llevar la dichosa mochila con la que ahora carga casi todo quisque ni el teléfono portátil que abduce a su portador.
Al igual que Pepe, Miguel Ángel no sabe freír un huevo pero cocina suculentos almuerzos y es ingrediente de todas las salsas.
Quede aquí mi admiración por ambos.

