NOS TOMAN POR IMBÉCILES

“Ser o no ser. ¿Hay otra cuestión?”

Luis XIII…y medio

“Ser o no ser. ¿Hay otra cuestión?”

Una España bananera/sufre impuestos a traición/¿Dónde está la Oposición?/¡Ni llegó, ni se la espera!

 

Una vez a la semana tengo el placer de compartir desayuno con cuatro buenos amigos; como era de esperar, lo mejor de esos encuentros no está en las viandas propias de la hora, sino en las todavía más sabrosas tertulias que amenizan el encuentro; tertulias en las que no falta  discusión sobre la actualidad política.

Propiciada por la discrepancia entre nosotros, antes llamada “contraste de pareceres”; porque dos de mis amigos, matrimonio sin hijos, votan a VOX; la otra señora, hermana de la anterior, al PP y, por último, el hombre que suele sentarse a mi izquierda, apoya siempre al PSOE; para acabar de complicarlo, yo jamás he votado y, al paso que vamos, presiento que me quedaré sin hacerlo.

Perdonen que me salga del hilo por unos momentos, para contarles la cantidad de veces que esa obstinada abstención mía, ha recibido la misma y acostumbrada objeción: “Puesto que te niegas a votar, luego no tendrás ningún derecho a quejarte de lo que salga de las urnas”. Una y otra vez me veo obligado a explicar que sucede exactamente todo lo contrario: por el hecho de participar, el que lo hace, está aceptando las reglas del juego; lo que supone dar por bueno, también, el resultado de las Elecciones en cuestión; por el contrario, yo, que por oposición al Sistema, me niego a votar, tengo después toda la legitimidad del mundo para quejarme cada vez que nos caiga encima un Gobierno indeseable; precisamente porque esas reglas del juego no han previsto tal posibilidad y, en consecuencia, tampoco se han tomado las oportunas medidas para evitar tan terrible desgracia.

Las encuestan suelen reflejar a menudo quién vota a quién. Por edad, sexo, lugar de residencia, nivel de estudios…No es casualidad que, hasta donde yo sé, nadie se haya molestado en estudiar sociológicamente la abstención. O no se lo hayan permitido, que ésa es otra. No es difícil entender los porqués de esta carencia.

Mis cuatro contertulios se proclaman demócratas; yo, también, pero con algún significativo matiz; ese tan alabado sistema político viene definido por la propia palabra: el sufijo “cracia” que significa “Poder”, precedido de “demo”, población, lo dice casi todo: el único titular de la soberanía de una Nación es su ciudadanía al completo. Como quiera que tamaña multitud no podría tomar decisiones a diario, ha de delegar en personas y Partidos que, en su nombre, legislen y gobiernen.

Hasta ahí la teoría; fíjense en que no se dice qué precauciones previas deben tomarse antes de llegar al momento de la votación. Significativo olvido, ¿no les parece?

Considerando las cuatro posiciones de los contertulios, y el resto no representadas en nuestro grupo, cuando se nos convoca a elecciones, las posibilidades ante cada español son numerosas: no votar, hacerlo nulo, en blanco o por cualquiera de las muchas candidaturas en competencia.

Con toda seguridad, una de ellas será la mejor; quizá haya dos o tres no muy inferiores; pero que habrá una, la más conveniente para España, me parece que no presenta la menor duda.

Pues bien, también sin discusión posible, ante unas Elecciones, tres de las decisiones de los contertulios de desayuno, como mínimo, si no las cuatro, no darán con lo más conveniente.

Eso supone, a ojo de buen cubero, que ante cualquier proceso electoral, entre un setenta y un ochenta por ciento de la población, va a equivocarse.

¿Qué clase de sistema político es ese que está condenado a soportar, casi siempre, pero muy casi siempre, resultados en las urnas poco o nada recomendables?

A los hechos me remito: ¿De verdad creen ustedes que individuos como Zapatero, Rajoy, Iglesias o Sánchez se encuentran entre el millón de españoles más capacitados para presidir nuestro Gobierno?

Pues eso. Yo, como no podía ser menos, estoy por la evidencia de que España es de los españoles y, por lo tanto, de que todos nosotros, en conjunto, somos los únicos legitimados para tomar decisiones.

Lo que exige, también, que a la hora de tomar esas decisiones a través del voto, previamente se haya cerrado con rigor el paso a todo candidato indeseable. O sea, que, mientras no se establezca algún mecanismo que elimine a los participantes que no reúnan un mínimo de condiciones, estaré radicalmente en contra de nuestro actual sistema político.

Me explicaré mejor a través de un símil futbolístico; la competición de nuestro Continente que más gloria y dinero proporciona, es, como saben todos ustedes, la Copa de Europa.

España tiene derecho, por su potencial, a estar representada por cuatro equipos. ¿Cómo se eligen? Del mejor modo para propiciar que sean los mas fuertes: los cuatro primeros clasificados en un Campeonato de Liga, automáticamente, jugarán la siguiente edición de la Copa de Europa.

Supongamos, ahora, que ese derecho fuera adjudicado por votación popular; les recuerdo que en un reciente Festival de Eurovisión, el público que votó por teléfono apoyó mayoritariamente a la canción que representaba a Ucrania, por el indiscutible mérito musical de que aquel país estaba siendo invadido.

No duden que si un pueblecito español de, pongamos, cuatro mil habitantes, sufriera un terremoto, habría mucha gente que consideraría al modesto equipo local de fútbol uno de los cuatro más potentes de nuestra nación.

Alguno podrá decir que algo así difícilmente llegaría a suceder. Pues el hecho es que está sucediendo una y otra vez. ¿De dónde, si no, han salido los Zapatero, Rajoy, Iglesias y Sánchez, si no de votantes situados en algún pueblecito con terremoto? Si es que no se produjo el terremoto, en sus respectivas cabezas. O eso parece, al menos.

Una solución podría ser proponer a la ciudadanía como candidatos, a los seis equipos mejor clasificados en nuestra Liga; así, aún contando con los muchos que apoyarían a Ucrania, quiero decir los que votarían  a partir de cualquier motivación no muy relacionada con el razonamiento, estaríamos a salvo. Pues, de ese modo, nos aseguraríamos de que, aún en el peor de los casos, nuestros cuatro representantes en la máxima competición europea serían muy fuertes; lo que significa que no podría colarse ningún Zapatero, ningún Sánchez…

¿Cómo se consigue eso?

No se trata de un desafío, sino de dos: ¿Qué nueva Constitución queremos y por qué medios la conseguimos?

A la primera pregunta ya respondí a mi manera en una columna anterior. Como las propuestas serían muchas, pasaré a la segunda parte. El método.

Hay que convencer, sobre todo, a los posibles votantes de Ucrania de que no es ese el camino.

Un afamado Catedrático de no recuerdo la asignatura de la Facultad de Económicas, nos explicó ¡con números y documentos! que los españoles, actualmente, trabajamos los seis primeros meses del año únicamente para costear el gasto inútil. En los dos siguientes, aportamos nuestra contribución a lo verdaderamente necesario y sólo los cuatro últimos, para sobrevivir.

No tiene que resultar tan difícil explicar, aún a la gente más roma,

que si suprimimos Autonomías, exceso de enchufados, robos muchos, variados, impunes y cuantiosos, amén de subvenciones no justificadas por fines decentes, muchos de nuestros parados tendrían trabajo; los jubilados engañados con subidas en la cifra de sus pensiones, a la vez que se las bajan en mayor medida al perder capacidad adquisitiva, mejorarían también; los que reciben ahora una cierta ayuda, con Gobiernos decentes no las necesitarían porque sus ingresos serían ahora mucho mayores… y tantos otros, hoy tan contentos con la ruina que tienen encima,  que, tarde o temprano, acabarían por caerse del guindo.

A partir de ese momento se aclararía el panorama político. Por fin, aparecería una Oposición de verdad, que intentara sanear en ese deseable sentido nuestro actual Régimen. Y en cuánto surja algún líder con un esperanzador programa, toda la golfería hoy al mando, quedaría automáticamente retratada.

Tarde o temprano, hasta los que valoran la calidad de las canciones en función de las circunstancias del país en que fueron compuestas… hasta esos, terminarían dándose cuenta de la estafa a la que están siendo sometidos. Por una vez, la bola de nieve empezaría a superar la pendiente; vamos, que dejaría de rodar hacia el abismo.

Sé perfectamente que avanzar cuesta arriba es mucho más trabajoso que dejarse caer por esa misma pendiente.

Echen una miradita, por favor al título de esta columna: “ser o no ser”

 

Luis XIII…y medio

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