“Se dice que la maldad se expía en el otro mundo, pero la estupidez se expía en este” Arthur Schopenhauer, filósofo alemán
“Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda” Jean de La Fontaine,
El portero de la finca donde habito ha pedido al presidente de la comunidad la baja laboral por agotamiento físico, mental y psicológico. El portero es un buen trabajador y una buena persona, además de atenta, servicial – que no servil – y dispuesta, pero las nuevas costumbres de esta sociedad del progreso hasta la náusea, está acabando con él (me imagino que en otras fincas estará pasando lo mismo)
Amazon, El Corte Inglés, Shein. Aliexpres, Temu etc. han invadido el espacio físico de la garita del portero que se suponía era el espacio vital de él. El portero carece de espacio vital que ha sido colonizado por los paquetes que diariamente llegan hasta nuestras viviendas. Los fines de semana, entre la tarde del viernes y la noche del domingo, los paquetes son sustituidos por las comidas preparadas. Nuestra finca es asaltada por un ejército de repartidores de comida de la más variada y sospechosa procedencia. El lunes, el portero es absolutamente incapaz, física y mentalmente de recoger la acumulación de los restos de comida de todo tipo que se amontonan en el reservado que tenemos para depositar la basura que más tarde será llevada a reciclar. A más de que a ver quién es el que tiene cojones de entrar ahí y soportar los efluvios de los restos de ¿comidas? basura.
Nuestro portero, apoyado por un técnico de salubridad, ha solicitado la baja temporal porque su trabajo, antes pormenorizado y claro en sus funciones, se ha convertido en una odisea.
Ante tamaña situación, Juan, mi vecino arquitecto ha presentado una propuesta para acondicionar un lugar en cada planta del edificio, en el que los de los paquetes dejen su mercancía y pasen a recogerla los vecinos, al tiempo que se compromete por escrito a eliminar las cocinas de los pisos y aprovechar sus metros cuadrados para otros menesteres por un precio módico y de vecino, vista la total inutilidad de las cocinas en los tiempos que corren en los que no hay nadie que cocine, mucho menos las mujeres.
“Porque es qué a mí, / sin discusión, me quita el sueño / Y es mi alimento y mi placer / La gracia y sal que al cocidito madrileño / Le echa el amor de una mujer”
“Cuando el amor de la mujer le dice al dueño / De su hermosura y su pasión / Toma mi bien tu cocidito madrileño / Que dentro va mi corazón”
Esto sucedía cuando la mujer, amorosamente, preparaba un cocido con todo su amor y cariño. Hoy, a lo más que llega cuando el marido le dice “que hay para comer” es: “Saca algo del congelador y ponlo al microondas… o mejor llama a Glovo y que nos traigan cualquier cosa”
Yo no soy sociólogo, ni quiero serlo; pero los que entienden del comportamiento humano deberían explicarnos a que grado de estupidez hemos llegado para desembocar en esto. La fiebre compradora de cualquier cosa por inútil que nos vaya a ser, para llenar nuestros vacíos existenciales con la emoción contenida al abrir el paquete, y el gasto de un pastizal en domotizar nuestra cocina, para no hacer uso de ella, sino cuando nos visita alguien a quien mostrarla orgullosamente
