Dios espera siempre nuestra vuelta, nos espera con paciencia, nos ve cuando estamos lejos, nos corre al encuentro, se nos echa al cuello, nos abraza, nos besa y nos perdona. Así es Dios. Así es nuestro padre
(José M. Vidal).- Desde la cátedra de la ventana, el Papa Francisco, rezó el ángelus y, en su catequesis, habló de la «debilidad de Dios que, cuando nos perdona, pierde la memoria». También tuvo presente la situación de Gabón y pidió que cese la vilencia y se respete la legalidad. Asimismo recordó al beatificado Ladislao Bukowinski, de Kazajistán, «ejemplo de las obras de misericordia espirituales y corporales».
Algunas frases de la catequesis del Papa
«La liturgia de hoy nos propone el capítulo XV del Evangelio de Lucas, considerado el capítulo de la misericordia»
«Recoge tres parábolas, con las que Jesús responde a las murmuraciones de escribas y fariseos»
«Dios tiene una actitud de acogida y de misericordia con el pecador»
«UN elemento común a las tres parábolas es el expresado por los verbos que significan hacer fiesta y alegrarse juntos»
«No se habla de hacer luto, sino de alegrarse»
«El acento se pone sobre la alegría tan incontenible como para compartir con amigos y vecinos»
«La fiesta de Dios por los que regresan a Él arrepentidos está relacionada con el año jubilar que estamos viviendo»
«Jesús nos presenta el rostro verdadero de Dios: un Padre con los brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y amor»
«La vía del retorno a casa es la de la esperanza y de la vida nueva»
«Dios espera siempre nuestra vuelta, nos espera con paciencia, nos ve cuando estamos lejos, nos corre al encuentro, se nos echa al cuello, nos abraza, nos besa y nos perdona. Así es Dios. Así es nuestro padre»
«Su perdón borra el pasado y nos regenera en el amor»
«Ésta es la debilidad de Dios que, cuando nos abraza y nos perdona, pierde la memoria y olvida el pasado»
«Les hago un apregunta: ¿Han pensado que siempre que nos acercamos al confesionario hay alegría y fiesta en el cielo?»
«No hay pecado del que no podamos salir. Nadie es irrecuperable»
Saludos después del ángelus
«Quisiera invitar a una especial oración por el Gabón, que está atravesando momentos de grave crisis política. Confío al Señor a las víctimas del conflicto y a sus familiares. Me asocio a los obispos, para invitar a las partes a rechazar toda violencia y a tener como objetivo el bien común. Pido a todos, especialmente a los católicos, a ser constructores de paz, en el respeto de la legalidad, en el diálogo y en la fraternidad»
«Hoy en Kazajistán es proclamado beato Ladislao, perseguido por su fe. ¡Cúanto sufrió este hombre! Demostró gran amor a los más débiles y necesitados. Su vida es una condensación de las obras de misericordia espirituales y corporales».
Texto completo de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanos, ¡buenos días!
La liturgia de hoy nos propone el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, considerado el capítulo de la misericordia, que contiene tres parábolas con las cuales Jesús responde a las murmuraciones de los escribas y de los fariseos. Ellos critican su comportamiento y dicen: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» (v. 2). Con estos tres relatos Jesús quiere hacer entender que Dios Padre es el primero en tener una actitud acogedora y misericordiosa hacia los pecadores. Dios tiene esta actitud. En la primera parábola Dios es presentado como un pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir a la búsqueda de aquella perdida. En la segunda, es comparado con una mujer que perdió una moneda y la busca hasta que la encuentra. En la tercera parábola Dios es imaginado como un padre que acoge al hijo que se había alejado; la figura del padre desvela el corazón de Dios, de Dios misericordioso manifestado en Jesús.
Un elemento común de estas parábolas es aquel expresado por los verbos que significan alegrarse juntos, festejar. No se habla de estar de luto. Se goza, se festeja. El pastor llama a amigos y vecinos y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido» (v.6); la mujer llama a las amigas y a las vecinas diciendo: «Alégrense conmigo, porque encontré la moneda que se me había perdido» (v. 9); el padre dice al otro hijo: «Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v.32). En las primeras dos parábolas el acento está puesto en la alegría tan incontenible que es necesario compartirla con «amigos y vecinos». En la tercera parábola, el acento se pone en la fiesta que parte del corazón del padre misericordioso y se expande a toda su casa. ¡Esta fiesta de Dios por aquellos que regresan a Él arrepentidos se entona como nunca con el Año Jubilar que estamos viviendo, como dice el mismo término «Jubileo»! Es decir, júbilo.
Con estas tres parábolas, Jesús nos presenta el rostro verdadero de Dios, un Padre de brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión. La parábola que más conmueve, – a todos – porque manifiesta el infinito amor de Dios, es aquella del padre que estrecha hacia él y abraza al hijo reencontrado. Y lo que impresiona no es tanto la triste historia de un joven que precipita en la degradación sino sus palabras decisivas: «Ahora mismo iré a la casa de mi padre» (v. 18). El camino de regreso a casa es el camino de la esperanza y de la vida nueva. Dios espera siempre nuestro ponernos en viaje, nos espera con paciencia, nos mira cuando estamos lejanos, nos viene al encuentro, nos abraza, nos besa, nos perdona. ¡Así es Dios! ¡Así es nuestro Padre! Y su perdón cancela el pasado y nos regenera en el amor. Olvida el pasado: y ésta es la debilidad de Dios. Cuando nos abraza y nos perdona, pierde la memoria. ¡No tiene memoria! Olvida el pasado. Cuando nosotros pecadores nos convertimos y nos hacemos encontrar por Dios, no nos esperan reproches y durezas, porque Dios salva, vuelve a recibirnos en casa con alegría y festeja. Jesús mismo en el Evangelio de hoy, dice así: «Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta más que por 99 justos que no tienen necesidad de conversión». Y les hago una pregunta:
¿Alguna vez han pensado que cada vez que nos acercamos al confesionario, hay alegría y fiesta en el cielo? ¿Han pensado esto? ¡Es hermoso!
Esto nos infunde gran esperanza porque no hay pecado en el que hayamos caído del cual, con la gracia de Dios, no podemos renacer; no hay una persona irrecuperable: ¡nadie es irrecuperable! Porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, ¡aun cuando pecamos!
La Virgen María, Refugio de los pecadores, haga nacer en nuestros corazones la confianza que se encendió en el corazón del hijo pródigo: «Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti» (v. 18). Por este camino, podemos dar alegría a Dios, y su alegría puede volverse su fiesta y la nuestra.