Tony Adams explica en su autobiografía, de título evocador, Addicted, que llegó a entrenarse con bolsas de basura pegadas a su cuerpo para hacerle expulsar mejor el alcohol de la noche anterior. La cultura de pub estaba intrínsecamente enraizada en el fútbol inglés. Hasta que en agosto de 1996 llegó a las islas Arsène Wenger. El técnico alsaciano dio el primer paso para poner a dieta al fútbol al eliminar la cerveza de los hábitos de los jugadores. Y como al Arsenal le funcionó -enseguida ganó la Premier League en la temporada 1997-98-, los equipos empezaron a prohibir las pintas.
«Sólo por eso, Wenger ya se merece estar tanto tiempo en el club londinense», comentan algunos nutricionistas del fútbol, a quienes allanó el camino. De los excesos con la bebida se pasó entonces a limitar los atracones con la comida.
El resultado salta a la vista. Basta con comparar la silueta de un jugador de los ochenta y principios de los noventa -Maradona era su máximo exponente- con uno de los futbolista actuales, auténticos atletas, delgados, con los músculos definidos y sin un gramo de grasa. Todos ellos pasan por la báscula cada día antes y después de entrenar o jugar para controlar el peso perdido en la sesión o en el partido. Aproximadamente un 2%.
Fuente original: Carles Ruipérez, La Vanguardia/Leer más
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