La política comercial de Donald Trump vuelve a sacudir los mercados globales y la agenda internacional.
En los últimos días, el presidente ha decidido retrasar hasta el 1 de agosto la entrada en vigor de una nueva batería de aranceles, inicialmente prevista para el 9 de julio, después de que sus amenazas a decenas de países no hayan producido los resultados esperados.
La decisión llega en un contexto de negociaciones estancadas, tensiones diplomáticas y una clara resistencia de aliados y rivales a plegarse ante las exigencias estadounidenses.
El aplazamiento, lejos de interpretarse como un signo de debilidad, forma parte del enfoque negociador característico de Trump: presión máxima, plazos cortos y flexibilidad táctica.
Sin embargo, la realidad es que la estrategia arancelaria está encontrando límites claros. Mientras Washington endurece su postura, muchos gobiernos han optado por resistir o contrarrestar con sus propias medidas, lo que anticipa un escenario comercial más fragmentado y volátil.
Un giro inesperado: del ultimátum al aplazamiento
El pasado lunes, la Casa Blanca comunicó oficialmente que los nuevos aranceles, incluidos algunos tan elevados como el 49% para Camboya o el 37% para Bangladesh, se pospondrían hasta el 1 de agosto. La decisión se produjo tras intensos contactos diplomáticos y la constatación de que apenas dos países —Reino Unido y Vietnam— habían cerrado acuerdos con Estados Unidos desde que se lanzó la ofensiva arancelaria en abril. Un acuerdo preliminar con China también ha sido anunciado, aunque sin detalles públicos concretos.
La reacción inmediata en los mercados fue positiva: el temor a una guerra comercial a gran escala había provocado una caída histórica en las bolsas tras el anuncio inicial de los aranceles, con pérdidas cercanas a los 3,1 billones de dólares en valor bursátil en una sola jornada. El simple anuncio de la suspensión temporal disparó las cotizaciones y devolvió algo de calma a los inversores.
La lógica detrás del retraso: presión negociadora y daños colaterales
El discurso oficial insiste en que el objetivo es “lograr los mejores acuerdos para el pueblo estadounidense”. Pero lo cierto es que la falta de progresos tangibles ha obligado al equipo económico a ganar tiempo. El propio secretario del Tesoro, Scott Bessent, reconocía que la negociación con más de un centenar de países había resultado “congestionada” y justificaba así la prórroga como una forma de “maximizar la palanca” estadounidense.
En paralelo, se enviaron cartas oficiales a decenas de gobiernos informando sobre los nuevos aranceles “recíprocos” que se aplicarían si no se alcanzaban pactos antes del 1 de agosto. El mensaje era claro: quien no ceda verá endurecidas las condiciones comerciales con Estados Unidos. No obstante, el tono también dejaba abierta una puerta al diálogo: si algún país decide abrir sus mercados o eliminar barreras antes del plazo final, Washington podría reconsiderar las tasas previstas.
- Entre los países notificados figuran socios estratégicos como Japón (25%), Corea del Sur (25%), Sudáfrica (30%) y otros mercados asiáticos clave como Malasia, Tailandia o Indonesia, todos con aranceles entre el 25% y el 40%.
- Los países alineados con políticas “antiamericanas”, especialmente miembros del grupo BRICS, recibirán un recargo adicional del 10%, según advirtió Trump en redes sociales.
El mundo responde: resistencia coordinada y contraataques arancelarios
La reacción internacional no se ha hecho esperar. Mientras algunos países han aceptado negociar —aunque sin ceder plenamente— otros han optado por plantar cara. El bloque comunitario europeo anunció su propia batería de contramedidas si Estados Unidos activa finalmente las nuevas tasas; algunos productos estadounidenses podrían afrontar aranceles superiores al 50% en respuesta directa.
- Organismos internacionales como BRICS han condenado abiertamente la escalada arancelaria estadounidense, mientras gobiernos asiáticos exploran vías conjuntas para proteger sus exportaciones.
- Socios tradicionales como Canadá y México han quedado al margen gracias a cláusulas especiales del USMCA (T-MEC), aunque bajo estricta vigilancia sobre cumplimiento normativo.
La falta de avances reales en acuerdos amplios deja patente que negociar bajo presión tiene límites claros. Solo Reino Unido ha cerrado un pacto formal —que mantiene un arancel base del 10%— mientras Vietnam ha accedido a reducir barreras pero enfrentará igualmente tasas superiores al 20% para algunos productos. El acuerdo con China sigue siendo preliminar y sin texto definitivo.
Impacto económico: volatilidad bursátil y riesgos para la industria
El tira y afloja comercial tiene consecuencias inmediatas sobre la economía global:
- La volatilidad bursátil se ha disparado desde abril, con oscilaciones récord cada vez que se anuncian cambios en las fechas o condiciones arancelarias.
- Sectores industriales estadounidenses muestran preocupación por posibles represalias: fabricantes automovilísticos y agrícolas temen perder acceso preferente a mercados clave.
- A nivel global, empresas multinacionales aceleran planes para diversificar cadenas de suministro ante el riesgo creciente de fragmentación comercial.
Estados Unidos justifica su postura alegando déficits crónicos y pérdida industrial frente a competidores asiáticos y europeos. Sin embargo, expertos advierten que un endurecimiento generalizado puede ahogar también las exportaciones norteamericanas y encarecer insumos críticos para su propia economía.
Un tablero aún abierto
La próxima fecha clave será el 1 de agosto. Si no hay avances significativos ni cambios estratégicos por parte de terceros países, Estados Unidos activará uno de los mayores aumentos arancelarios vistos en décadas. La amenaza sigue latente pero, al mismo tiempo, se mantiene una ventana para nuevos entendimientos bilaterales.
En este contexto incierto, tanto empresas como gobiernos deberán adaptar sus estrategias ante un escenario comercial cada vez menos predecible. De momento, lo único seguro es que el pulso entre Washington y el resto del mundo está lejos de resolverse.
