LA PROSOPOGRAFÍA Y LA ETOPEYA
DE QUIEN ADICTO NO ES A LA EPOPEYA
En mi habitación (me refiero al aposento donde duermo, regularmente, por las noches), enfrente de la pared en la que se exhibe (o trata de llamar la atención y, por tanto, de que se le vea) un crucifijo (que, velis nolis, siempre me recuerda un mismo verso endecasílabo, el que inicia un poema inolvidable: “¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?”), tan unamuniano como velazqueño, pues quien entra en dicha estancia se percata al momento del mismo, ya que este, de tamaño medio, se halla, siguiendo la vertical, a treinta centímetros escasos, sobre el cabezal de la cama, cabe contemplar, asimismo, siempre que uno gire la testa o haga el gesto de darse la vuelta, un retrato sui géneris, original, de servidor, hecho con palabras y huecos o vacíos, espacios en blanco. Me lo regaló con ocasión de mi sexagésimo cumpleaños mi heterónimo y amigo Emilio González, “Metomentodo”, que lo encargó y mandó realizar con tiempo a quien se había enterado que los hacía en el barrio, a partir de una copia que le entregué, tras habérmela solicitado él previamente, de las líneas que trenzó sobre un folio, en torno a mi peculiar personalidad creativa, mi amigo del alma y guía Eusebio Arteaga Piérola, y de una foto jocosa, reciente, en la que estamos las tres personas mencionadas aquí, en este texto, Metomentodo, fray Ejemplo y este menda, el abajo firmante de estos renglones torcidos, en grata comandita y compañía, riéndonos, tras haber brindado la terna o el trío de marras por seguir vivos, un motivo excelente para descorchar y entrechocar vasos que contengan, por ejemplo, un reserva, el caldo que había envejecido en una barrica de roble francés, antes de pasar a una botella con el sello de la Denominación de Origen Calificada de vino de La Rioja.
Así pues, del retrato susodicho, una mezcla de la prosopografía y la etopeya que me hizo fray Ejemplo, del que tengo la sensación refractaria de que cada día que vuelvo a releer las líneas de la carta que las contiene me brota o surge una nueva oportunidad de extasiarme, contemplándolo, pues es una auténtica obra de arte, cabe aseverar lo obvio, que mi mentor dio de lleno en el blanco o centro de la diana; que hizo un pleno, vaya:
“Para ti, que, en apenas un santiamén, sueles barruntar la idea sobre la que vas a discurrir o disertar, esta juega un papel fundamental, capital, y tiene una importancia crucial; luego vendrá el minucioso trámite, que, ordinariamente, lo inicia pensar antes de empuñar el BIC azul y empezar a entintar el papel; porque para ti el acto de escribir no es un estado, sino un proceso, que acaba, sorprendentemente, muchas veces, cuando el propio texto lo pide y, por ende, este se encarga de mandar un mensaje a tu atenta intuición, por el canal ignoto que sea, manifestándole que la escritura ha llegado a su fin, deviniendo en urdidura o “urdiblanda”. Y, por tanto, que al mismo solo le queda la gestión no menor de ser firmado y rubricado por su hacedor, tú.
“En el luengo recorrido que lleva a cabo la epifanía o revelación esta puede verse levemente modificada, esto es, matizada o perfilada, pero la idea inaugural es el botón que, una vez pulsado, pone en marcha el mecanismo de esa maquinaria que es la creatividad, tu literatura.
“Tu técnica, hija de la sonoridad de las palabras que eliges, de la observación, de la probatura, como el ensayo y error lo es del método científico, de la perseverancia y del inexcusable DES, acrónimo de dedicación, esfuerzo y sacrificio, a ti te resulta infalible. Escribir exige la tarea de no dejar de hacerlo para conseguir culminarlo bien, cada día mejor, de modo satisfactorio. La máxima de la dinámica, mecánica o metodología que sigues me peta: solo hay una manera de aprender a escribir y mejorar en dicho menester, y es, por supuesto, escribiendo a diario, una jornada sí y otra también.
“(…)”
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com
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