Periodistadigital América Home
3 segundos 3 segundos
Coronavirus Coronavirus La segunda dosis La segunda dosis Noticias Blogs Videos Temas Personajes Organismos Lugares Autores hemeroteca Enlaces Medios Más servicios Aviso legal Política de Privacidad Política de cookies
-

La intuición puede ser llave maestra

Ángel Sáez García 28 Mar 2025 - 14:00 CET
Archivado en:

LA INTUICIÓN PUEDE SER LLAVE MAESTRA

CUANDO NO ES LA LECTURA IMPAR REMEDIO

“Siempre me levanto por la mañana con emoción, preguntándome lo que me deparará mi intuición, como dones del mar. Yo trabajo con ella y confío en ella. Es mi compañera”.

“La intuición le dirá a la mente pensante dónde buscar lo siguiente”.

Frases de Jonas Edward Salk, investigador médico estadounidense, reconocido por haber desarrollado y logrado una vacuna segura y eficaz contra la poliomielitis.

No sé si al atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella, él o no binario, de estos y del resto de los renglones torcidos que siguen le ha sucedido en alguna ocasión lo que, de vez en cuando, o de cuando en vez, me ha ocurrido a mí, que he sufrido, sin conocer, sensu stricto, la concreta razón, un bajón anímico. Hoy, verbigracia, lo he identificado, de manera meridiana, porque no me considero un verdadero escritor, con las ocho letras, una repetida. ¿Cuestión de baja autoestima? Puede. Me costó, amén de mucho tiempo, Dios y ayuda llegar a creerme que lo era. Y me convencí de ello, gracias a este persuasivo silogismo: si escritor es el que escribe a diario, y yo cumplía, a rajatabla, dicha condición sine qua non, concluí que yo era escritor. Bueno, pues, hoy no lo soy, porque me veo a mí mismo como un impostor, al mirarme al espejo y percibir un pozo seco. He buscado dentro de mi cacumen una idea nueva buena y no la he hallado. Estoy a solas, en silencio, sin leer a nadie y me siento vacío, hueco.

Así que acudo a buscar remedio a ese Adán andante, nadie o nada que soy, a mi desordenada biblioteca, y tomo dos, tres y hasta cuatro volúmenes, que me han sacado otras veces del atascadero o atolladero, para ver si en alguno de ellos encuentro esta vez una frase feliz que sea, además de útil, fértil, que me inspire.

Leo quince minutos el primer libro y compruebo que no estoy ni para cazar ni para pescar nada, porque, otros días, leyendo dos líneas, obtengo premio, y hoy, empero, tras cantar y contar las cuarenta páginas leídas, nada, agua de borrajas o cerrajas, impenetrable, con todos los cerrojos echados, es lo que alcanzo. Leo un cuarto de hora los restantes y tampoco hallo nada.

Si mi panacea no me sirve, acaso deba aceptar que hoy no estoy para crear, o sea, para escribir prosa; así que lo más inteligente y provechoso tal vez sea admitir que no se dan las circunstancias adecuadas o propicias para dicho menester, la urdidura hodierna, y decido dejarlo para mañana.

Ahora bien, como no soy partidario de la procrastinación, hago un último esfuerzo añadido y, ¡milagro!, se ha encendido la bombilla, acaso haya encontrado una tabla de salvación en ese negro mar proceloso en un aserto que he repetido hasta la saciedad, y es la afirmación de que estoy convencido y defenderé en el foro que sea y ante quienes sean cuanto tomo por verdad apodíctica, mientras no se me demuestre, de modo concluyente, que estoy equivocado, que una palabra de más puede significar, a renglón seguido, una idea, y hasta un vagón repleto de ellas, de menos. Y a ella me agarro y aferro como si fuera un clavo ardiendo, para no caer en el doble precipicio del bajón anímico, que he constatado, y de la baja autoestima, que acaso sea más su causa u origen que su consecuencia, que también.

Creo que todo escritor acarrea consigo a un crítico literario (o a varios). Pero, cuántas veces hemos leído tres veces un mismo texto y hemos leído mal, porque hemos pasado por alto un yerro evitable. Lo propio le pasa a quien marra siempre sumando dos o doscientas cantidades, las que sean.

El narrador (sea de un microrrelato, cuento, crónica o novela) es un animal de una especie aparte. Es un avezado actor que ha encarnado a cien y hasta mil personajes, con sus correspondientes caretos y/o sus caretas. Pondré un ejemplo. A nadie le extrañó que Alfredo Landa interpretara a la perfección el papel de Paco el bajo en “Los santos inocentes” (1984), película dirigida por Mario Camus, basada en la novela homónima (1981) de Miguel Delibes. Husmeó como si fuera un can y averiguó dónde podía estar la pieza que otro cazador, no su señorito Iván, había abatido, porque, la explicación está clara, diáfana, tras habérsela escuchado referir a él, había ejercido antes de sabueso en otro filme anterior, “El crack” (1981), de José Luis Garci, encarnando al ex agente de policía, ahora detective o investigador privado, Germán Areta (que era, precisamente, bienvenido el guiño de guion, el segundo apellido real de Landa).

   Nota bene

A quien pregunta qué es una careta, respondo: el personaje que interpreta el pamplonica Alfredo Landa Areta.

Aquello que nos cuesta conseguir un esfuerzo añadido, suplementario, tendemos a ponderarlo más; y, además, de ello nos sentimos más orgullosos.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

Más en El blog de Otramotro

Mobile Version Powered by