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La hipérbole le encaja a fray Ejemplo

Ángel Sáez García 03 Sep 2025 - 14:00 CET
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LA HIPÉRBOLE LE ENCAJA A FRAY EJEMPLO

COMO UNA ALIANZA AL DEDO DEL ANILLO

El polímata azquetano y/o poliédrico curioso Eusebio Arteaga Piérola, además de dramaturgo, melómano y sacerdote, es autor de varios poemarios y una veintena de libros extraños, porque en ellos se entremezclan amablemente los versos y las prosas, los ensayos y las crónicas fidedignas; y, además, que no me había olvidado de esas dos facetas, no, director y factótum de entre setenta y noventa (no faltan quienes alargan los extremos de la horquilla propuesta por servidor, acortando y/o sobrepasando los límites indicados) números de la revista Amaranto, que a mí me ha dado por amar tanto y cuyo nombre procede del correspondiente término griego, que significa, si no estoy equivocado, “que no se marchita”, o sea, que es inmarcesible. Y, aunque reconozco sin ambages que no soy un crítico experto, un aristarco, estoy en disposición de poder afirmar que muchos de los textos que he leído de esos números, íntegramente, de cabo a rabo, gozan de dicha condición, son inmarchitables; así como lo propio cabe aseverar, sin ningún temor a errar, de su creador.

Confío, deseo y espero que el atento y desocupado lector de estos renglones torcidos, ora sea o se sienta ella, él o no binario, tenga en cuenta que, amén de admirador, soy amigo del alma de fray Ejemplo y, por ende, me disculpe o perdone toda exageración que pueda idear y verter sobre Eusebio y sus variopintos saber (sé que unos usarán el vocablo enciclopédico y otros lo evitarán mencionar) y obra. Me consta que a fray Ejemplo la hipérbole le sienta estupendamente, le cuadra y/o encaja como alianza en el dedo anular.

Eusebio tuvo el don o la virtud de diseccionar la realidad que le tocó vivir, o sea, algunos de los males que aquejaban a sus congéneres contemporáneos y a él, con la metodología sencilla de leer con detenimiento los periódicos que se editaban y escuchar con suma atención qué se argumentaba en la tertulia de los viernes del casino “La Unión”, de Algaso, a la que empezó acudiendo como oyente asiduo y terminó fungiendo de contertulio fijo y muy apreciado por todos los asistentes a la misma, fueran estos habituales o esporádicos.

Salvo en una ocasión, en la que otro tertuliano le afeó la homilía que acababa de improvisar, y le recordó que aquel lugar era laico, que allí no se consagraba ni el cuerpo ni la sangre de Cristo, sino solo la palabra y la tesis que esta acarreaba, dejaba esa parte de su personalidad, esa faceta suya, que también le era propia, para el púlpito o el atril.

Como su cultura era vasta, omnímoda, a mí me ganó el día que empezó hablando de George Orwell, crítico con cuanto vio y oyó en Cataluña, cuando acudió a defender a la República, durante la Guerra (In)Civil, y terminó citando a Albert Camus, recordando las primeras palabras que cabe leer en su ensayo “El mito de Sísifo” (1942): “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía. El resto, si el mundo tiene tres dimensiones, si las categorías del espíritu son nueve o doce, viene después. Se trata de juegos; primero hay que responder. Y si es cierto, como asegura Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se comprende la importancia de esta respuesta, pues precederá al gesto definitivo”.

Hay quien, durante una tertulia, le atravesó el cuerpo, desde el pecho hasta la espalda, al espetarle “ángel del apocalipsis”. Fray Ejemplo, le pidió que lo esperara para hablar con él a solas, cuando terminó la misma, y le adujo: “Entiendo que usted me haya llamado así, pero, si me permite mi parecer, con el que no busco convencerle, sino que le conste, por si le sirve de algo mi aportación, que yo me veo más como un ’barruntador de incendios’, un ‘bombero preventivo’”. Hoy quien le llamó así es un defensor a ultranza de Eusebio.

Junto a los tres títulos que se ven en la pared de enfrente de mi despacho, vista desde la puerta de entrada, hay una frase de fray Ejemplo que está firmada por él con una pluma que, tras estampar su rúbrica en dicho papel, le regalé, y dice así: “Cuando a las palabras las forzamos para que digan lo que ellas, motu proprio, no están dispuestas a aducir, pues dejarían de tener el sentido que siempre tuvieron, estamos abonando el terreno para que broten como hongos los impostores, más falsos que una moneda de siete euros o un euro de papel”.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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