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Que un quídam de leer a escribir pase…

Ángel Sáez García 17 Sep 2025 - 14:00 CET
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QUE UN QUÍDAM DE LEER A ESCRIBIR PASE

NADIE CUERDO PONER EN DUDA PUEDE

“En literatura, se permite robar a un autor a cambio de que se le asesine”.

   Charles Augustin Sainte-Beuve

Es lógico y normal, público y notorio, que a quien haya leído, antes o después, sin saber por qué, por mera mímesis tal vez, le brote el deseo (o nazcan o surjan las ganas) de escribir. Nadie sensato (ella, él o no binario), con dos dedos de frente, puede poner en duda o tela de juicio que eso es así; servidor, al menos, no le ve a dicho aserto una sola objeción posible. Que se pasa de leer a escribir por ósmosis es otra forma de dar cuenta de la misma realidad o una simple variante de describir y/o ver la situación antedicha.

En un cartapacio del I conde de Guimerá, el anticuario e historiador Gaspar Galcerán de Castro de Aragón y Pinós (1584-1638), se narra que en el año 1600 un estudiante salmantino (ignoro si de o en Salamanca) “en lugar de leer sus liciones, leía en un libro de caballerías, y como hallase en él que uno de aquellos famosos caballeros estaba en aprieto por unos villanos, levantóse de donde estaba y, empuñando un montante, comenzó a jugarlo por el aposento y esgrimir en el aire; y como lo sintiesen sus compañeros, acudieron a saber lo que era, y él respondió: ‘Déjenme vuestras mercedes; que leía esto y esto, y defiendo a este caballero. ¡Qué lástima! ¡Cuál le traían estos villanos!’”.

El personaje salido de los viajados, vívidos y vividos cacumen y magín de Cervantes también perdió el juicio leyendo libros de caballerías. He ahí, arriba, en el parágrafo precedente, un ejemplo vivo, una persona de carne y hueso, que pudo servir de modelo real a su personaje literario, pero, he aquí, sobre todo, además, un singular apoyo a la pretendida verosimilitud de su novela, al tratar a su personaje como una realidad posible, no como otra mera fantasía. Ignoro qué opinará al respecto el atento y desocupado lector (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, ora sea o se sienta no binario) de estos renglones torcidos, pero al abajo firmante, cada vez que vuelve a leer cuanto le acaeció al estudiante (de o en Salamanca), más y más le recuerda cuanto cuenta Cervantes en los capítulos XXV, XXVI y XXVII de la Segunda parte de su inmortal obra, cuando llega a la posada donde están hospedados don Quijote y Sancho Panza maese Pedro (Ginés de Pasamonte) con su ayudante/apuntador, el mono adivino y su retablo de la liberación de Melisendra.

Volvamos a leer a Cervantes para cerciorarnos de que no vamos desencaminados en nuestro análisis y que la conclusión a la que hemos llegado es fetén, certera:

“Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo:

“—No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

“Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros (…)”.

Ante los lamentos y reproches lanzados por maese Pedro, tras recuperar de nuevo la cordura, don Quijote, con sensatez, aduce:

“—Ahora acabo de creer —dijo a este punto don Quijote— lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno Carlomagno. Por eso se me alteró la cólera, y por cumplir con mi profesión de caballero andante quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto: si me ha salido al revés, no es culpa mía, sino de los malos que me persiguen; y, con todo esto, deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas: vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda castellana”.

Está claro, cristalino, que el adagio orsiano (“TODO LO QVE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO”) es una certeza apodíctica y que dicho delito está permitido con una única conditio sine qua non, siempre que vaya seguido de otro, asesinato. ¿O no le sacó Cervantes el máximo provecho a esa anécdota e idea prestadas, si lo fueron, que, por supuesto, cabe especular con ellas, pero no hay un solo documento fehaciente que permita certificarlas?

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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