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Si protector del frío es el abrigo,…

Ángel Sáez García 19 Sep 2025 - 14:00 CET
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SI PROTECTOR DEL FRÍO ES EL ABRIGO,

MÁS Y MEJOR CALOR NOS DA UN AMIGO

Desconozco qué opinión tiene al respecto el atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella, él o no binario, de estos renglones torcidos, pero lo dicho y/o escrito “sin querer queriendo”, locución que no se le iba de su mui a “el chavo del Ocho/8” ni voluntaria ni involuntariamente, suele dar de lleno más en el blanco o centro de la diana que fuera del círculo del objetivo o punto de mira, o sea, acertar más que fallar.

La base o el hilo del que tira este texto en prosa está, estriba o radica en la lectura detenida que hice el domingo 14 de septiembre de 2025 de la última colaboración (por el momento) de Rosa Montero, que apareció publicada en la página 74 del número 2.555 de EL PAÍS SEMANAL, EPS, titulada “Amigos”. En dicha columna pasé mis agradecidos (porque de bien nacido es mostrarse de esa guisa) ojos por las líneas que me sirvieron de estímulo, aguijón o acicate, para diseñar y pergeñar los parágrafos que contendrá la presente pieza literaria: “En alguno de mis primeros libros, hace mucho tiempo, ya sostuve eso de que mantenemos una rutina equivocada y que, en vez de vivir con los amantes y salir con los amigos, deberíamos vivir con los amigos y salir con los amantes. Bueno, vale, es una broma…, aunque quizá no tanto”.

Si algún valor tiene el testimonio veraz de mi experiencia, madre y maestra de ciencia y conciencia, me veo obligado a abundar con la tesis de Rosa Montero, pues a dos de mis mejores amigos, “los Luises” (Luis Quirico Calvo Iriarte y Luis de Pablo Jiménez), los conozco desde hace la friolera de 43 años, allá por el mes de diciembre del año 1983, cuando el abajo firmante empezaba a estudiar la carrera de Filosofía y Letras en la Facultad de la Universidad de Zaragoza.

Dicen que el roce hace el cariño; bueno, pues, nosotros constatamos que ese aserto es una verdad, además de apodíctica, imbatible e irrebatible. Nuestra amistad se fraguó durante los dos años de fértil convivencia en el piso, un séptimo (que no fue cielo, pero casi, por el buen rollo que entre todos, los siete compañeros, contribuimos a crear), que compartimos en la zaragozana Avenida de Valencia, y luego en otros y en las barras y terrazas de varios bares, trabajando juntos (en el Bar “El Andaluz”, de Rincón de Soto, en La Rioja, los tres lo hicimos, durante muchos años, para Joaquín Félix Martín y Teresa, amén de jefes óptimos, estupendas personas, QDLTESG), o por parejas, de camareros.

No nos vemos todo lo que me gustaría, pero hablo con ellos los viernes de cada semana y, si no logro contactar con alguno de los dos, le dejo grabado un mensaje. No hemos perdido la relación, aunque sí el contacto, cuando Luis Quirico estuvo viviendo muchos años en Argentina.

Está claro, cristalino, que, cuando la amistad, ora emoción, ora sentimiento, ha echado buenas raíces, acostumbra a dar mejores frutos. Y los que produce ese árbol que semeja la amistad, son, además de apetitosos y jugosos, sabrosos.

Otro tanto cabe afirmar de la amistad que mantengo, a pesar de que ahora nos vemos menos, con Pío Fraguas, que se forjó antes, en 1975, en Logroño, cuando me preguntó en una dársena de la estación de autobuses si iba, por un casual, a Navarrete, en concreto, al seminario menor que regentaban los religiosos camilos, donde ambos estuvimos estudiando juntos durante dos cursos académicos. Al contestarle la verdad, que sí, noté que se le abría el cielo y dejaban de inquietarle las dudas.

Qué descorazonador resulta lo evidente, que invertir muchos años en una amistad no la salvan las ganas (de uno o de los dos) que se pongan en que esta perdure, porque, por un montón de avatares o circunstancias, esta se arrumba y, definitivamente, se pierde. Eso suele ocurrir también con las relaciones de pareja, que la distancia porta unas tijeras invisibles, de las que no se percatan los miembros de la misma, porque acaso permanecen agazapadas en los hitos o mojones de cada uno de los kilómetros que los separan, que corta los lazos existentes entre ellos sin que estos se den cuenta.

Yo he llegado a decir a uno de mis amigos (dejo su nombre y primer apellido en el anonimato del tintero o, mejor, al revés, en el tintero del anonimato) que, si este menda fuera gay y él también, que no lo somos ninguno de los dos, le hubiera propuesto, a ojos cerrados, que fuéramos pareja, aunque las discrepancias o disensiones no hayan faltado entre nosotros.

La próxima vez que nos juntemos “los Luises” y servidor (lo haremos, seguramente, con José María, “Mari”, amigo tafallés de Luis Quirico y ahora también nuestro, de los tres —no marra la letra del estribillo de esa canción de “Objetivo Birmania” que repite, de manera machacona, el título de la misma, que “Los amigos de mis amigas son mis amigos”— donde sea), a “los Luises” les entregaré los libros que les compré por sus respectivos cumpleaños; y ellos harán lo propio conmigo); ya sé que Luis Quirico me compró el último que ha publicado mi admirado y querido quinto Javier Cercas, “El loco de Dios en el fin del mundo”.

En la dedicatoria que le escribí al que le regalaré a Luis de Pablo cabe leer estas líneas: “A Luis de Pablo Jiménez, quien cumple con la etiqueta prestigiosa de “amigo del alma”, aquel a quien le permites que te caiga encima su chaparrón crítico sin decir ni mu”.

“Un amigo es una persona que te hace ser mejor”, afirma, casi al final de su colaboración, Rosa Montero. Y vuelvo a coincidir con ella.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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