SI LA SOMBRA DE MARX ES ALARGADA,
JUZGO LA DE ARISTÓTELES DIUTURNA
Ayer, domingo 9 de noviembre de 2025, a las cinco y media de la tarde, inesperadamente, recibí la visita de dos de mis heterónimos, Edurne Gotor, “Metonimia”, y Emilio González, “Metomentodo”. Ellos habían comido juntos en uno de los mejores restaurantes del centro urbano tudelano y, tras poner remate al mismo (pedir la dolorosa y apoquinar a escote), decidieron, de mancomún, darme una sorpresa (o llevársela ellos, por no hallarme donde esperaban encontrarme, en mi despacho). “Gracias, por avisarme y quedar conmigo para dicho menester”, les reprendí con sorna, pero Edurne me retrucó rauda, como el mismo rayo: “Lo hicimos ambos, y por distinto canal o cauce, pero no recibimos respuesta tuya por ninguno”. Así que le repliqué esto a Metonimia: “Acaso se le olvidó a Irache darme esos recados; permitidme que os pida disculpas. Esta semana ha estado más fuera que dentro del despacho. Este lunes enterró a su madre. Bueno, pues, al parecer, el duelo le ha hecho cometer varios descuidos o deslices. Perdonadla”. “Lo haremos de buena gana, siempre que lo propio hagas con nosotros, que, desde que te sacaste del magín el personaje literario de fray Ejemplo, a nosotros y a otros nos tienes olvidados, ¡caramba!”, adujo Emilio. Y terminó su turno de palabra con esta pregunta: “¿O no es lícito formular un reproche, aunque este provenga de uno de tus propios entes de ficción?”. Como a Metomentodo no le faltaba razón, se la di.
Aunque Emilio, tras los saludos y abrazos de rigor, se sentó, nada más acceder a mi despacho, en el sillón de orejas que queda enfrente del que uso para leer libros de todo jaez, le dije que, por favor, fuera al vestíbulo y trajera dos sillas de allí. Antes de sentarnos en torno a la mesa de madera de roble, les ofrecí café, pero el estimulante que querían no se bebía, sino que se escuchaba o decía; querían argumentos convincentes, de peso.
Nuestro coloquio o debate a tres, en el que tocamos diversos temas (había pensado echar mano de la cifra literaria mil y uno, pero hubiera sido una hipérbole utilizarla, por exagerada), duró dos horas largas. Edurne comenzó citando a Confucio (en puridad, algo que la tradición viene atribuyendo, desde ni se sabe, al filósofo chino), en concreto, ese adagio que los tres hemos escuchado y dicho numerosas veces, que saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe es el verdadero saber. “Una perogrullada, sí, pero que te deja satisfecha reproducir”, eso fue lo que adujo Edurne, al menos, cuando la acabó de proferir. Emilio agregó a continuación cuanto los tres pensábamos, que “es bueno que un debate de altura o envergadura (por cierto, recomiendo que no se descomponga esta palabra en tres partes, por lo soez que resulta) comience con un consenso, porque luego vendrán las discrepancias”. Y Edurne dejó caer la distinción, que tanto nos gusta hacer en cuantas tertulias participamos, entre los vocablos casualidad y causalidad. Emilio, como es amigo de ver en todo asunto la doble cara que cabe diferenciar en una moneda, nos volvió a dar la vara con su tema recurrente de que la soledad es buena o mala, dependiendo de si esta es elegida por nosotros o nos es impuesta. Los tres volvimos a convenir en que, junto con el silencio, la soledad es nuestra mejor pareja de baile cuando estamos escribiendo o leyendo.
Edurne, defensora a ultranza del estagirita, sacó a relucir el tema de la amistad, en la que abundamos, al considerarla, de consuno, nuestra familia escogida, para diferenciarla de la que forman los deudos impuestos, fueran por consanguinidad o por afinidad, y aun siendo estos la repanocha, estupendos. Y rememoró, por supuesto, la triple distinción, por utilidad, por placer o por carácter, que coronó con la famosa frase proverbial de Aristóteles sobre la susodicha (que no he leído nunca en los libros octavo y noveno de la “Ética a Nicómaco”, donde el peripatético discurre o diserta de la amistad largo y tendido): “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita (a mí me pirra mudar dicha forma verbal por la que le cuadra más, “palpita”) en dos almas”.
Edurne y Emilio habían quedado a comer en el “Remigio” a las 14 horas, donde los suelo llevar, cuando acordamos comer los tres juntos en Tudela, pero como Edurne se retrasaba (le costó encontrar espacio donde aparcar su coche), Emilio aprovechó para seguir leyendo EL PAÍS, periódico al que está suscrito. Y, al parecer, se empapó de la tribuna, a doble página, que, sobre el genio y la figura del barbado pensador de Tréveris, Karl Marx, había escrito y publicado en las páginas 2 y 3 del suplemento IDEAS, de dicho día, Sergio C. Fanjul.
Así que me tocó escuchar varios toma y daca entre los dos filósofos mencionados y sus exégetas, sus sendos y fieles epígonos o escuderos.
Aunque, seguramente, me llamarán ambos por teléfono cuando terminen de leer este escrito y, como ha ocurrido en ocasiones precedentes, me motejarán, al alimón, de equidistante, “quedabién” o “bienqueda”, si me pidieran que diera mi propio veredicto de cuantas razones escuché esgrimidas por mis dos heterónimos, diría, como si se tratara de una partida de ajedrez, que quedaron en tablas. Y, si se tratara de una pelea sobre la lona de un cuadrilátero, que el combate resultó nulo, sin ganador, o que los dos perdieron y los dos ganaron algunos asaltos.
Emilio me hizo leer en voz alta el cuarto párrafo de la tribuna de Fanjul (pero recomiendo encarecidamente al atento y desocupado lector que la lea de cabo a rabo, entera, si aún no lo ha hecho):
¿Qué puede aportar ese Marx al análisis de la actualidad? Al menos tres ideas básicas, según explica Michael Heinrich, profesor de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berlín, autor de Crítica de la economía política: Una introducción a ‘El Capital’ de Marx (editorial Guillermo Escolar), una figura destacada de la Nueva Lectura de Marx y participante en el congreso de la Complutense. Primero, que es una ilusión pensar que el capital produce ganancias o intereses: todo valor sale del trabajo humano. Así, “cuando algunos obtienen ingresos sin trabajar, otros deben trabajar, disfrutando solo de una parte de los resultados de su trabajo”, explica Heinrich (no como un juicio moral, aclara, sino como una realidad fáctica). Segundo, que la meta de la producción capitalista es el lucro —la satisfacción de necesidades es solo un efecto colateral— y que esa producción es destructiva para los trabajadores y el medio ambiente. “Se puede intentar imponer límites políticos a este proceso de destrucción, pero el capital siempre encontrará maneras de eludir dichas regulaciones o presionar políticamente para abolirlas”, señala el experto. Y, tercero, el desarrollo capitalista está trufado de crisis, que no son casualidad ni error: son el resultado de la carrera por la ganancia.
Y, como la peripatética es defensora a machamartillo de Aristóteles, nos recordó que Karl Marx acaso había extraído sus pareceres de las mismas aguas que fluían por los nueve caños o chorros de la fuente en la que sació su sed el estagirita.
Y, tras darle dos horas largas (sobre todo, ellos) a la mui o sinhueso, les pedí encarecidamente que me dejaran solo, les di sendos abrazos y besos (a ambos), y me puse a escribir… los párrafos que contiene esta urdidura, para que no se me olvidara ningún detalle importante o pormenor interesante.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com
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