Cuando Roberto López, ganadero de la Mariña lucense, lanzó su advertencia en pleno verano de 2022, pocos imaginaron que aquel mensaje grabado desde su explotación, rodeado de vacas y prados gallegos, se convertiría en un testimonio viral y profético. Su denuncia, directa y sin rodeos, iba mucho más allá del típico lamento rural: “Luego nos echamos las manos a la cabeza con los incendios, grandes incendios… ¿Por qué hay incendios? ¿A que en las ciudades no hay? No, porque hay gente. ¿Por qué arden los pueblos? Porque no hay gente. Hay un abandono completo”.
A día de hoy, 20 de agosto de 2025, la crudeza de sus palabras resuena con fuerza en cada hectárea calcinada de Galicia, Castilla y León o Aragón. El ganadero gallego no se limitó a señalar el problema, sino que anticipó con precisión quirúrgica el desenlace: el abandono del medio rural, la falta de relevo generacional y una maraña de normativas restrictivas convertidas en cortafuegos… para la vida y la actividad, no para el fuego real.
De la advertencia ignorada a la tragedia anunciada
Roberto López fue claro: “Es muy bonito llegar aquí y decir, qué bonito está todo, hay muchos árboles… Reserva de la Biosfera. Parque Natural de no sé qué… Aquí no podéis hacer nada. Los que llevabais 2.000 años cuidando esto lo hicisteis fatal. Ahora nos vamos a encargar nosotros que somos mucho más listos”. Su crítica, cargada de ironía, apuntaba directamente a la desconexión de las políticas urbanas y medioambientales con la realidad rural. Mientras se multiplican las restricciones administrativas para cortar una zarza o limpiar un prado, el monte se convierte en un polvorín a la espera del próximo rayo o descuido humano.
La realidad ha dado la razón a López. El verano de 2025 ha sido testigo de una nueva ola de incendios, con miles de hectáreas arrasadas, evacuaciones y una factura medioambiental y económica incalculable. En lugares como Alcubierre, los propios agricultores y ganaderos han tenido que ser la primera línea de defensa, conteniendo las llamas con tractores y cubas mientras aguardaban la llegada de los servicios de emergencia.
El problema estructural: despoblamiento y desconexión política
Las palabras del ganadero gallego no son un caso aislado, sino el reflejo de una problemática estructural que afecta a buena parte de la España rural:
- Despoblamiento progresivo: la falta de oportunidades y servicios provoca el éxodo de jóvenes y familias.
- Normativas urbanocéntricas: las regulaciones medioambientales, muchas veces diseñadas desde despachos alejados del territorio, dificultan la gestión tradicional del monte.
- Pérdida del conocimiento local: los habitantes que durante siglos mantuvieron el equilibrio de los ecosistemas ven ahora cuestionado su saber y su papel.
Las consecuencias, como bien profetizó Roberto López, se traducen en montes abandonados, maleza acumulada y un riesgo creciente de incendios devastadores. Los datos recientes confirman la tendencia: el número de grandes incendios forestales ha aumentado un 30% en los últimos tres años en el noroeste peninsular, siendo Galicia y Castilla y León las regiones más afectadas.
La voz de los que quedan: entre la resignación y la ironía
Roberto López, que en su día tachó a los responsables de “cortos de mente”, representa a una generación acostumbrada a lidiar con el desdén institucional y a ver cómo, año tras año, la historia se repite. Sus vídeos y declaraciones, rescatados en las redes sociales cada verano de incendios, sirven de recordatorio de que la prevención no se hace desde los despachos, sino en el terreno, con botas llenas de barro y manos encallecidas.
En Galicia, no son pocos los que, a falta de soluciones reales, han optado por el humor negro: “En vez de drones y satélites, pongan a los abuelos del pueblo con una hoz y verán cómo no arde ni un metro”, comentan en los bares de A Fonsagrada o Mondoñedo. El sarcasmo encierra una verdad incómoda: hasta que no se recupere la vida en el rural y se escuche a los que lo habitan, los veranos seguirán oliendo a humo y ceniza.
