Manuel del Rosal García

Muros y murallas en Europa

Muros y murallas en Europa
Manuel del Rosal García. PD

«Andaríamos mejor si no fuera porque hemos construido demasiados muros y no suficientes puentes» Padre Dominique Pire, religioso dominico belga premio Nobel de La Paz 1958

La Gran Muralla China se empezó a construir en el siglo VII a.C. Sufrió varias ampliaciones y modificaciones a lo largo de 2.000 años. Su objetivo era protegerse de las invasiones, principalmente de los mogoles. La Gran Muralla China no le sirvió a China para nada salvo como reclamo turístico.

En agosto de 1961 los soviéticos construyeron en una sola noche el llamado Muro de Berlín. Duró 28 años y no sirvió para nada salvo para aislar y producir muertes de inocentes. La Gran Muralla China y el Muro de Berlín son dos ejemplos paradigmáticos de la estupidez humana.

Los romanos no, los romanos no construyeron muros ni murallas; los romanos construyeron puentes. Si por algo se caracterizó el imperio romano fue por la construcción de puentes y redes viarias para acercar en vez de alejar, para unir en vez de separar. Así crearon el mayor y mejor imperio conocido.

En Europa se empiezan a construir muros y murallas. Los europeos, sobre todo sus dirigentes, no han aprendido de la historia y ya sabemos que el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Si Dios no lo remedia, y Dios hace mucho tiempo que abandonó al hombre harto de su estupidez, Europa volverá a los años del ruido, a los años del cometa, a los años de la oscuridad.

El Brexit es el último y más llamativo ejemplo de que los europeos (en este caso ingleses), en ejercicio modélico de estupidez, vuelven a construir muros y murallas. Inglaterra prefiere vivir como isla en la creencia de que vivirá mejor. Se aplica el dicho: «El buey solo bien se lame». Pero todos sabemos que esto no es así, que compartiendo se gana, incluso compartiendo lametones para secar las heridas.

Nada más ganar el Brexit, a otros países les ha faltado tiempo para anunciar que articularán los mecanismos necesarios para hacerse «independientes», para aislarse de los otros que, en comparación con ellos, son unos pobres perdularios que están aquí porque tiene que haber de todo en la viña del Señor.

Y no solo son los países los que están levantando muros y murallas, sino que, dentro del mismo país, los independentistas se afanan en desgajarse del gobierno central porque, siendo «independientes» alcanzarán cotas de riqueza y bienestar nunca hasta ahora soñadas. Y lo peor de todo: los ciudadanos se lo creen.

Creen que haciendo uso de su solo idioma mejoraran, que cerrando sus fronteras a los demás; serán más ricos, que destruyendo puentes y levantando muros; serán más universales, que envolviéndose en sus signos de identidad; serán más puros, que la justicia, el pleno empleo, la paz y la riqueza llegarán a todos por el mero hecho de encerrarse en sus fronteras; sin darse cuenta de la indecente manipulación a que son sometidos por quienes viven bien y quieren vivir mejor ocupando las parcelas de poder, que ese independentismo les va a deparar y de las que no participará el común de los ciudadanos.

Volvemos a los nacionalismos, retrocedemos 100 años; el romanticismo y los sentimientos desbancan al raciocinio y una nueva era de enfrentamientos nacionales, de nosotros encarnamos todas las virtudes de la raza pura, mientras los demás son bastardos de inconfesable origen; destruye los puentes que Europa construyó con el esfuerzo de unos hombres que creyeron en ella, y se levantan muros y murallas que tan solo servirán para empobrecernos, aislarnos, odiarnos y enfrentarnos en un ejercicio más de estupidez de los muchos que el ser humano ha protagonizado desde que el hombre puso los pies sobre la Tierra.

Ya lo dijo Mark Twain: «Dios creó al hombre tras una semana de intenso trabajo…y estaba muy cansado»

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