La experiencia, básicamente, es hija del error. Error del que deberíamos aprender para no repetir el fracaso que ha provocado.
La manifestación del 8M del año pasado, donde alguien tuvo la frivolidad de llegar a decir que mata más el machismo que el coronavirus –casi cien mil muertos por esta causa desde entonces en España-, demostró haber actuado como una bomba viral y un ejercicio de sectarismo. La vida está por encima de casi todo, siempre queda algo o alguien por quien entregarla.
Aprendamos de la experiencia.
Por ejemplo: el comunismo, tras la experiencia vivida por la humanidad en el siglo pasado, está claro que es un totalitarismo cruel. No por las ideas que defiende, que por supuesto, sino por la experiencia que en la memoria colectiva nos ha quedado de él.
No aprender del conocimiento que hoy tenemos de aquel experimento trágico que se llevó millones de vidas por delante sería sencillamente el mayor ejemplo de estupidez.
Demostremos ahora que tenemos aprendida la lección de la manifestación del 8M del año pasado. Sobre todo, no hagamos ese ejercicio de estulticia y banalidad, entre otras razones porque sería un desprecio a todos esos miles de españoles que se han muerto por culpa de ese enrevesado y casi invisible enemigo.
Un desprecio también a tanta gente que lucha ahora mismo contra la enfermedad. No se puede ser tan sectario como para que, sabiendo lo que sabemos, conociendo lo que conocemos, se vuelva a acudir a esa manifestación.
Aprovechemos lo que hemos visto y combatamos el dogmatismo.
Vendrán más 8 de marzo, habrá más mujeres trabajando, pero este año no ha lugar.
